Como ya les he comentado en alguna ocasión (lo siento si me repito), disfruto enormemente de las desquiciadas películas cómicas del francés Quentin Dupieux (París, 1974), cineasta que también hizo sus pinitos musicales bajo el seudónimo de Monsieur Oizo (Señor Pájaro). Mi primer contacto con su hilarante demencia fue a través de Le daim (La chaqueta de ante), en la que un descacharrante Jean Dujardin daba vida a un chiflado que se obsesiona con una ridícula chaqueta con flecos por la que está dispuesto hasta a matar. Seguí con Mandíbulas (dos cenutrios encuentran una mosca de un metro y medio y tratan de monetizarla), Fumar provoca tos (que aún está colgada en Movistar), Yannick, Increíble pero cierto o El interrogatorio. Reconozco que no me he tragado la obra del señor Dupieux por orden cronológico, pero he hecho lo posible por no perderme ni una de sus piezas de humor absurdo que sacan de quicio a muchos de sus compatriotas (mi amiga Sophie lo detesta), pero a mí me sumen en una beatitud hilarante que resulta muy de agradecer.
En España, sus películas se han ido estrenando (han durado una semana en cartel, por regla general) o han ido apareciendo en las plataformas de streaming, pero no se les ha hecho mucho caso: el club de fans de Quentin Dupieux en nuestro país es reducido, pero de una fidelidad perruna (en Barcelona lo representamos mi amiga Isabel Coixet y un servidor de ustedes).
Experimento arriesgado
Por eso acudí hace unas mañanas al pase de prensa de su penúltimo delirio audiovisual, ¡Daaaaaalí!, cuyo estreno (en los cines Verdi) está previsto para el próximo 25 de octubre. Y me encontré con una película que, en cierta manera, rompe con todo lo rodado por nuestro hombre hasta ahora. Dupieux sigue cultivando el delirio (y para eso, Salvador Dalí es un catalizador ejemplar), pero en su humor absurdo y desquiciado se puede detectar la influencia del gran Luís Buñuel (concretamente, el Buñuel de La vía láctea y Ese oscuro objeto del deseo).
La aparición de curas, los sueños interminables que parece que terminan, pero se alargan hasta el infinito, el recurso a varios actores para interpretar al mismo personaje, sin dar la menor explicación al respecto (como hizo David Lynch en Carretera perdida y, previamente, Buñuel en Ese oscuro objeto del deseo, donde Ángela Molina y Carole Bouquet daban vida a la misma mujer y se alternaban en pantalla sin la más mínima explicación por parte del director), la sensación que tiene el espectador de estar asistiendo a una pesadilla que le provoca confusión y entretenimiento a partes iguales…Una serie de elementos, en fin, que no figuraban en las anteriores obras de nuestro hombre y que hacen de ¡Daaaaaalí! un experimento tan arriesgado y singular como divertido y estimulante.
La pantomima
En pocas palabras, la trama puede resumirse de la siguiente manera: una ex farmacéutica reciclada en periodista (Anaïs Demoustier) se propone rodar el documental definitivo sobre Salvador Dalí, quien se dedica a hacerle la vida imposible mientras se le mete en la cabeza que la pobre chica es una panadera muy pesada. Asistimos, pues, a los tremendos, ímprobos y absurdos esfuerzos de la falsa panadera por conseguir sus objetivos, que acaba alcanzando a medias. Y presenciamos, sobre todo, el comportamiento de un Dalí al que interpretan cinco actores distintos (el mejor, Edouard Baer, que clava la manera de hablar del artista), que se van reemplazando secuencia a secuencia, contribuyendo brillantemente al disparate general.
Evidentemente, ¡Daaaaaalí! no es una biopic canónica del pintor ampurdanés. Lo que ha hecho Dupieux es sustituir a sus habituales personajes imaginarios por uno real, pero que también podría ser ficticio (una gran parte de la personalidad de Dalí rozaba la pantomima, si no es que incurría directamente en ella). Y el resultado es una muy entretenida chaladura con la que su autor parece dar una leve vuelta de tuerca a su narrativa habitual (que tal vez corría el peligro de no dar más de sí). Manteniéndose fiel a sí mismo, pero esquivando el fantasma de la repetición, Quentin Dupieux ha fabricado con ¡Daaaaaalí! una brillante extravagancia cinematográfica que lo acerca al Buñuel más surrealista y delirante. Y para acercarse a Buñuel, ¿qué hay mejor que recurrir a alguien que fue amigo suyo?