Recuerdo al modisto alemán Karl Lagerfeld (nacido Karl Otto Lagerfeldt, Hamburgo, 1933 – Neuilly sur Seine, 2019) como un señor mayor con cara de bruto (o de sádico anal) que, pese a su indudable buen gusto a la hora de vestir a las mujeres, solía ir hecho un mamarracho con sus tejanos apretados, sus camisas con cuello a lo Mortadelo, sus botines con alzas y su cola de caballo canosa. Pero hubo un Karl Lagerfeld joven, ambicioso y maltratado por todos los maricas de la moda parisina, que lo consideraban un advenedizo y un gañán y le hacían la vida imposible mientras iba vendiendo diseños aquí y allá en busca de un trabajo estable con el que poder demostrar al mundo su talento. Ese personaje es el protagonista de la excelente miniserie francesa (con título inexplicablemente en inglés) Becoming Karl Lagerfeld (Convertirse en Karl Lagerfeld), cuyos seis episodios pueden verse en Disney Plus.
Si hemos de hacer caso a esta adaptación del libro de Raphaelle Bacqué de 2019 Kaiser Karl, la juventud de nuestro hombre fue una muy extraña forma de vida. Homosexual no practicante al que le daba grima que lo tocaran, lo besaran o, aún peor, intentaran penetrarlo, el joven Karl (que ya tendía a la vestimenta de mamarracho en esa época: véase la secuencia en que aparece calzado con unas botas de siete leguas que provocan la hilaridad de Yves Saint Laurent), que llegó a París en 1953, vivió con su madre hasta la defunción de ésta, y todo lo que no fuera satisfacer su ambición profesional parecía tenerle sin cuidado. Sus dos historias de amor más célebres, si hemos de hacer caso a la miniserie, nunca incluyeron las relaciones sexuales, limitándose a un platonismo obsesivo y sin motivo aparente.
El silencio de la madre
Becoming Karl Lagerfeld comienza con nuestro héroe (interpretado por un espléndido Daniel Brühl: este hombre mejora con los años) buscándose la vida en el París de los primeros años 70, ganándose la confianza de la mandamás de Chloe, Gaby Aghion (la actriz, guionista y directora Agnes Jaoui, siempre espléndida en sus tres funciones), metiendo la nariz en Fendi y siendo humillado por la mismísima Marlene Dietrich (Sunnyi Melles), que le encarga un modelito y luego le dice que se lo meta por donde le quepa. La serie termina con el fichaje de Lagerfeld por Chanel, lo que representa su triunfo definitivo en un entorno hostil y el inicio de la imagen permanente que todos recordamos de él, la del seudo dandy de blanca melena que aspiraba a casarse con su gata Choupette, que se convirtió en su heredera universal.
Y entre principio y final, la extraña historia de amor sin contacto físico de Lagerfeld con Jacques de Bascher (Theodore Pellerin), joven promiscuo de buena familia que acabaría muriendo de sida en 1989 tras haberse convertido en el objeto de deseo de Karl y de Yves Saint Laurent, cuya compañía alternaba para desesperación de Lagerfeld, que lo quería solo para él, aunque sin darle lo que quería, como si en vez de un amante lo considerara una compañía tan necesaria y entrañable como la de su señora madre. Un tipo muy peculiar este Karl, movido exclusivamente, al parecer, por una obsesión enfermiza por el éxito alentada por su progenitora, Elisabeth (Lisa Kreuzer), que guardaba un silencio sepulcral acerca de las buenas relaciones de su difunto marido con los nazis.
Triunfar como venganza
Reconozco que, en principio, la vida de Karl Lagerfeld no me interesaba en absoluto. Pero Becoming Karl Lagerfeld consigue que te intereses por ella, por el mundo de la moda (que tampoco me quita el sueño), por las neurosis de Saint Laurent (Arnaud Valois) y las trapisondas de su novio y socio, Pierre Bergé (Alex Lintz), presentado como el genuino villano de la función, por la boda de Paloma Picasso con un cantamañanas argentino, por el ambiente branché del París de los 70 y, sobre todo, por lo que es básicamente el retrato de un ser humano francamente extraño que se perdió voluntariamente las alegrías del sexo mientras solo pensaba en medrar de una manera salvaje, como si quisiera darle la razón a su compatriota Rainer Werner Fassbinder cuando dijo que el éxito es la mejor de las venganzas (aunque, ¿de qué o quien quería vengarse el bueno de Karl con su triunfo sin parangón en el mundo de la alta costura?: eso no nos lo aclara la miniserie, tal vez porque es posible que ni el propio Lagerfeld entendiera qué era en el fondo lo que le movía).
Los freaks dan mucho de sí, y Lagerfeld pertenecía a ese colectivo (como Andy Warhol, que aparece en una secuencia y cuya relación con el sexo siempre fue complicada, renuente y torpe, como han reconocido sus escasos amantes). En Becoming Karl Lagerfeld, lo de menos es la vida y milagros del biografiado. Y lo mollar es el retrato de un sujeto tremendamente peculiar al que el espectador nunca acaba de entender del todo, aunque no pueda apartar la vista de la pantalla. Puede que a ustedes se la sople Karl Lagerfeld, el diseñador, pero Karl Lagerfeld, el inadaptado, el acomplejado por su tendencia a la obesidad que comía pastelitos a escondidas tras haberse puesto un corsé que le crujía la osamenta, el homosexual platónico alérgico al sexo, resulta un personaje fascinante para cualquiera interesado en esos sujetos raros y a menudo incomprensibles que a algunos nos parecen a veces la sal de la vida.