Alain Delon se ofrece a la Trascendencia desde el papel cuché. Al borde de su catafalco, da entender al mundo que su final es un asunto público, el último plano imposible de esconder ante el deseo de millones de espectadores. Llevaba años gravemente enfermo, según la información oficial; extenuando a todos desde su refugio suizo, en Chêne-Bougeries (Ginebra) y desde su domicilio francés, en Montargis, a causa de la controversia entre sus hijos por la herencia de su padre y la eutanasia que pidió el propio actor. La vida de Delon, atravesada por las imágenes de la Susana bíblica, síntesis de culpa y redención, ha llegado a su resumen como el padre bondadoso de una estirpe acanallada. Ha muerto en su residencia de Douchy. Lo que desde luego no ha sido Delon es un sufridor; más bien se acerca, a la hora del recuento, a aquel emir de las mil noches engañado vocacionalmente por la princesa Sherezade, que le cuenta una narración nueva en cada alcoba para evitar perder la virginidad y ser decapitada.  

El anuncio de la muerte del actor provocó la reacción de un símbolo de Francia entera. A la cabeza, Emmanuel Macron: “Delon ha sido un monumento francés”. El presidente remarcó el recuerdo imborrable de sus personajes en el cine, el guepardo o el samurai, “que han hecho soñar a todo el mundo”. Jack Lang, que fue ministro de Cultura durante la presidencia del socialista Mitterrand, recuerda el homenaje que se le organizó en el Festival de Cannes. Declaró su amistad con el actor, un hombre de derechas que tuvo una “relación de respeto y afecto con Mitterrand”. Y sí, como se vio en la muerte del expresidente, que nacionalizó la banca y la reprivatizó, el momento Delon-Mitterrand representa las dos caras de la misma identidad gala: altivez, enfurruñamiento y buen corazón.

Brigitte Bardot, contrapunto femenino de Alain Delon en Francia, dio en el clavo al describir lo que padecía el actor, a sus 88 años: “Es de una mezquindad lamentable empañar la imagen de Alain, un símbolo sublime”. En el conflicto familiar entró la excompañera y cuidadora del actor, Hiromi Rollin, a quien los tres hijos de Delon denunciaron conjuntamente el pasado verano de maltrato psicológico a su padre.

Alain Delon

Estamos ante la triste extinción de un hombre que, en su brillante juventud de seductor y galán de galanes, protagonizó películas como La piscina de Jacques Deray, con Delon en el papel del escritor Jean-Jacques, junto a su novia Marianne (Romy Scheneider). Un drama psicológico de poderes y destrucciones en el que la mujer fatal (Scheneider), la auténtica belle dame sans merci, utiliza a su pareja para que mate a un antiguo novio, Harry (Maurice Ronet), en una demostración de tiranía, comparable a la de la Gilda (Rita Hayworth) de Charles Vidor.

En la película, Delon solo es un instrumento para Marianne, la mujer-culto que empieza siendo una estatua de carne para convertirse en la mano fría del crimen perfecto. Deray conduce con maestría a Delon hasta convertirlo en el malo por persona interpuesta (Marianne). En un enclave de la Costa Azul, Delon y una jovencísima Jane Birkin (Penélope, hija de Harry) son dos cuerpos de piel bruñida destinados a liarse; sin embargo, nada es lo que parece. Madelainne manda, devuelve a casa a Penélope y desvela que su objeto oscuro del deseo es el hombre al que ya posee: Delon. 

La segunda muerte cinematográfica de Maurice Ronet, a cargo de Delon, se produce en A pleno sol, de René Clément, en otra aventura cerca del agua, esta vez frente al Adriático. René Clément basó la película en una de las mejores novelas de Patricia Highsmith; Ronet, en el papel del playboy Philippe Greenleaf, está perfecto y compatibiliza con Delon en estado de gracia, en el papel del conocido Tom Ripley de la Highsmith. Poco después, Luchino Visconti lo recluta para dos de sus mejores obras, Rocco y sus hermanos y El Gatopardo; esta segunda, en el conocido papel de Tancredo, un personaje citado y reproducido mil veces en el mundo de la política por pura fascinación amoral de los que sostienen la melancolía del poder. Entre estas dos últimas cintas, se intercala Antonioni, con El eclipse, cima de la primera postmodernidad, con Mónica Vitti, lánguida, desesperada y mujer diosa, junto a Delon, el corazón vacío en Roma, un agnóstico en la meca de la cristiandad, dominada a distancia por los cardenales de vida alegre en sus fincas de Castel Gandolfo. Una denuncia contra la masificación del mundo y la singular forma del amor glacial entre seres humanos, más allá de la química y la piel.

El Delon más encajable en su tiempo -al que él nunca quiso pertenecer- es el de La primera noche en la quietud, de Valerio Zurlini, una cinta mediocre en la que el actor interpreta a un profesor sin vocación (Daniele), enamorado de su joven alumna, Vanina, (Sonia Petrova). Es un Delon desprovisto de sus habituales malas pulgas, un desclasado que recita a Petrarca y escribe libros de poesía, envuelto en lana de cuello cisne, con abrigo de manga ranglán; fuma Gitanes y se mueve al volante de un Citroën Stromberg negro, hasta empotrarse contra un camión e incendiarse, en la última escena de la película. La cinta describe la ciudad de Rímini, con sus elegantes balnearios en la costa de la Emilia Romaña. Está grabada por el Delon anti-todo del 72, post Mayo francés, el actor que haría tan buenas migas, a lo largo de su vida, con Jean Paul Belmondo, fallecido en 2021, el lacónico faldero, capaz de vivir solo gestualmente e icono, este último, de la Nouvelle Vague. 

Delon en una escena de 'El silencio del hombre'

Uno de dos, de Patrice Leconte, la última película interpretada por ambos, marcó el reencuentro del tándem, 30 años después de que Jacques Deray los uniera por primera vez en Borsalino. Delon y Belmondo, gigantes de la escena se apreciaban y hablaban cada medio siglo; mantuvieron su amistad del primer día, un combinado de tiranteces y carantoñas. En El silencio de un hombre (Le samurai, título original, en francés), el asesino silencioso de Jean-Pierre Melville, Delon, deslumbra en las calles de Francia del medio siglo: pisos de altillo neoclásico, calles de aceras estrechas y calzadas mínimas, atravesada por el clásico estilo parisino de adelanto vertiginoso con un pitillo entre los labios. Es otra irrupción de Delon en el cine noir, con influencias de los personajes novelados -de ambos lados del Atlántico- siempre a la francesa; el actor no triunfó en EEUU y apenas conoció Hollywood. En la pantalla de Melville, vimos al Delon elegante y preciso, el héroe sin palabras, el pájaro solitario afectado por las heridas del alma; todo con un realismo descarado y desnudo, sin distopías ni verdades alternativas. 

Delon llevaba años tratando de esquivar a sus parientes, especialmente a su hijo menor, Alain-Fabian Delon, que hace un tiempo publicó el libro biográfico de su padre,  titulado De la raza de los señores, en el que trata al actor de machista, xenófobo y violento. Fabian, modelo e imagen de la marca Dior, dijo en su momento que su padre repetía esta frase a la hora de cerrar cualquier conversación con puntos de vista opuestos: “Tú perteneces a la raza de los señores. Era su respuesta a todo”. Fabian lo pone en boca de Delvan, el rol en el libro de un alter ego, un hombre que colecciona armas y mujeres, y que se comporta como un fetichista frenético. Delon lo ha aguantado todo hasta el final; el icono ha mantenido el semblante ambivalente que promete la serenidad atormentada del gusto francés. El desenlace de este embrollo, cubierto en Elle, Le Parisien o Paris Match, ha tardado en llegar, si tenemos en cuenta que la lamentable prole de Delon vive del negocio de las últimas voluntades de su padre. Y la instantánea final, digna de Tancredo, es un muero al fin para que todo siga.