Hay dos thrillers de terror de los años noventa del pasado siglo que se elevaron muy por encima del género: El silencio de los corderos y Seven. Se convirtieron en fenómenos sociológicos y en potentes y prolongadas influencias estéticas. La atmósfera siniestra que envolvía a sus psicópatas creó escuela. Su huella puede rastrearse en multitud de refritos que trataron de emularlas y en incontables series de televisión. Esos dos títulos reverberan tantos años después en Longlegs, sin duda su más admirable heredera. Y como el verano suele ser una estación propicia para estrenos de películas de terror, en unas semanas llegará también a salas MaXXXine (el 23 de agosto), que cierra una sugestiva trilogía del cineasta Ti West y la actriz Mia Goth.
Quizá convenga empezar explicando quién es el director de Longlegs. Osgood Perkins (Nueva York, 1950) es uno de los dos hijos de Anthony Perkins. Su hermano es el cantante Elvis Perkins y su madre era Berry Berenson -hermana de Marisa Berenson-, que falleció el 11-S de 2001, con solo 53 años, porque viajaba en uno de los dos aviones que los islamistas estrellaron contra las Torres Gemelas. Osgood debutó como actor con solo ocho años, interpretando en Psicosis II a Norman Bates de niño; ¿hay papeles que marcan para toda la vida? Tuvo una discreta carrera ante las cámaras pero en 2015 saltó a la dirección, centrándose -cosas del destino- en el cine de terror. Lo cierto es que es algo más que un repelente nepo baby. Más allá de su apellido, ha demostrado su talento para armar historias inquietantes en La enviada del mal, Soy la criatura que vive en esta casa y Gretel y Hansel, revisitación retorcida del cuento clásico. Pero con Longlegs da un salto cualitativo de envergadura.
La protagonista es una agente del FBI novata a la que ponen a trabajar en el caso nunca resuelto de un asesino en serie de corte satánico que lleva tres décadas liquidando a familias enteras sin dejar otro rastro que unos enigmáticos criptogramas y tal vez ni siquiera estuviese presente en los escenarios del crimen en el momento en que se cometieron. El motivo por el que, a la desesperada, eligen a esta insegura joven sin apenas experiencia es porque ha demostrado tener cierta capacidad de intuición -¿habilidades psíquicas?- y acaso esto le permita dar con alguna pista que todos han pasado por alto.
Durante las investigaciones, a la agente le viene a la memoria un recuerdo infantil que le sugiere que pudo haber conocido en persona a Longlegs, cuyo nombre viene de una canción de T-Rex. Y aquí es donde entran en juego los demonios interiores, también presenten en El silencio de los corderos y Seven y que aquí lleva a esta frase: “Sé que no te da miedo un poco de oscuridad, porque tú eres la oscuridad”.
La trama se suma a la larga lista de psicópatas y crímenes que llenan las pantallas desde hace décadas. Lo que convierte este largometraje en algo especial son dos elementos: el buen manejo de ciertos giros de guion que llevan a un impactante final y sobre todo un trabajo de puesta en escena virtuoso. Perkins sabe cómo crear un clima desasosegante mediante el manejo de los encuadres y el uso de grandes angulares, jugando con el peso del espacio vacío que aísla visualmente a la protagonista y buscando no tanto el golpe de efecto facilón sino la creación de una atmósfera. A ello también contribuye la fotografía -tonos apagados, colores fríos, claroscuros- y el meticuloso trabajo de la banda de sonido; no solo la música, sino el uso de los ruidos de fondo y los silencios.
Estamos ante un impecable ejercicio de narración cinematográfica, en el que es la fuerza de las imágenes mucho más que el uso de diálogos explicativos el hilo que tira de la trama: la casa de madera blanca, el paisaje nevado y el anorak rojo de la niña en el recuerdo infantil que abre la película; los prolongados planos del interior del coche y de la carretera rodeada de árboles invernales; la escena de la biblioteca en la que el trabajo espacial con la cámara genera creciente inquietud… Perkins trabaja con planos fijos de minuciosa composición y alarga con sutileza el tiempo para transmitir al espectador una sensación amenazante.
La protagonista es una notabilísima Malika Monroe, que sabe transmitir la fragilidad del personaje. La actriz se reveló a los amantes del género en It Follows, una resultona cinta indie de David Robert Mitchell (quien tras este éxito rodó la más arriesgada Lo que esconde Silver Lake, una apuesta admirable que pinchó en taquilla y lo condenó a años al ostracismo). ¿Y quién encarna al psicópata? Un irreconocible Nicolas Cage, que la productora ha mantenido en secreto, porque no se le ve en ninguna de las fotografías promocionales. Sabia decisión, porque el momento en que aparece en pantalla es estremecedor.
Y aquí me permitirán un apunte: debido a su histrionismo y a las excentricidades de su vida privada, el actor ha acabado convertido en figura de culto para frikis y hasta en carne de meme. Y sí, puede ser un histrión pasado de vueltas que ha protagonizado montones de títulos infames por necesidad económica. Pero al mismo tiempo es un actor que ha sabido crear un estilo propio y cuya sola presencia salva a algunas películas del olvido. No solo esto, hay que poner en valor su apuesta por estimulantes directores de escasa trayectoria como Panos Cosmatos (Mandy), Michael Sarnoski (Pig) o el noruego Christopher Borgli (Dream Scenario). En Longlegs demuestra que es mucho más que un bufón y un tipo raro. Es un actor capaz de construir como pocos un personaje verdaderamente perturbador.
Si Longlegs juega con los rituales satánicos, MaXXXine, ambientada en los años ochenta, en pleno rearme moral de Reagan, arranca con una referencia al llamado satanic panic que se desató en la sociedad americana en aquellos años. Cualquier adolescente rarito era sospechoso de celebrar misas negras con sacrificio de bebés y hasta se creó una comisión del Congreso ante la que se citó a personas de la industria musical, acusadas de pervertir a la juventud con mensajes ocultos en los discos. La otra fuente de corrupción moral era, claro, Hollywood, y allí pretende triunfar Maxine Minx, una actriz porno a la que se le ofrece la posibilidad de protagonizar una cinta de horror de serie B, la segunda parte de La puritana. En paralelo, todos los que la rodean la empiezan a morir de forma violenta, mientras por la ciudad circula un psicópata suelto (en este caso real, el llamado Night Stalker que aterrorizó a Los Ángeles entre 1984 y 1985 y asesinó a catorce personas antes de ser detenido).
MaXXXine clausura la trilogía de Ti West (Wilmington, 1980) y Mia Goth (Londres, 1993), cuyos tres títulos están unidos por los personajes y los guiños metacinematográficos, y porque proponen una reflexión sobre la cultura de la fama y el papel del cine en la forja de sueños y pesadillas. La primera, X, homenajeaba al splatter de los años setenta -la referencia diáfana era La matanza de Texas- y estaba protagonizada por un reducido equipo que se desplazaba a una granja aislada para rodar una película porno. Como pueden suponer, casi nadie salía vivo de allí.
En esa entrega el elemento terrorífico era una anciana trastornada, cuya juventud se contaba en la siguiente cinta, Pearl, sobre una chica obsesionada con triunfar como bailarina y ser famosa. En ese caso, el referente visual era nada menos que el Mago de Oz. En la tercera se retoma a Maxine, la actriz porno superviviente de la primera, ahora empeñada en conquistar Hollywood.
Mia Goth, con un rostro que no responde a la fotogenia estándar del cine, se ha convertido en una auténtica horror queen; aparece también, muy turbadora, en Piscina infinita de Brandon Cronenberg, que Ramón de España reseñó en estas páginas. En MaXXXIne está muy bien acompañada por un estupendo Kevin Bacon el papel de un turbio detective privado; Bobby Cannavale, en el papel de un policía muy macho; Giancarlo Esposito casi irreconocible por la peluca, como el agente de la aspirante a estrella y Elizabeth Debicki como una despótica directora inglesa.
La cinta homenajea al slasher ochentero y por eso no es casual la presencia de Bacon, que -recuerden- era uno de los chicos asesinados en Viernes, 13, uno de los títulos emblemáticos de este subgénero. Ti West incorpora otros jugosos guiños: hay una persecución en el plató de la Universal que termina en la Motel Bates de Psicosis, que efectivamente sigue allí. Introduce además algunas interesantes reflexiones sobre el cine: la directora que rueda la segunda parte de La puritana le explica a Maxine que va a utilizar el encargo de esa película barata para lanzar su propio mensaje, que es lo que hace West mediante un género popular como es el terror.
Y es que al final MaXXXine es, entre otras cosas, una malévola reflexión sobre la obsesión por la fama y el éxito en la sociedad norteamericana. No por casualidad arranca con una frase impagable de Bette Davis: “En este negocio, hasta que no te ven como a un monstruo, no puedes ser una estrella”.