Con toda seguridad, no hay muchos seres irrepetibles en el mundo. Pero José Val del Omar (Granada, 1904- Madrid, 1982) supo serlo. A su modo. De sí mismo dijo, por ejemplo: “Soy un suceso, no tengo otra silueta que el cambio”. Dicha afirmación no contiene otra cosa que una forma de disimular la extravagante cultura de un señor de buena familia que empeñó la vida en inventarse de nuevo el cine, adentrándose hasta el fondo en los asuntos de la luz y de la imagen. Y, ciertamente, lo logró, hasta situarse como una figura clave de la revolución de la imagen en movimiento.
Pero su trabajo supera, con mucho, la condición de cineasta, aunque su Tríptico elemental de España, iniciado en 1952 y solo rematado de forma póstuma, sea un alarde de experimentación fílmica. Consta que se dedicó con ahínco a la exploración tecnológica, tanto en el ámbito cinematográfico como en los campos de la radio, la televisión, la electroacústica y las aplicaciones educativas de los medios audiovisuales. Entre los numerosos artefactos visuales en los que tuvo participación, sobresale el objetivo focal variable o zoom, que perfiló a finales de la década de los veinte.
Paradójicamente, este cinemista −como él prefería llamarse− acumula hoy más prestigio que fama. El filósofo Salvador Pániker halló en él un nuevo modelo humano, capaz de conciliar la mística y la ciencia. El profesor Román Gubern lo incluye en la estirpe de los exploradores de la técnica cinematográfica, al lado de Méliès, Chomón, Epstein, Murnau y Welles, pero con el aliento libertario propio de los poetas y los transgresores. Víctor Erice ha señalado que en la poética del creador granadino están las grandes utopías cinematográficas, la de los buceadores entre el cine y las otras artes.
Han jugado en su contra el carácter experimental de sus creaciones y, también, el difícil encaje del cineasta en el tablero político español. Si su participación en las Misiones Pedagógicas de la República −en las que ejerció de proyeccionista de cine, de fotógrafo documentalista y de responsable del Museo del Pueblo− lo eleva al santoral de la izquierda, su posterior incorporación como técnico audiovisual a las filas franquistas, ocupándose de la instalación sonora de la Concentración de la Falange (abril de 1940), ha llevado a inscribirlo entre los conversos a los postulados fascistas.
Val del Omar ha quedado como un cineasta de aire novedoso y un insistente investigador audiovisual, cuya labor se desarrolló siempre a la sombra de las instituciones. Mutó para adaptarse a los diferentes contextos políticos de España a lo largo del siglo XX: de la efervescencia cultural del régimen republicano a las vicisitudes del régimen represivo surgido de la Guerra Civil, de los intentos de la dictadura de Franco por encajar en el complejo rompecabezas político-industrial de la Guerra Fría a la libertad de creación que se inauguró con la llegada de la democracia a partir de 1975.
Asoma así −plural, contradictorio, tempestuoso− este creador en la última antológica que revisa su producción: José Val del Omar: Una Técnica con T mayúscula, que puede verse en el Centro de Creación Contemporánea de Andalucía (C3A), en Córdoba, hasta el 1 de septiembre. La exposición, diseñada por el arquitecto, crítico y comisario barcelonés Lluís Alexandre Casanovas, acumula abundante material inédito entre las más de trescientas piezas que componen la cita, aportadas por la Filmoteca Española, la Residencia de Estudiantes, la Fundación Pablo Iglesias y el Museo Nacional de Escultura, entre otros.
El resultado posee una gran potencia. Tanto que la muestra tiene algo de efecto lisérgico. Es como si el rebaño de imágenes de Val del Omar se ensanchara a través de sus collages, sus cachivaches, sus dibujos, sus anotaciones y el aparataje documental de su disparatada y necesaria poética. Aquello que salió del laboratorio del cineasta está también aquí recreado en todos sus detalles para fijarlo no como un creador aislado, sino en el centro de una constelación de discursos, instituciones y disciplinas surgidas en el siglo XX, enfatizando siempre su compromiso con el espectador.
La exposición que acoge el centro artístico cordobés tiene como punto de partida un texto del propio Val del Omar, 'El firmamento de una Técnica con T mayúscula', escrito en los años sesenta, en el cual urgía a los españoles a pensar en una técnica que, como “ventana ardiente entre el documento y el misterio”, hiciera “de la información un fin colectivo”. “Una técnica que, lejos de la experiencia individual que ofrecían entonces la publicidad y la propaganda de la Guerra Fría, propiciara un entendimiento y una emoción compartida entre iguales”, destaca el comisario.
Como creador queda fijado, pues, entre los malditos de obra breve y enigmática. Acaso uno de los más excéntricos en el panorama del cine español, tan poco dado a los experimentalismos, que con el tiempo ha devenido en figura de culto cuya veneración se renueva y crece constantemente. Su Tríptico… es la manifestación principal de su particular concepción cinematográfica en “la frontera entre la realidad y el misterio”, al tiempo una decantación de los códigos fílmicos del surrealismo y del expresionismo que una demostración de las posibilidades estéticas de algunas de las patentes técnicas de su invención.
A este trabajo se le suman los cortometrajes de Festival en las entrañas, encargo del Ministerio de Información y Turismo para su proyección en la Exposición Universal de Nueva York de 1964. Inéditos hasta la fecha −no llegó a concluirlos a tiempo para su exhibición−, los documentales son una radiografía única de la España del desarrollo, dado que las imágenes exceden la propuesta institucional y exploran las preocupaciones del autor: el rol de la cultura gitana en la construcción de una identidad estereotípica española, el establecimiento de un sector turístico profundamente servil o las distintas velocidades del desarrollismo franquista.
Como teórico y técnico de lo audiovisual, creyó en el cine como un arte de pleno derecho antes que como simple ejercicio de entretenimiento para las masas. Con esa finalidad, ideó sistemas de grabación y reproducción sonora y varios proyectores de vistas fijas y móviles, concebidos tanto para uso didáctico como ocioso. Ya en los años sesenta desarrolló diversos formatos cinematográficos en busca de un mejor aprovechamiento de la película y, entre otras ocurrentes invenciones, perfeccionó o adaptó a sus intereses distintos aparatos de uso común en la producción y exhibición audiovisual.
Todo aquel mundo de novedades técnicas tuvo su cueva de los ingenios en el Laboratorio P.L.A.T. (Picto-Lumínico-Audio-Tactil) que abrió en un pequeño local de Madrid una vez que abandonó su trabajo de asesor en distintas instituciones como Radio Televisión Española, la Escuela Oficial de Cine o la Empresa Nacional de Óptica (Enosa). El cineasta equipó este espacio con los múltiples aparatos electrónicos y mecánicos que acumuló a lo largo de su carrera. En pocos metros cuadrados, distintas cámaras se oponían a pantallas de materiales, opacidades y tamaños diferentes en medio de un magma de cables, focos y linternas.
Desde ese jardín de máquina, Val del Omar asistió a la época de aceleración de los medios de comunicación y a la conversión del espectador en un simple consumidor o en un ente más de la masa. Lejos de caducar, su ideario ha ganado actualidad en un presente caracterizado por la saturación visual, la normalización de la propaganda y un uso cada vez más agresivo de la tecnología. Val del Omar imaginó mucho más de lo que fue capaz de hacer. Pero todo lo que alcanzó a desarrollar es fastuoso. Así lo explicó él mismo: “Soy un hombre, una criatura enamorada de la creación”.