“Todo el mundo quiere ser Cary Grant. Incluso yo quiero ser Cary Grant”, dijo Cary Grant. O más bien Archie Leach, que es como se llamaba en realidad. El actor, la estrella, el personaje fue una de las construcciones más afinadas del star-system hollywoodiense: un seductor sofisticado y dotado de sentido del humor dentro y fuera de la pantalla. El material de partida era, sin embargo, de lo menos prometedor: un individuo que tuvo una infancia humilde y de tintes dickensianios y una vida personal borrascosa; un perfil muy alejado del carismático y desenvuelto galán que representaba. 

La serie de cuatro episodios Archie (Filmin) trata de aproximarse al hombre detrás de la máscara, centrándose en dos momentos de su vida, que evoca sobre un escenario ante el público. Sucedió así en la realidad: en su vejez, ya retirado del cine, el actor recorrió Estados Unidos e Inglaterra con el espectáculo A conversation with Cary Grant, en el que respondía a preguntas de sus fans y contaba anécdotas de su carrera. 

Los flashbacks de la serie se centran por una parte en la desoladora infancia en Bristol y los inicios de su trayectoria en Estados Unidos, y por otra en su cuarto matrimonio -habría un quinto-, con Dyan Cannon, entonces una joven actriz de incipiente carrera, treinta años más joven que él, con la que tuvo su única hija, Jennifer. La explicación de por qué dedica tanta atención a este segundo periodo es que está basada en las agridulces memorias de Cannon, Dear Cary: My Life with Cary Grant y que ella y la hija del matrimonio son coproductoras de la serie. 

'Dear Cary'

Aparecen escenas de rodajes -sus inicios con Mae West, Con la muerte en los talones, Charada, Suave como el visón- y hay referencias a otros -Operación whisky-, pero se echa en falta más espacio para abordar el desarrollo de su carrera en Hollywood y sus matrimonios anteriores, uno de ellos con la millonaria heredera Barbara Hutton. La serie pasa de puntillas sobre su supuesta homosexualidad: unas vagas pinceladas sobre el tiempo en que compartió casa con Randolph Scott y una ambigua respuesta de Grant cuando se le pregunta sobre este tema.

Sí muestra en cambio sus sesiones terapéuticas con LSD, bajo la tutela de su psicoanalista. De las escenas de intimidad con Cannon surge un retrato algo chismoso, que no pretende ser destructivo pero sí incide en las insufribles manías del actor, sus inseguridades y la obsesión controladora que ejercía sobre ella. A que la propuesta funcione razonablemente bien contribuye de manera muy meritoria su protagonista, Jason Isaacs, que logra un parecido físico más que razonable con Grant y se mete en su piel de forma plausible: consigue transmitir su ingenio y sus demonios interiores. En cuanto a Dyan Cannon, Laura Aikman es clavada a ella y hace una interpretación sobresaliente de una mujer que se mueve entre la ingenuidad y la maquinación. 

'Archie'

Archie retrata al Grant ya maduro que afronta el tramo final de su carrera y al que empieza a inquietarle hacer el ridículo si persiste en seguir interpretando el papel de seductor frente a actrices más jóvenes que él (aunque en su vida privada se casó con una de ellas). Y por otro lado, reconstruye de forma minuciosa su infancia en Bristol: un hermano que murió al infectársele un simple corte en la mano que le provocó una sepsis por dejadez paterna; una madre ya un punto desequilibrada a la que el padre decidió internar en un sanatorio mental aduciendo que no había superado la pérdida del hijo, aunque en realidad con eso se despejaba el camino para iniciar una nueva vida con su amante, con la que había formado una segunda familia. Y para ello dejó a su hijo Archie al cuidado de una abuela nada cariñosa, diciéndole además que su madre había muerto, lo cual no era cierto (él se enteró de que seguía viva muchos años después, cuando ya era una estrella de Hollywood). 

A ese chaval que parecía condenado a una vida miserable, lo salvó la farándula. Entró en la compañía de vodevil de Bob Pender y con ella viajó a Estados Unidos para una gira, siendo todavía menor de edad. Como no tenía ningún aliciente para regresar a casa, cuando la troupe hizo las maletas de vuelta a Inglaterra, él decidió quedarse en Estados Unidos para probar suerte. Es el mismo recorrido que antes habían hecho sus compatriotas Charles Chaplin y Stan Laurel, que también llegaron a Estados Unidos como miembros de una compañía de cómicos y se metieron en la nueva industria del entretenimiento llamada cine que entonces estaba empezando en la costa Oeste. 

'Archie'

Archie Leach empezó a presentarse a castings para obras de Broadway, teniendo que vencer la perplejidad que generaba su acento. El éxito le llegó en 1931, junto a actriz Fay Wray (que un par de años después se convertiría en la chica de King Kong) en Nikki, una obra escrita por su marido y producida por el matrimonio, que funcionó tan bien que después la transformaron en musical. Las críticas positivas que recibió la actuación del joven galán y su buena planta le animaron a probar suerte en Hollywood. Frente a la cámara resultaba fotogénico y consiguió un contrato con la Paramount, pero decidieron cambiarle el nombre porque lo de Archie Leach carecía de sofisticación, y de ahí surgió Cary Grant. 

Se modeló así un producto de la industria del cine americano, que no creaba actores sino estrellas, cada una de las cuales no solo interpretaba personajes en la pantalla, sino que proyectaba una imagen pública que el estudio que las tenía contratadas controlaba al milímetro. Grant fue uno de los primeros en rebelarse contra este férreo sistema. Cuando en 1937 caducó su contrato con Paramount, se negó a renovarlo y se convirtió en una rara avis, ya que iba por libre y negociaba película a película, con la libertad de elegir las que de verdad deseaba protagonizar. 

'Archie'

Aun así, fue un prototípico ejemplo del glamour made in Hollywood, que es uno de los primeros ejemplos de fabricación de ídolos de masas, siguiendo la estela inaugurada en el siglo XIX por el aura de divos de ópera y divas del teatro. Lo apuntó el crítico Andrew Sarris: “Contemplar a las estrellas de cine puede considerarse una de las religiones de nuestro tiempo”. Otras cinematografías forjaban actores con una celebridad local, Hollywood producía ídolos, iconos de repercusión mundial. 

La histeria desatada con la repentina muerte de Valentino fue un primer aviso del alcance de esta nueva religión cuyos dioses eran como estatuas clásicas de impoluta belleza marmórea. El imaginario del glamour hollywoodiense fue creado con la inestimable ayuda de fotógrafos como George Hurrell, con sus sensuales retratos de minuciosa iluminación que exaltaba la perfección sin mácula de rostros y cuerpos mucho antes de la invención del Photoshop. Esa era la materia de la que estaban hechos los sueños de la llamada fábrica de sueños durante el largo periodo clásico, que se extiende hasta finales de la década de los cincuenta. 

'Archie'

En este universo de mitos del celuloide, Grant fue uno de los más dúctiles y sugerentes, gracias a su amplitud de registros: de la comedia enloquecida al melodrama, pasando por el cine de aventuras. En sus inicios, actuó junto a Marlene Dietrich (La venus rubia de Sternberg) y Mae West (Lady Lou, No soy ningún ángel) como un jovencito de buena planta convertido en objeto del deseo de estas lascivas damas mayores que él. Eso sucedió en la pantalla y también fuera de ella, y los comentarios malévolos de ambas sobre su poca pericia en la cama y el escaso interés que mostraba por las mujeres dispararon los rumores sobre su homosexualidad. 

Después, en su momento de máximo esplendor, fue con toda probabilidad el más dotado intérprete de screwball comedies: La pícara puritana, La fiera de mi niña, Vivir para gozar, Arsénico por compasión, Luna nueva, Historias de Filadelfia, La novia era él, Me siento rejuvenecer. Parte de las mejores  las rodó a las órdenes de Howard Hawks, que supo sacar partido de sus dotes dramáticas en la aventura aérea de Solo los ángeles tienen alas, un registro que también cultivó en títulos como Gunga Din y Destino Tokio. 

'Archie'

Trabajó en cuatro ocasiones con Alfred Hitchcock, que supo jugar con su magnética simpatía para crear un clima inquietantemente ambiguo en Sospecha, en la que el galán podía ser un asesino dispuesto a liquidar a su rica y cándida esposa interpretada por la sufriente Joan Fontaine. El maestro del suspense siguió explotando esas zonas de sombra en Encadenados, en la que acaso ama o acaso utiliza de forma impía a Ingrid Bergman en un asunto de espionaje. Después exprimió su encanto irresistible en Atrapa a un ladrón y sobre todo en Con la muerte en los talones (con guion de Ernest Lehman, uno de los más perfectos de la historia del cine). 

En la estela hitchcockiana se movía Charada de Stanley Donen, otro director con el que Grant trabajó en varias ocasiones: Bésalas por mí, Indiscreta, Página en blanco. El actor explotó su vena romántica en títulos como Tú y yo con Deborah Kerr, y en su madurez interpretó a un borrachuzo cascarrabias de buen corazón en Operación whisky, su última película realmente interesante, antes de clausurar su carrera en 1966 con la muy discreta Apartamento para tres. 

'Archie'

Su infancia no le auguraba una vida esplendorosa. Consiguió dejarla atrás y se reinventó a sí mismo lejos de casa. Se construyó un personaje imbatible en la pantalla y fuera de ella. Una máscara de encanto e ironía. Grandes directores le sacaron partido y lo modularon. Interpretó a personajes diversos en géneros también diversos, pero en todos ellos asomaba siempre Grant, magnetizando a hombres que querían emularlo y a mujeres que lo deseaban. Lo dijo el reputado crítico David Thompson: “Fue el mejor y el más importante actor de la historia del cine”. Y en otro tono, el personaje de Audrey Hepburn en Charada, que le suelta embelesada: “¿Sabes cuál es tu defecto?Ninguno”. Pues eso.