¿Quién eres en realidad? ¿Quien crees ser, quien desearías ser o quien los demás consideran que eres? A estas preguntas casi metafísicas responde, por medio de una ingeniosísima comedia negra con armazón de película policiaca Hit Man: Asesino por casualidad de Richard Linklater (Houston, 1960).
Está inspirada en las andanzas de un personaje real. El tipo se llamaba Gary Johnson y era un veterano de Vietnam que daba clases de filosofía y psicología en la universidad. Pero el discreto y pacífico docente llevaba en secreto una vida paralela: colaboraba con la policía haciéndose pasar por asesino a sueldo. Su trabajo consistía en citarse con clientes que pretendían contratarlo para que los librase de alguien a quien detestaban o que les resultaba molesto. Concertaba una reunión en algún lugar público, que la policía grababa desde un vehículo camuflado y en cuanto el aspirante a criminal de turno se autoincriminaba, lo detenían allí mismo y lo mandaban a juicio.
Linklater conoció la existencia de este peculiar personaje por un artículo aparecido en el Texas Montly del periodista especializado en true crime Skip Hollandsworth. Otra de sus historias ya le había inspirado la comedia negra y criminal Bernie, que rodó en 2011 con Jack Black. En el caso de Hit Man, el guion lo ha coescrito con el protagonista de la cinta, Glen Powell, y han trasladado la acción de Houston a Nueva Orleans. Al personaje real, que falleció poco antes del estreno, se le homenajea en los créditos finales con la inclusión de varias fotografías del auténtico Gary Johnson.
De él toman solo su doble vida como profesor e infiltrado policial, porque la trama que desarrolla la película entra ya en el terreno de la pura ficción. En una de sus misiones, Gary es contactado por una bellísima joven que quiere liquidar a su marido maltratador. La ingenuidad y el encanto de la muchacha llevan al falso sicario a saltarse todos los protocolos. Decide salvarla, simulando que la grabación incriminatoria se ha estropeado, y empieza a verse a solas con ella.
Se inicia entonces un romance que funciona como los enredos de identidades transmutadas de las mejores screwball comedies clásicas. Ella se enamora no del pacífico profesor, sino del sicario al que interpreta, y él cae rendido ante la sensual chica maltratada que tal vez no sea tan cándida como aparenta. Sumando a esto una sucesión de encuentros fortuitos y enredos en los que se suman varios personajes secundarios, el lío está servido.
Manejando estos elementos con otro tono, la historia habría podido dar pie a un sombrío y sórdido policiaco sobre un individuo sobrepasado por las circunstancias y abocado al crimen por una femme fatale. Sin embargo, Linklater opta por la liviandad de la comedia, que conforme avanza va adquiriendo tintes cada vez más negros. Una liviandad solo aparente, porque tras el divertimento hay una perspicaz reflexión sobre la identidad -quienes somos, quienes creemos ser y quienes aparentamos ser-, asunto sobre el que el protagonista, en su faceta de profesor, elucubra ante sus alumnos.
Al parecer, una de las virtudes que tenía el verdadero Gary Johnson para su trabajo de policial era que, más allá del maquillaje y las pelucas que pudiera utilizar, su rostro resultaba fácilmente olvidable. El actor que lo interpreta, un excelente Glen Powell, tiene un aspecto mucho más seductor, pero pone empeño en darse aires de tipo anodino y se lo pasa en grande luciendo la sucesión de disfraces, cada vez más disparatados, que utiliza para transformarse en un asesino a sueldo creíble para sus clientes.
Hay algo del Peter Sellers del Inspector Clouseau en esta vertiente camaleónica y la historia tiene ecos de aquel delicioso cuento de James Thurber La vida secreta de Walter Mitty, en el que un pobre diablo de vida insignificante soñaba con aventuras peliculeras para evadirse de su plúmbea cotidianeidad. El protagonista de Hit Man es un tristón y solitario profesor divorciado, invisible para sus apáticos alumnos, que no tiene que conformarse con soñar aventuras, sino que puede vivirlas, como una suerte de aprendiz de James Bond con bigote postizo y peluca. El problema es que cuando entra en la ecuación el amor y este conduce al crimen todo se complica.
El cine ha ido construyendo un imaginario alrededor del asesino a sueldo, más cercano al mito que a la realidad. Del taciturno y ascético samurái urbano al que interpretaba Alain Delon en El silencio de un hombre de Melville a John Wick o El asesino de David Fincher, pasando por el dubitativo sicario de Blast of Silence, la olvidada obra maestra de Allen Baron o la versión tokiota y pop de Branded To Kill de Seijun Suzuki, la lista es casi infinita. Linklater desmitifica por completo tanto el arquetipo del implacable liquidador como a sus clientes, que conforman una fauna humana de botarates que han visto demasiadas películas y creen que pueden contratar a un sicario a la carta por internet.
El tejano Richard Linklater tiene una larga y ecléctica carrera a sus espaldas, en la que destaca su empeño -se diría que obsesión- por plasmar el paso del tiempo. Prueba de ello fue el osado experimento de Boyhood, rodada a lo largo de doce años para contar de manera fidedigna el tránsito de la infancia a la juventud de su protagonista. Está ahora enfrascado en otra pirueta similar, Merrily We Roll Along, adaptación del musical de Stephen Sondheim y George Furth, que sigue el destino de tres personajes a lo largo de varias décadas. De momento ha rodado tres de los nueve episodios que la conformarán y la previsión es que le quedan por delante diecisiete años hasta completar el proyecto.
Esta vocación experimental le ha llevado también a explorar la animación en Una mirada a la oscuridad y Apolo 10 ½., esta última una fantasía con muchos elementos autobiográficos sobre su propia infancia en el Houston de finales de los años sesenta, en plena carrera espacial. Hay también retrato generacional en Movida del 76, ambientada en un instituto y una de las cintas favoritas de Tarantino, y en Todos quieren algo, una suerte de prolongación, con otros personajes, en una universidad. Pero sin duda sus largometrajes más célebres son los que conforman la conocida como trilogía del Antes de: Antes del amanecer, Antes del atardecer y Antes del anochecer, con una cuarta entrega prevista en el futuro. Están protagonizados por Ethan Hawke y July Dephy -que también colaboran en los guiones, ya que hay mucha improvisación de los actores- como una pareja que se va reencontrado en diversas ciudades y momentos de sus vidas; una vez más, Linklater y su empeño por narrar el paso del tiempo.
Frente a la ambición de estos proyectos, Hit Man puede sonar a pieza menor, pero no se engañen. Es muy divertida, pero no es un mero divertimento. Es una ingeniosa reflexión sobre los papeles que interpretamos en la vida, siempre en precario equilibrio entre la verdad y la impostura. Ya lo dijo Shakespeare en Como gustéis: “El mundo entero es un escenario y todos los hombres y las mujeres son meros actores: tienen sus salidas y sus entradas, y un hombre durante su tiempo desempeña muchos papeles”.