A finales de los años 80, uno vivía en Madrid y se ganaba la vida trabajando para un semanario del grupo PRISA que acabaría como el rosario de la aurora. A medida que el ambiente se iba enrareciendo cada vez más (supongo que porque se intuía la magnitud de la tragedia), opté por huir de la redacción a la primera oportunidad, ofreciéndome voluntario para entrevistar a cualquiera en cualquier sitio. Fue así cómo acabé en las montañas que dominaban la ciudad suiza de Ginebra charlando con el gran Hugo Pratt (nacido Ugo Eugenio Pratt, Rimini, Italia, 1927 – Pully, Suiza, 1995), que se había retirado a una bonita y apacible mansión muy cercana a la que ocupaba David Bowie y que me señaló desde la terraza.
-¿Y de qué parte de España viene usted? -me preguntó.
-De Madrid, pero soy de Barcelona -repuse, y enseguida vi que se le torcía el gesto:
-O sea, catalán…
-Eso me temo -reconocí.
-No se preocupe -me tranquilizó- En Italia tenemos a una gente que son incluso peores que ustedes: ¡los genoveses! No hay nada más mezquino, miserable y avaro…
El hombre soltaba estas burradas con la sonrisa en los labios, por lo que era imposible tomárselas a mal. Ya en un espacioso salón, me ofreció asiento y una copa y me dio un par de horas de amena conversación. Hablamos de comics, evidentemente. Y de sus comics en particular. Y reconstruimos didácticamente toda su carrera (además de descubrir algunos datos insólitos de su familia, como que su abuelo paterno anglo-francés, Joseph Pratt, estaba emparentado con Boris Karloff): sus inicios en 1945 en la revista Asso di Picche, junto a Dino Battaglia.
Menos es más
Su larga estancia en Argentina (donde añadió la H de su nombre de pila), sus fecundas colaboraciones con el guionista Héctor Oesterheld entre 1952 y 1959 (series como Sargento Kirk, Ticonderoga o, especialmente, Ernie Pike). Su breve paso por Inglaterra, donde trabajó para la editorial Fleetway. Su regreso a Italia en 1962 y sus colaboraciones para el semanario Il Corriere dei Piccoli, hasta que en 1967 creó el personaje que le otorgó el pasaporte a la fama internacional, Corto Maltese – un pirata aventurero, romántico y buen tipo en el fondo-, del que llegaría a escribir y dibujar la friolera de 29 álbumes.
También abordamos sus influencias, artísticas y literarias, que resultaban evidentes para cualquiera que se hubiera leído la primera aventura de Corto Maltese, La balada del mar salado: Milton Cannif para el dibujo y Joseph Conrad y Jack London para el tono del relato. De hecho, el creador de Terry y los piratas y Steve Canyon fue para Pratt más un punto de partida que una presencia constante en su obra, que fue desprendiéndose paulatinamente de un trazo corpóreo de lo más contundente y optando por una eficaz mezcla de boceto y aplicación del concepto de Mies Van der Rohe Menos es más.
Interés artístico-narrativo
En las aventuras de Corto Maltese no hay ni una línea de más ni una de menos, aunque nunca han faltado los que le han considerado un dibujante excesivamente esquemático. Yo creo que ahí residían su gracia y su originalidad. Y lo que, desde luego, no se le puede negar es su condición de inventor de la novela gráfica: descolgarse en 1967 con un álbum de ciento y pico páginas fue toda una heroicidad en unos tiempos en los que la extensión del comic medio oscilaba entre las 44 y las 62 planchas.
Hugo Pratt murió unos años después de nuestro encuentro a causa de un cáncer. Aunque siempre se consideró veneciano, pues en la ciudad de loa canales transcurrió su infancia y adolescencia, sus restos descansan en un cementerio suizo. Tuvo una vida nómada y movida y hasta se convirtió en el coprotagonista de un comic de su amigo Milo Manara (el mejor dibujante de traseros femeninos que haya visto la historia), H. P. y Giusseppe Bergman (homenaje recompensado con dos guiones para el señor Manara: Verano indio (1983) y El gaucho (1991)). El gesto de crear genuinas novelas dibujadas fue fundamental para el nacimiento de la revista francesa A Suivre, que supervisó en un principio. Y Pratt es de los autores que más ha contribuido a que los profanos se interesasen por las posibilidades artístico-narrativas de los tebeos.
No contento con eso, era un tipo extremadamente simpático y hospitalario, como pude comprobar aquella lejana tarde en Suiza, con la presencia al fondo de la casa de David Bowie. De acuerdo, los catalanes no le caían muy bien, pero me consuela pensar que aún detestaba más a los genoveses.