El próximo día 19 se estrena en España el cuarto largometraje del británico Jonathan Glazer (Londres, 1965), The zone of interest, que ofrece una perspectiva nueva y siniestramente original de un tema viejo, el holocausto nazi, y que ha sido elegida por el Reino Unido para los premios de la Academia de Hollywood de este año en una decisión que la honra, ya que la propuesta es rara no, lo siguiente. También lo eran las tres anteriores, incrementando el nivel de extravagancia en cada una de ellas.
Sexy beast (2000) era, aparentemente una película de gánsteres: un mafioso jubilado en la Costa del Sol (Ray Winstone), quien cree haber cumplido de sobras con sus jefes, lleva una vida regalada hasta que aparece, enviado desde Londres, un sujeto diabólico (Ben Kingsley) con la propuesta de un último trabajito, una propuesta de ésas que no puedes rechazar si sabes lo que te conviene; lo que parecía un thriller convencional no tarda nada en convertirse en una pesadilla angustiosa, en un juego del gato y el ratón que desquicia a la víctima y, de paso, al espectador.
Reencarnación (2004) es una fantasía aterradora en la que una viuda (Nicole Kidman) está a punto de casarse con otro hombre cuando se cruza con un niño que dice ser la reencarnación de su difunto marido y la urge a evitar la nueva boda. Una vez más, estamos ante una propuesta que no acaba de ser lo que parece. Lo que podría haber sido una historia entre fantástica y terrorífica deviene una extraña reflexión metafísica sobre el amor y la fatalidad, saltándose las limitaciones del género y apelando a un espectador que no se sabe muy bien si existe y, en caso afirmativo, sorprendiéndolo cada diez minutos con algún giro de guion impredecible (aquí Glazer contó con la colaboración del socio eterno de Luis Buñuel, el francés Jean-Claude Carrière). A destacar la aparición de la mítica Lauren Bacall en uno de sus últimos papeles.
Under the skin (2013) es una marcianada (en el sentido literal del término) que narra el deambular por Escocia de una mujer (Scarlett Johanson) que arrastra a los hombres hacia el desastre y que resulta ser, efectivamente, una extraterrestre. Inspirada en una novela de Michel Faber mucho más convencional, Under the skin es, hasta ahora, la película más bizarre de nuestro hombre, hasta el punto de que cuando la vi no supe muy bien a qué atenerme. No sabía si me acababa de tragar una obra maestra o una tomadura de pelo. Fue al ver cómo me volvía a la mente durante los días siguientes al visionado cuando llegué a la conclusión de que había visto una marcianada con mucho fundamento (y unas posibilidades nulas de éxito comercial: en España se estrenó con mucho retraso y no fue a verla nadie).
Desolador fundido en negro
Diez años después de Under the skin, llega La zona de interés, en la que Glazer sigue dándole vueltas al tema del mal, pero desde una perspectiva menos bizarra y/o extravagante, como si pretendiera ilustrar a su manera el célebre concepto de Hannah Arendt sobre la banalidad del mal. Basada (a su manera) en la novela homónima de Martin Amis, quien falleció poco después de verla, aunque ambos hechos no creo que estén relacionados, The zone of interest aborda el holocausto desde una perspectiva siniestramente doméstica, a través de la plácida existencia del director del campo de concentración de Auschwitz y su estirada esposa (Sandra Huller, protagonista de ese ladrillo sobrevalorado que es Anatomía de una caída). La pareja y sus hermosos retoños arios viven al lado del campo, pero no se dan por enterados de los horrores que tienen lugar en él, que el espectador no ve porque ni se le muestran ni falta que hace.
Entre criar a sus hijos y abroncar a sus sirvientas/esclavas judías, a la gélida Hedwig se le pasa el tiempo tan ricamente, despidiéndose cada mañana de su marido como si éste se dirigiera a una oficina y no a supervisar el gaseamiento de judíos. Asistimos atónitos a su vida cotidiana, a los intentos del marido por prosperar en lo suyo, a un molesto cambio de destino que puede acabar con la vida regalada y campestre de Hedwig, y así hasta el final, cuando vemos unas imágenes actuales del campo polaco de Auschwitz que conducen a un desolador fundido en negro tan largo como el que abre la película (Glazer insiste en que La zona de interés es más para oír que para ver).
Cuatro películas en veinte años demuestran que nuestro hombre no tiene las cosas fáciles para contar las historias que lo motivan. Afortunadamente para él, se gana la vida con la publicidad y los videoclips (ha dirigido videos musicales de gente como Blur, Massive Attack, Radiohead o Nick Cave). Después de tres rarezas como Sexy beast, Reencarnación y Under the skin, The zone of interest (pese a ser también rarísima) constituye un cierto cambio en la manera de hacer de Glazer, optando por un oblicuo humanismo que escapa a la habitual sensiblería de las películas que denuncian el horror nazi. Funciona por acumulación: parece a veces que estamos asistiendo a una serie de estampas de la más banal domesticidad, pero lo que vemos es la cara oculta del horror, la que se desarrolla, curiosamente, a plena luz del día. Si ésta no es la película más original jamás rodada sobre las atrocidades de los nazis, que baje Dios y lo vea. Y quien crea que no pasa nada en ella, es mejor que acuda al oculista. No creo que se lleve ninguna estatuilla en Hollywood, pero reafirma a su autor como uno de los cineastas más personales (y extraños) del momento presente.
Quedo a la espera de su próxima incursión en el cine, si no reviento antes, claro, pues vete a saber cuándo consigue este hombre rodar su quinto largometraje.