Dispararon al pianista es varias cosas a la vez: un documental sobre un músico desaparecido, un homenaje a la época dorada de la bossa-nova y el samba-jazz en Brasil, una mirada sobre la época negra de las dictaduras latinoamericanas y su coordinación en la Operación Cóndor, y una película de animación. Es la segunda colaboración de Fernando Trueba y Javier Mariscal después de Chico y Rita.
El origen del proyecto está en la afición de Trueba al jazz latino. Esta pasión le llevó incluso a meterse a productor musical y dio pie a dos documentales: Calle 54 y El milagro de Candeal. Durante la filmación del segundo en Brasil, el director aprovechó para rastrear rarezas discográficas y le sedujo el estilo de un pianista para él desconocido, Tenorio Júnior, en algunas de esas grabaciones. Descubrió que había muy poca información sobre él. Grabó un único disco como líder: Embalo, de 1964 y se le perdió la pista en Buenos Aires, durante una gira argentina con el grupo de Vinícius de Moraes, en 1976.
El cineasta siguió con sus pesquisas y averiguó más detalles: cuando Tenorio desapareció tenía treinta y cuatro años, esposa, cuatro hijos y otro en camino. La madrugada del 18 de marzo salió del hotel en el que estaba alojado en Buenos Aires para comprar algo –tabaco, un sándwich o algún medicamento– y ya nadie lo volvió a ver. Se le buscó en hoteles, casas de conocidos, hospitales e incluso la morgue, pero ni rastro. La hipótesis que fue tomando cuerpo era terrorífica: el incidente se produjo seis días antes del golpe militar contra el nefasto gobierno de María Estela Martínez de Perón. La situación en el país era caótica, había atentados a diario y la policía y las fuerzas armadas ya habían iniciado una represión sin miramientos ni garantías legales.
Lo más probable es que Tenorio –que lucía melena y barba– fuera tomado por un subversivo y detenido por la policía. Los escasos indicios acabaron llevando hasta la Escuela de Mecánica de la Armada, cuya sola mención produce escalofríos. Trueba volvió varias veces a Brasil, entrevistó a personas que lo conocieron y tocaron con él, a su familia, y poco a poco fue tomando cuerpo un documental sobre este pianista desaparecido, que a su vez serviría para reivindicar un periodo glorioso de la música brasileña.
El director grabó conversaciones con más de ciento cincuenta intérpretes, incluidos pesos pesados como Joao Gilberto, Caetano Veloso, Gilberto Gil o el saxofonista americano Bud Shank, uno de los introductores de la bossa nova en Estados Unidos. ¿Cómo se acabó saltando el proyecto al ámbito de la animación?
La decisión parece de entrada disparatada, pero el salto tiene su lógica y permite enriquecer la propuesta: una aproximación documental clásica sobre un muerto del que apenas se conservan imágenes obligaría a optar por la cansina sucesión de bustos parlantes (que es lo que evitan con inteligencia Scorsese en su película sobre Dylan, Todd Haynes con la Velvet Undergroud o Ethan Coen con Jerry Lee Lewis, pero es que de estos artistas hay centenares de horas grabadas de conciertos, apariciones televisivas, entrevistas históricas y hasta filmaciones caseras).
Optar por los dibujos permitía mostrar a Tenorio Jr. en acción y recrear lugares históricos ya desaparecidos como los clubs en que se inició este movimiento musical.El resultado es un curioso híbrido: se mantiene el tono documental con las entrevistas (los personajes se recrean mediante animación, con sus voces reales), pero se incorporan algunos elementos ficticios. Por ejemplo, la indagación ya no la lleva a cabo un cineasta español, sino un periodista neoyorquino –al que pone voz Jeff Goldblum, él mismo pianista de jazz, por cierto–, que se topa con la historia de Tenorio Jr. mientras busca información en Brasil para un libro sobre la bossa nova y su influencia en el jazz norteamericano.
Dispararon al pianista tiene algunos problemas de guion. El principal es el que ya lastraba Chico y Rita: una idea de partida es interesante, pero que tal vez no da para hora y media de metraje. Resultado: todo empieza a estirarse y el desarrollo narrativo gira una y otra vez sobre un misterio que en realidad queda desvelado muy pronto. A Tenorio Jr. lo asesinaron los militares argentinos que lo secuestraron por error, lo torturaron y, al percatarse de que era inocente y además extranjero, optaron por hacerlo desaparecer para no complicarse la vida. Así de simple y así de bestia.
En cuanto a las entrevistas con figuras históricas de la bossa nova, pueden tener un atractivo fetichista para el aficionado, pero en muchos casos no aportan nada sustancial al personaje. La película trata de paliar esta falta de evolución dramática con apuntes históricos: detalles como la visita de Ella Fitgerald a Río, pinceladas sobre la historia de la bossa nova y su influencia en Estados Unidos (un montón de artistas sacaron discos de aires brasileños, desde Stan Getz hasta Sinatra, que grabó un álbum con Antonio Carlos Jobim). Y lo más forzado: un resumen pedagógico de lo que fue la Operación Condor, metido con calzador.
Lo que mantiene el interés narrativo a flote es el propio Tenorio Jr., casi un fantasma diluido en la nada, cuya peripecia vital es digna de exploración más allá de su desolador final. Hay pinceladas sobre su personalidad enigmática y hasta errática (cuando una sesión de grabación no le gustaba, se largaba sin más; a veces desaparecía varios días), sobre sus orígenes (el padre estaba empeñado en que fuera médico y él acabó de pianista bohemio, pasando años de serias penurias económicas) y sobre su vida familiar (con alguna que otra sorpresa bajo la alfombra, como el hecho de que cuando desapareció, en su habitación de hotel lo esperaba una mujer que no era su esposa).
Además, aparecen detalles interesantes como su fugaz amistad con Bill Evans cuando este tocó en Río, que quiero creer que es cierta y no una licencia poética de Trueba. Y last but not least está el tema de la animación y su planteamiento estético. Dispararon al pianista sigue la línea de Chico y Rita.
Colorido y formas estilo Mariscal, escenarios recreados con una mezcla de rigor e imaginación, fondos visualmente vistosos y escenas como las de los conciertos que permiten jugar con tonalidades y formas casi abstractas. Aunque el proceso está realizado con programas digitales, se busca conseguir un aire analógico, lo cual es una decisión inteligente.
Las nuevas tecnologías ahorran tiempo y dinero, pero su impoluto acabado tiende a resultar impersonal, nada seductor. Mariscal opta por no desarrollar todo el movimiento de los gestos, sino que lo sintetiza en varias imágenes fijas que se suceden con pequeños saltos. Esto crea un efecto que tal vez a algunos les parezca tosco, pero es una imperfección que transmite viveza y calidez. Todos los grandes cineastas que se han acercado a la animación buscan este toque humano, huyendo de la asepsia digital, desde los que optan por el muy artesanal stop-motion (Tim Burton, Wes Anderson, Guillermo del Toro), hasta Linklater y su uso de la rotoscopia.
En España el cine de animación siempre ha sido como el entrañable hermano tonto. Ha habido ediciones de los premios Goya competía en esta categoría una única película, porque no había más. El primer largometraje animado del español data de 1945: Garbancito de la Mancha de Arturo Moreno, realizado en Barcelona. Es un hito porque fue el primero en color hecho en Europa, pero no tuvo continuidad.
La primera película de animación para adultos –otro hito, también producido en Barcelona– es Historias de amor y masacre de 1979, una cinta de episodios producto de la transición, con los dos temas estrellas de la época: la política y el destape. Tanto el director, Ja (Joaquín Amorós), como la mayoría de los dibujantes que participaron se movían en el entorno de El Papus y El Jueves. Participaron humoristas inteligentes como Gila, Chumy Chúmez y El Perich y otros más justitos como Vallés, Fer, Ivá o el insufrible rey del humor rijoso y cutre Oscar Nebreda. Como curiosidad, en el prólogo aparece el legendario Manuel Vázquez –con camiseta imperio– haciendo una parodia de Walt Disney.
Historias de amor y masacre fue un desastre de taquilla y el camino de la animación para adultos quedó estancado. Empezó a a recuperarse con cierta fuerza a principios del siglo XXI y ha dado algunas obras interesantes. Entre las más recientes destacan tres. La primera, Unicorn Wars del gallego Alberto Vázquez, que cuenta la guerra sin cuartel entre ositos de peluche y unicornios. Pero no se lleven a engaño, no es una algodonosa fábula infantil, es una película gore que aborda asuntos muy escabrosos (el cineasta ya había despuntado con la tenebrosa Psiconautas).
La segunda, Robot Dreams (que se estrenará a principios de diciembre) es el debut en el cine animado del siempre inquieto Pablo Berger; ¿recuerdan aquella Blancanieves muda y en blanco y negro de aires expresionistas? Adapta un cómic de Sara Varon y explora con sensibilidad y humor temas como la soledad y la amistad a través de la relación de un perro antropomorfo y un robot, con Nueva York como escenario.
Y por último, claro, Dispararon al pianista, cuyo título es un obvio guiño a Tirad sobre el pianista de Truffaut. La referencia no es azarosa: la nouvelle vague francesa y la bossa nova brasileña coincidieron en el tiempo y cada una en su ámbito renovó las formas artísticas e insufló estimulantes aires de vitalidad y libertad.