Hubo una época en que la Palma de Oro en el festival de Cannes garantizaba prácticamente al espectador el goce del cinéfilo. Tuvo lugar durante muchos años, cuando se hacían con el preciado galardón obras maestras como París, Texas, de Wim Wenders, o Pulp Fiction, de Quentin Tarantino. Uno acudía disciplinadamente al cine para ver la Palma de Oro de turno y solía salir satisfecho de la experiencia.
Lamentablemente, hace ya unos años que la Palma de Oro de Cannes o no significa nada o, lo que es peor, pone de manifiesto que el criterio del jurado resulta francamente discutible y/o errático. El año pasado se la llevó el sueco Ruben Ostlund con El triángulo de la tristeza, que empezaba muy bien, pero no tardaba mucho en convertirse en un ladrillo moralista y aparentemente humorístico que aspiraba a denunciar la estupidez contemporánea a través de una galería lamentable de ricachones idiotas.
Yo diría que el record del espanto y del timo conceptual lo ostenta la Palma de Oro de 2021, Titane, de Julia Ducorneau, una cineasta francesa que parece haberse tragado la obra completa del gran David Cronenberg sin entenderla a fondo y quedándose en la más banal de las superficies: la historia de la mujer que interactúa sexualmente con un coche no había por dónde cogerla (nada que ver con la fábula automovilística de Leos Carax Holy motors, que sí iba a alguna parte, aunque no supiéramos exactamente a dónde).
Hace unos días, durante una estancia en el sur de Francia, mis anfitriones me invitaron a ver la última Palma de Oro en un cine de la localidad (el estreno en España está previsto para el 6 de diciembre). Me hice el remolón porque aún no me había recuperado de Titane y me había aburrido un poco con The triangle of sadness, pero me acabé apuntando, aunque el metraje (dos horas y media) me tiraba un poco para atrás.
Nada sabía de la directora, la francesa Justine Truet (Fecamp, 1978), aparte que había rodado previamente dos largometrajes de ficción y dos documentales, pero estaba dispuesto a darle una nueva oportunidad a los jurados del festival de Cannes. A cambio de mi buena disposición, encajé dos horas y media de aburrimiento y realización propia de un telefilm enmarcable, diría yo, en el subgénero del thriller con pretensiones humanistas.
Escrita por la propia Triet y su compañero sentimental, Arthur Harari, Anatomía de una caída aborda el tema, ya asaz trillado, del marido (Samuel Theis) que la diña y no se sabe si se ha suicidado o si ha sido eliminado por la parienta (Sandra Hüller). El hombre aparece muerto tras una caída desde lo alto de su bonita casa situada en parajes nevados y no está claro si se ha quitado de en medio voluntariamente o si ha recibido alguna ayudita de su esposa.
Con estos mimbres, la película se convierte en la narración de un juicio, y ahí es donde naufraga: los protagonistas (y los actores que los interpretan) son tan poco interesantes que es imposible ejercer con ellos la más mínima empatía. A través de flashbacks y de diferentes versiones de la historia, la directora pretende que abordemos las dificultades de la vida conyugal (especialmente, cuando la esposa es una mujer realizada como escritora y el marido un inútil que insiste en escribir para no terminar nada de lo que comienza).
Las intenciones de la señora Triet quedan claras: fabricar una mezcla de thriller judicial y comedia de costumbres. Pero los resultados, lamentablemente, no son los esperados. Y el visionado de Anatomie d´une chute resulta (o me resultó) que se convierte en un discreto tedio que dura más de la cuenta. Cuando te importan un rábano los personajes que ves en la pantalla, es muy difícil interesarse por sus cuitas (especialmente, si les añades un abogado bondadoso y enamorado de la esposa acusada y el hijo de la infeliz pareja, que se expresa de una forma totalmente inverosímil para un crío de once años).
Y si el final, como es el caso, es de un plano y confuso que atufa, puedes salir del cine de un cierto mal humor y preguntándote, acerca de la Palma de Oro, “¿Pero no encontraron nada mejor que esto?”. A diferencia de Titane, Anatomía de una caída no es una película que ofenda tu inteligencia. Puede que con una duración de noventa minutos pelados en forma de tv movie y con un final algo más elaborado me la hubiese tragado en el sofá de mi casa una tarde lluviosa. Pero no entiendo qué ha visto en ella el jurado del festival de Cannes para otorgarle el máximo galardón del certamen.
Eso no quita, como ya sucedió con la magna obra de la alumna menos aventajada de David Cronenberg, para que la crítica francesa la haya puesto por las nubes, como si la señora Triet descubriera la pólvora en cada plano y cada giro de guion (que tiene más de un agujero y más de dos). No sé qué es lo que no he pillado de Anatomie d´une chute, aunque creo que no había nada que pillar, más allá de que el festival de Cannes ya no es lo que era y de que le puede caer la Palma de Oro a cualquier cosa. Aunque también es posible que me esté haciendo viejo y ya no sepa distinguir las genuinas obras maestras. En cualquier caso, quedan ustedes advertidos.