La huelga de guionistas y de 65.000 actores ha paralizado la actividad de Hollywood, mientras ésta reverdece simultáneamente sus laureles y exhibe su arrollador poderío mediante el lanzamiento mundial de dos de sus más bombásticos productos, Oppenheimer, del estrepitoso Christopher Nolan, y Barbie donde sale una rubia muy mona y sexy, vestida de rosa, y encima figura que con mensaje feminista y progresista. Catch-all!
Los actores protestan, en primer lugar, porque en la era del streaming el estipendio anual del que dependen, basado en los ingresos llamados “residuales” de sus apariciones en cine y televisión, ha caído en picado, lo que hace imposible que la gran mayoría de ellos se ganen la vida. Según la Screen Actors Guild-American Federation of Television and Radio Artists (SAG-AFTRA), los estudios -un grupo que incluye a Apple, Amazon, Netflix, NBC, Universal, Sony y Paramount, la empresa matriz de CBS News- se cierra en redondo a negociar aumentos salariales para los intérpretes y el reparto de los ingresos del streaming. Además los actores reclaman que se fiscalice el uso de la Inteligencia Artificial, ante el peligro de que les deje sin trabajo, les convierta en puro anacronismo.
Mientras la película sobre el “inventor” de la bomba atómica ha hecho correr ríos de tinta, la huelga ocupa en la prensa un espacio muy relativo, casi como una curiosidad que además despierta pocas simpatías; probablemente la sociedad tiene a la gente de Hollywood considerada (injustamente) como una casta de privilegiados que, sin mucho esfuerzo, tienen acceso a la fama y la fortuna acaso al precio de venderse el alma, el cuerpo, y la imagen del cuerpo.
Me conmueven las palabras de la jefa del sindicato de actores, Fran Drescher, según las recoge la AFP: "Lo que nos está pasando a nosotros está ocurriendo en todos los campos laborales" en Estados Unidos. Los empleadores hacen de Wall Street y la codicia su prioridad, y se olvidan de los contribuyentes esenciales que hacen funcionar la máquina. ¡Es increíble cómo nos tratan! ¡Me avergüenzo de ellos! ¡Están en el lado equivocado de la historia!”
Los tiempos del algoritmo
“¡Bienvenida al mundo real, señora Drescher!”, piensa el respetable público. “Aunque no les vi a ustedes, la gente de Hollywood, tan reivindicativa ni solidaria con otros gremios previamente afectados o desmantelados o arruinados por la nueva revolución tecnológica, alias el progreso, también conocida como el futuro, desde los pequeños comerciantes hasta los taxistas. ¿No llamabais a Uber, no comprábais en Amazon, no pedíais la comida a Glovo y os la traía un esforzado ciclista en una mochila isotérmica amarilla? ¿No os parecía bien porque así salía más barato y os ‘facilitaba la vida’? Bueno, ahora las nuevas apps no parasitan a los taxistas ni a las pequeñas tiendas color canela ni a los restaurantes, éstas van a por vosotros, los guapos de la vida, los soñadores y fabricantes de sueños, los artistas, los actores. ¡Cuidado con la radiación de esta bomba! ¡No os salvará conmoveros con Oppenheimer cuando la pasen en Netflix!”.
Me encanta la frase de la indignada señora Drescher recién caída del guindo. Efectivamente, el Hollywood de hoy está lejos del mundo de las Historias de Pat Hobby, que Francis Scott Fitzgerald publicó en la revista Squire en los años 1940 y 1941. Pat Hobby, aquel guionista gandul que pese a su falta clamorosa de talento se defendía bien en la época del cine mudo, pero que ahora vagaba por los grandes estudios a ver qué le caía, sableando a productores y directores que estaban allí por el dinero, claro está, para hacer negocios, pero que también tenían su parte de humanidad. Siempre lograba Pat ablandarles el corazón y arrancarles un billete de cinco o diez dólares; o bien, mediante alguna marrullería, convencerles de contratarle durante un mes o dos por doscientos cincuenta a la semana.
Para Fitzgerald, aquellos productores eran hombres duros y avarientos por naturaleza, pero no les faltaba cierta humanidad ni cierto anhelo, más o menos discreto y oculto, de grandeza, como el Monroe Starr de su inconclusa novela póstuma, El último magnate. No sé si al verlos así se hacía ilusiones. El caso es que estamos en otros tiempos, señora Drescher. Los tiempos del capitalismo financiero rampante y sin adversario político, ni temor de Dios ni del sindicato, los tiempos del algoritmo, y todo lo demás es prescindible.