Las ficciones audiovisuales de Hollywood sobre Hollywood pueden salir muy bien – pensemos en películas como Sunset Boulevard, de Billy Wilder, o Cautivos del mal, de Vincente Minelli- o muy mal, como es el caso de The offer, la serie en diez capítulos de Sky Showtime que pretende explicarnos con pelos y señales la ordalía que condujo al rodaje de la obra maestra de Francis Ford Coppola El Padrino. Aunque los actores se parecen bastante a los personajes originales –cosa que no sucedía, por ejemplo, en la reciente miniserie de Danny Boyle sobre los Sex Pistols, en la que el reparto se parecía a la banda de Johnny Rotten como un huevo a una castaña-, sobreactúan todos de tal manera y se ven obligados a mantener unos diálogos tan malos que todo suena a falso, a una industria que miente sobre sí misma, a la conversión de una pandilla de seres humanos en unos monigotes bidimensionales de cuyas preocupaciones te desinteresas rápidamente, hasta el punto de que quien esto firma se despidió de ellos en el cuarto episodio con la intención de no volverlos a ver jamás.
The offer se basa en los recuerdos de Albert S. Ruddy (Miles Teller, un actor flojísimo), productor ejecutivo de El Padrino a las órdenes del jefazo de Paramount en los años 70, Robert Evans (el inglés Matthew Goode), que nos es presentado como un playboy frívolo y errático al que, francamente, no se entiende cómo nadie en su sano juicio ha podido ponerlo al frente de una de las compañías señeras del Hollywood clásico. Francis Ford Coppola aparece como un listillo pretencioso y con sobrepeso que ha visto en El Padrino una tragedia entre griega y shakespeariana. Mario Puzo, el autor de la novela original, es un ludópata zampabollos que se pasa la vida fumando puros y atiborrándose de pasta, pizza y helados. Frank Sinatra es, directamente, el malo de la función, el sujeto despreciable que, viéndose parodiado en la figura del crooner liado con la mafia de la novela de Puzo, se propuso evitar a cualquier precio que se rodara la adaptación cinematográfica. Y así sucesivamente, hasta conseguir que todos los personajes habiten un mundo de cartón piedra del que no hay quien se crea nada. La idea era buena, especialmente para fans de Coppola en particular y cinéfilos en general, pero la puesta en práctica no ha podido ser más desafortunada.
Y lo peor de todo, por lo menos para mí, es que el creador y principal guionista del engendro es alguien al que siempre he admirado mucho como cineasta y novelista, Michael Tolkin (Nueva York, 1950), un tipo al que, reconozcámoslo, no le han podido ir peor las cosas en su doble y muy interesante carrera creativa, que empezó de una forma más que prometedora con la novela sobre Hollywood The player (1988), llevada al cine por Robert Altman cuatro años después. Michael Tolkin dirigió su primera película, The rapture, en 1991, una implacable reflexión sobre ese misticismo chungo que tanto se da en California y que incluía una secta y unos personajes moralmente desorientados en busca de sentido para sus vidas. Reincidió en el tema en 1994 con su segundo largometraje, el excelente The new age, farsa cruel sobre el bullshit supuestamente trascendental de las clases pudientes de Hollywood (tema del que luego sacaría petróleo Larry David en su serie para HBO Curb your enthusiasm) con la que se acabó, hasta el momento, su carrera de director. A partir de ahí, se le pudo ver ejerciendo de guionista en películas sin mucho interés y en algunas series de televisión (la mejor, Ray Donovan, en la que colaboró durante los años 2014 y 2015).
Como escritor no corrió mejor suerte, pese a publicar algunas novelas magníficas (o que a mí me lo parecieron), a medio camino entre Don DeLillo y J.G. Ballard: Among the dead (1993), Under radar (2003) o la futurista NK3 (2017), a las que hay que añadir The return of the player (2006), una secuela de su primera novela que no estaba nada mal, pero pasó totalmente desapercibida. Con The offer, uno se hizo la ilusión de que a su querido señor Tolkin le había tocado la lotería, cuando más bien ha alcanzado el punto más bajo de su creatividad: no se entiende cómo un tipo tan listo y tan perspicaz a la hora de analizar la actividad humana ha acabado fabricando una trola sin ninguna gracia de las dimensiones de The offer, en la que lo único que funciona es la perfecta ambientación de principios de los 70. Si alguien era capaz, aparentemente, de fabricar una ficción sobre las interioridades de Hollywood que estuviese a la altura de Sunset boulevard y Cautivos del mal, ése era, en mi opinión, el maltratado Michael Tolkin. Me equivoqué.