Me temo que mi radar para detectar series interesantes empieza a no funcionar como debiera. El sábado pasado les hablaba de dos productos que esquivar a cualquier precio, Inseparables y Obsesión (sendos remakes de dos películas excelentes dirigidas respectivamente por David Cronenberg y Louis Malle), y esta semana me veo obligado a confesar que me he superado a mí mismo y me he tragado tres pestiños de cuidado, ¡aunque siempre en busca de alguna serie de obligada visión! Uno de ellos tiene algún punto interesante, Mrs. Davis, así que lo dejaremos para el final. De momento, ahí van mis reflexiones sobre los dos primeros.
No sé por qué se me ocurrió asomarme a Three Pines, en Movistar, pues la serie se inspira en una saga de novelas policiacas de la canadiense Louise Penny (publicadas en España por Salamandra) que son de una corrección rayana en el aburrimiento y cuentan con uno de los protagonistas menos estimulantes en toda la historia de la literatura negra, el inspector Armand Gamache, un tipo tan bueno, tan culto y tan espiritual que más le habría valido meterse a cura. Supongo que me dejé tentar por el protagonista, el británico (de padre barcelonés) Alfred Molina, que siempre me ha parecido un actor estupendo (desde que lo vi haciendo de novio del dramaturgo Joe Orton en la biopic de Stephen Frears Ábrete de orejas). A mediados del primer episodio, ya vi que aquello era tan poco estimulante como el material literario original, pero perseveré y llegué al final del segundo, momento en el que me despedí para siempre de Three Pines.
¿Ante una marcianada?
De ahí pasé, en Netflix, a La diplomática, recomendada por una amiga de la que suelo fiarme, pero de la que, en esta ocasión, acabé discrepando. Mezcla de intriga política, comedia de costumbres y reflexión sobre la vida diplomática, la cosa no funciona en ninguno de los tres registros, motivo por el que la abandoné tras el segundo episodio. Se salva la presencia siempre estimulante del actor inglés Rufus Sewell, que borda los papeles de sujeto siniestro e inquietante a más no poder, pero la protagonista que da título a la serie, Keri Russell, posee el carisma de una pantufla a cuadros y es incapaz de sostener la propuesta sobre sus hombros. Segundo fracaso de la semana.
Al borde de la desesperación, me dio por buscar lo más friki que encontrara y acabé en HBO Max viendo Mrs. Davis, cuya extravagancia, que bordea la desfachatez, hace de ella lo menos ofensivo de mi dedicación al streaming durante los últimos días. Mrs. Davis es una creación conjunta de Damon Lindeloff (el hombre que nos trajo Lost y The leftovers) y Tara Hernández (guionista de The big bang theory y su spin off, El joven Sheldon). La acción transcurre en un futuro inmediato en que el mundo ha caído en manos de un súper algoritmo que controla todo y a todos y al que se conoce por el tranquilizante nombre de Mrs. Davis. A la señora Davis le da por localizar el Santo Grial, tras cuyo descubrimiento asegura que se autodestruirá. Para ello, recurre a los servicios de Sor Simone (Betty Gilpin), una monja con un pasado algo turbio que se desplaza en motocicleta y que mantiene una relación con Jay (Andy McQueen), que regenta un restaurante y es en realidad (mejor no pregunten) el mismísimo Jesucristo. A esta extraña pareja hay que añadir a un antiguo novio de cuando sor Simone se llamaba simplemente Lizzy, un líder de la resistencia anti-algoritmo llamado Wiley (Jake McDorman), que se suma encantado a una búsqueda del Santo Grial que llevará a la monja en moto hasta Italia o el Reino Unido (entre flashbacks del siglo XIII que involucran al cáliz sagrado y a los templarios; una vez más: mejor ni pregunten).
Durante los cuatro episodios que me tragué de Mrs. Davis, estuve dudando si estaba ante una marcianada con cierta gracia o ante una imbecilidad del calibre de Todo a la vez en todas partes. Por lo menos, a diferencia de mis dos desastrosos intentos anteriores, algo me llevaba a seguir viendo la serie, que consta de un total de ocho capítulos. Algo relacionado, evidentemente, con la extravagancia de la propuesta, sobre la que aún no he llegado a una conclusión definitiva acerca de si es genial o, directamente, imbécil. Ahora dudo si esperar la paulatina aparición semanal de los nuevos episodios o lanzarme en busca de algo que les pueda recomendar sin sentir una especial vergüenza. La vida es injusta: con Three pines y La diplomática, tenía la serie entera a mi disposición, pero cuando me meto en algo que podría tragarme del tirón y llegar, por fin, a una maldita conclusión al respecto, me atizan una cita a la semana para alcanzar mis objetivos. De momento, sigo instalado en la duda: ¿es Mrs. Davis una brillante y original propuesta o una chorrada con pretensiones en la línea de Todo a la vez en todas partes? Creo que será mejor que ustedes mismos lleguen a sus propias conclusiones. ¡Y a ver si la semana que viene encuentro algo que valga innegablemente la pena! Prometo esforzarme. Y, entre tanto, gracias por su paciencia, queridos lectores.