La otra noche, mientras la ciudad dormía, vi en Netflix Los supersalidos. Película de Greg Mottola, del año 2007. Creí que me ayudaría a coger rápidamente el sueño pero sucedió lo contrario. La seguí hasta el último fotograma, con los ojos como platos. Y después de que acabara, seguí tumbado en la oscuridad, con los ojos abiertos, pensando en lo que acababa de ver.
Una obra maestra cien por ciento americana.
Vamos a ver, el argumento no es que sea precisamente original, pero tampoco podría ser más interesante: en vísperas del final del curso, tres amigotes acuden a una serie de fiestas de despedida que celebran sus condiscípulos del instituto, con el propósito de beber sin tasa y perder la virginidad, a ser posible –pero no necesariamente—con tres chicas que les gustan pero a las que hasta entonces no se han atrevido a cortejar. Por lo que dicen en la película, y en las demás citadas, es un terrible desdoro llegar a la universidad sin antes haber perdido la virginidad. ¿Le suena a usted el tema?
Efecto raro
No nos engañemos: estamos aquí muy lejos de la seriedad de Las tribulaciones del estudiante Torless o Bajo las ruedas. A diferencia de estas novelas trágicas, de estas serias reflexiones, aquellas películas están adscritas al género de la comedia, comedia de trazo grueso, ya que entre los tres o cuatro chicos protagonistas uno puede ser secretamente sensible, pero nunca falta otro excepcionalmente ordinario, grosero y vulgar (¡aunque en el fondo también tiene buen corazón!). El argumento es muy parecido a toda la serie de Colocón en Las Vegas, American Pie, Grease, etcétera. Seguro que podría usted mencionar algunos títulos más.
(Antes de seguir, permítaseme un excurso para señalar que una de las gracias menores de estas películas es que los actores que interpretan a chicos y chicas de 16 o 17 años suelen tener por lo menos diez más, creándose así un efecto raro que exige al espectador muy buena voluntad en la suspensión de la incredulidad, y que también configura un involuntario elemento risible. Igual que sucede, por ejemplo, en El asombroso mundo de Borjamari y Pocholo, maravillosa película de Juan Cavestany donde Javier Gutiérrez y Santiago Segura encarnaban a dos veintiañeros cuando ellos mismos estaban cerca de cumplir los cuarenta años).
Lo que no sale: el futuro imaginable
No entiendo cómo es que no se filman más, todavía más, muchas más películas sobre los últimos días en la High School –el instituto--, con la recurrente presencia, como apoteósico fin de fiesta, del baile de graduación de los chicos y chicas que a partir de ahí se despiden de la vida protegida bajo el paraguas de la familia. Al año siguiente irán a la universidad, lejos de su ciudad natal, lejos de su instituto, se dispersará el grupo de amigos y empezará el calvario de la vida adulta.
Sólo se habrá filmado mil o dos mil películas con este argumento ideal, perfecto: los ritos de paso, los últimos fuegos artificiales de la adolescencia --donde todavía están permitidos los desparrames y la irresponsabilidad no se ve muy severamente castigada, donde aún está tolerado reírse tontamente y meter la pata…-- a la esclavizada vida adulta, que se caracteriza por una seriedad a la vez angustiosa y aburridísima: las pesadas obligaciones, las deudas, las carreras de ratones en pos de la supervivencia económica a través de trabajos generalmente frustrantes, la formación de una familia cabal, la hipocresía social hiperregulada, el pánico a las enfermedades en una sociedad sin seguridad social y a perder el trabajo donde reina el despido libre, el adocenamiento mental y la inserción en un engranaje implacable, el imperativo del éxito, en fin, todas las constricciones y angustias de la vida adulta, multiplicadas por el “american way of life”, tan bien expuestas y resumidas en películas como American Beauty.
“Look out, kid, they keep it all hid: twenty years of schooling and they put you in the day shift”. Creo que es esto precisamente lo conmovedor y escalofriante en estas películas burras que he venido a celebrar en estos párrafos y que todos los críticos de cine serios desprecian (oh, bueno, reconozco que motivos no les faltan) como escoria comercial y tontorrona: precisamente lo que no sale en ellas, el futuro imaginable y casi inevitable que espera, agazapado, después de que aparezca el The End, aquí más justificado que nunca: el horror de ser adulto, en un mundo que va del instituto a la horrible seriedad.