El tema de los viejos amigos de la infancia que acaban situándose a ambos lados de la ley y, por consiguiente, enfrentados es recurrente en la historia del audiovisual. En ese sentido, la excelente miniserie holandesa Het gouden uur (literalmente, La hora dorada, aunque en España se haya rebautizado como Operación jaula) no descubre la pólvora, pero la aproximación a un asunto indudablemente manido resulta lo suficientemente brillante como para que se le pueda perdonar la falta de originalidad. Aquí, los niños que fueron íntimos amigos en una aldea de Afganistán, Mardik y Faysal, se han convertido con el paso del tiempo en enemigos igualmente íntimos. Mardik emigró a Holanda (Nasrdin Dchar, que no es de origen afgano, sino marroquí, pero ciudadano holandés) y Faysal se apuntó a la yihad (Abbas Fasaei, un belga que tampoco procede de Afganistán, sino de Irán, y al que pudimos ver en la serie de Apple TV Teherán). Cuando coinciden en Amsterdam, Mardik es un inspector de policía no muy bien visto por sus camaradas más racistas y Faysal, junto a dos secuaces con los que habla en francés, se dedica a poner bombas y a ametrallar a seres humanos sin preocuparse mucho de los objetivos elegidos (mientras Faysal acribilla a balazos a los asistentes a una boda, sus esbirros hacen lo propio con los desdichados visitantes de un centro comercial de la ciudad, en una larguísima secuencia que ocupa más de un episodio y que constituye la piece de resistance de la propuesta).
Tampoco es el colmo de la originalidad que Mardik, ante la desconfianza manifiesta de sus mandos, holandeses puros y con ciertas tendencias fascistas, se lance a detener a Faysal por su cuenta, dado que en la policía se extiende la teoría de que, en realidad, es un cómplice de su viejo amigo el terrorista. Pero, una vez más, lo que podría ser la perpetuación de un tópico funciona a la perfección gracias a los actores principales y al guión escrito por Simon de Waal, que mezcla hábilmente el factor humano con la intriga policial. Por los cuatro episodios que AMC, un canal de Movistar, ha emitido hasta ahora (faltan dos), les puedo asegurar que Operación jaula vale mucho la pena y se la recomiendo, entre otros motivos, porque hoy me he levantado didáctico y esta serie dirigida por Bobby Boermans (que resuelve muy bien las secuencias de acción, algo que suele ser el punto flaco de las ficciones europeas) es de esas que tienen todas las papeletas para pasar (injustamente) inadvertidas entre la inabarcable oferta de nuestras plataformas de streaming.
De momento, parece que lo que vemos es lo que hay: un terrorista islámico debe ser desactivado por un policía que fue su mejor amigo en la infancia. Y rapidito, ya que la capacidad del tal Faysal para sembrar el pánico es infinita. Pero uno intuye que hay algo más que una serie de actos terroristas efectuados al buen tuntún, que hay algo personal en Faysal a la hora de elegir para sus desmanes la ciudad en la que se gana la vida su amiguito del pueblo y que con sus actos lo sitúa en una posición realmente incómoda ante sus intolerantes superiores. Aún no sabemos los motivos de esa venganza a la que parece aspirar el fanático Faysal, pero, de momento, ha metido a su viejo camarada en un lío de los que hacen historia, convirtiéndolo en la versión holandesa del Jack Bauer de 24, que siempre tenía que cubrir varios frentes abiertos a la vez y a menudo debía dar esquinazo no solo a los malos, sino también a los suyos.
Thriller con pertinentes apuntes sociales, Operación jaula da qué pensar y entretiene enormemente gracias a un ritmo que bordea lo frenético. Sí, no es más que una nueva vuelta de tuerca a la lucha eterna entre el bien y el mal, pero Faysal pretende algo más que sembrar el pánico entre los infieles de Amsterdam, algo que afecta directamente a su mejor amigo de la infancia, quien, que el espectador sepa, nunca le hizo nada malo. ¿O sí? Cuando acabe la serie, dentro de un par de semanas, lo descubriremos. De momento, como dirían los anglosajones, Enjoy the ride!