Los cineastas argentinos Mariano Cohn y Gastón Duprat se han especializado en rodar a cuatro manos unas comedias crueles y negrísimas entre las que destaca poderosamente El ciudadano ilustre (2016), sobre las penosas andanzas de un escritor galardonado con el premio Nobel que vive tan tranquilo en Barcelona hasta que comete el error de aceptar una invitación del alcalde del pueblucho en que nació, y en el que no había vuelto a poner los pies desde que se trasladó a Europa, para recoger el galardón que lleva por título el de la película, El ciudadano ilustre. El regreso a los orígenes se revela un desastre, casi todo el mundo en su pueblo le detesta o le guarda rencor y casi lo matan a tiros, momento en el que decide volver a Barcelona tras entender mejor por qué abandonó su lugar de nacimiento para nunca volver.
La mirada de Cohn y Duprat sobre la sociedad en general y la argentina en particular es de natural desconfiada y suspicaz, y el sentido del humor que practican estos dos es de los que no hacen prisioneros, pues denota una mala uva y una crueldad tales hacia la conducta humana que consigue que el espectador se ría y se desespere por turnos o, lo que es más difícil, de forma simultánea. Es lo que sucede cuando te enfrentas a la primera serie de televisión del tándem Cohn--Duprat, El encargado, colgada en la plataforma de streaming Disney Plus y que concentra el odio a la humanidad que distingue a sus autores en un bloque de apartamentos de Buenos Aires, genuino microcosmos lleno de gente abyecta, estúpida o ambas cosas a la vez.
Un demente, pero...
El protagonista de la historia es el conserje del edificio, al que da vida el gran Guillermo Francella (excelente tanto en papeles serios como cómicos: daba auténtico pavor como el jefe de una familia de asesinos en la película de Pablo Trapero El clan). En El encargado, Francella es Eliseo, en apariencia un buen hombre, alegre y servicial, que se desvive por hacer más sencilla la existencia de los inquilinos. Pero esa máscara oculta a un demente cargado de odio hacia los que se ve obligado a servir, un chiflado cuya condición pasa desapercibida bajo una permanente sonrisa hipócrita y que lleva a cabo todo tipo de trapicheos de dudosa moral, como colarse en los apartamentos cuando no hay nadie o recolectar ropa para la parroquia que luego vende en una tienda de segunda mano.
Eliseo lleva casi treinta años aparentando ser un fiel y leal sirviente cuando en su vida, miserable y cómoda, cae una bomba de muchos megatones: uno de los vecinos, el abogado Zambrano (Gabriel Goity) tiene la brillante idea de construir en la terraza del edificio una piscina de gran tamaño con su preceptivo solario. El problema es que en esa terraza tiene Eliseo su humilde cubil, que debería ser demolido para hacer sitio a la pileta. Y tras perder la casita, Eliseo perdería también su trabajo, pues sería sustituido por una empresa de limpieza que saldría bastante más barata que él. Los vecinos deciden tomarse un tiempo antes de tomar una decisión sobre la piscina, tiempo que Eliseo emplea en intentar salvar su empleo y su hogar, recurriendo a todo tipo de picardías, tocomochos, conspiraciones y canalladas para llevarse por delante a su némesis, el infame Zambrano. El resultado es una comedia en once capítulos en la que no se salva nadie. Eliseo, evidentemente, es un demente y un miserable, pero los vecinos tampoco resultan especialmente admirables ni despiertan la menor simpatía en el espectador, que asiste, entre el miedo y la risa, a la discreta batalla campal que el infernal encargado sostiene contra quienes pretenden dejarle sin trabajo y sin vivienda.
Humor retorcido y siniestro
Los señores Cohn y Duprat no toman partido por nadie. Es evidente que consideran a Eliseo un ser despreciable, pero sus enemigos tampoco parecen merecer algo mejor, en especial el bocazas del abogado Zambrano y el petulante Renato, que tiene en el rellano de su apartamento sendos retratos de Perón y Evita (otro personaje siniestro es un general totalmente senil y sometido a arresto domiciliario con pulsera en el tobillo del que no hace falta que se nos diga que no debió portarse muy bien cuando Videla y el resto de su siniestra junta militar). Estamos, pues, ante una comedia de una crueldad exacerbada que no toma partido por nadie y no pone fácil el despertar de la empatía en el espectador. De hecho, es un estudio de la mezquindad y el egoísmo humanos que no provoca carcajadas, pero sí abundantes sonrisas de esas que se congelan en las comisuras.
El encargado es, al mismo tiempo, una comedia y una tragedia sobre lo peor de la condición humana, ejemplificado en ese maestro del disimulo y la doble intención que es el infame Eliseo, cuya única excusa moral es que sus enemigos son también gente de muy mala calidad. El reparto y los guiones funcionan a la perfección, pero aquí el que brilla con luz propia es ese estupendo actor multiusos llamado Guillermo Francella, quien prácticamente sustenta la ficción sobre los hombros. Ideal para los aficionados al humor retorcido y siniestro, El encargado es una de las propuestas más interesantes (y extrañas) que pueden encontrarse actualmente en las plataformas. Y si no se le ve la gracia, es fácil abandonarla rápidamente porque cada episodio dura menos de media hora. Yo, por mi parte, me pongo a esperar la segunda temporada, que ya ha recibido la luz verde.