A principios de este siglo, tuvo lugar en la ciudad santa de Mashad (o sea, un pueblo grande del Irán profundo) una serie de asesinatos de prostitutas llevados a cabo por uno de esos idiotas del horror de los que hablaba Franco Battiato en su canción Bandera blanca, un meapilas islámico llamado Saeed que consideraba que lo suyo era una misión de Dios, ya que lo único que creía hacer era eliminar a mujeres impuras cuya mera existencia era un insulto a su religión. La policía no hizo el menor esfuerzo por detenerle, y cuando no le quedó más remedio que hacerlo, se produjo una gran solidaridad en todo el país, pero no con las víctimas, sino con el asesino, al que se acabó ahorcando para poder cerrar el asunto de una vez y poder seguir con lo importante, que es lo que indican los clérigos demenciales que están al mando del país desde los tiempos del ayatola Jomeini.
Basándose en estos hechos lamentables, el cineasta Ali Abbasi (Teherán, 1981) ha dirigido la película que Dinamarca presenta este año a los premios de la Academia de Hollywood, Holy spider (La araña sagrada). El señor Abbasi, quien tuvo de joven la feliz ocurrencia de largarse de Irán y estudiar cine en Copenhague, ciudad en la que vive actualmente, es autor de dos largometrajes previos que no he visto, Shelley (2016) y Border (2018), y ya se ha dejado ver por Los Ángeles, donde ha dirigido algunos episodios de la serie The last of us, basada en un videojuego y recién estrenada por HBO Max. Holy spider es, directamente, una valiente patada en la boca de los enemigos de la humanidad que controlan Irán, así como en la de quienes suscriben apasionadamente sus teorías sobre el bien y el mal, el vicio y la pureza y la velocidad y el tocino. La película se ha tenido que rodar en Jordania por motivos obvios, que aún lo son más cuando nos enteramos de que su protagonista, la excelente Zar Amir Ebrahimi (que interpreta a Rahimi, una periodista que investiga el caso de las prostitutas asesinadas, papel por el que se llevó sendos premios en los festivales de Cannes y Sevilla), vive en París porque si vuelve a Irán la espera una condena de diez años de cárcel y cien latigazos.
Un país enfermo de religión
Al principio, Holy spider parece una historia más de asesinos en serie ambientada en un lugar exótico y poco transitado por el género. Pero a medida que avanza la proyección, vamos captando su verdadera intención, que no es sino denunciar el régimen absurdo y criminal que rige en Irán por culpa de unos clérigos barbudos intransigentes y de una parte importante de la población que se traga todas sus patrañas. El asesino, Saeed (Mehdi Bajestani), cree realmente estar en una misión divina, y en el fondo, cuando lo pillan, aspira a salirse de rositas, sin ser consciente de que el régimen, de vez en cuando y aunque sea arrastrando los pies, tiene que declarar culpable a alguien y ahorcarlo, por mucho que a Saeed lo admiren su mujer (que no cree que haya hecho nada malo al eliminar a esas pelanduscas sucias y pecadoras), su hijo adolescente (protagonista de un final que pone los pelos de punta) y un elevadísimo número de sus compatriotas. La película del señor Abbasi es, simplemente, el retrato fidedigno de un país enfermo de religión e intolerancia que está pidiendo a gritos, como el Afganistán de los talibanes, que lo bombardeen (a ser posible, con la bomba de neutrones, esa que mata gente, pero deja incólume la arquitectura).
Holy spider mezcla hábilmente los géneros. Es un thriller, pero también una muestra de denuncia social que no opta por el panfleto porque no lo necesita: le basta con reconstruir unos crímenes horribles para que el espectador saque sus propias conclusiones sobre la catadura moral de quienes se creen los defensores de Dios en la tierra. No sé qué película se llevará el Oscar a la mejor en lengua extranjera este año, pero, si de mí dependiera, el señor Abbasi no se volvería a Dinamarca de vacío. Holy spider aún se proyecta en los cines españoles y yo, de ustedes, no me la perdería.