La serie de Ryan Murphy y Brad Falchuk American Horror Story ha llegado a su temporada número once, que puede verse en Disney Plus, canal rico en atrocidades que le pondrían los pelos de punta al difunto Walt Disney, quien no me extrañaría que se retorciera en su tumba con productos como Pistol (miniserie dirigida por Danny Boyle sobre los Sex Pistols) o esta undécima entrega de la saga de terror morbosa, perversa y muy dada al grand guignol que es American Horror Story. En esta última temporada han desaparecido algunos actores fundamentales de la serie, como Sarah Paulson, Jessica Lange o Evan Peters (quien, después de rodar Dahmer, es comprensible que quisiera alejarse temporalmente de los opresivos ambientes que tanto divierten a los señores Murphy y Falchuk). Y también se ha tomado un curioso desvío a la hora de afrontar el género de terror. Hasta ahora, AHS recurría a lo sobrenatural para hacérselas pasar canutas a sus personajes, pero en la última entrega de la serie, el terror está mucho más cerca de la realidad. AHS: NYC (New York City) está ambientada en la Nueva York de 1981 y el tradicional hombre del saco es aquí el sida, que empieza a hacerse notar en la comunidad gay de la gran manzana, aunque nadie sabe todavía qué es ni cómo va a evolucionar hasta convertirse en la gran pesadilla que fue antes de que se inventaran unos retrovirales más o menos eficaces.

Imagen de la serie 'American Horror Stories' / DISNEY PLUS

Ryan Murphy es abiertamente homosexual (su socio está casado con Gwyneth Paltrow) y gusta de barrer para casa en casi todas sus ficciones, rozando a veces el ridículo, como le sucedió con Hollywood. En la undécima temporada de AHS ha conseguido, en ese sentido, la cuadratura del círculo, al mezclar su amor a la causa con una historia de terror en la que el mal se expresa a través de un gran concepto, la epidemia del sida, y de otro ligeramente más banal, un asesino en serie de homosexuales al que la policía de Nueva York no hace el menor esfuerzo por detener (cabe citar asimismo a un misterioso encapuchado que también practica el asesinato de gais, pero que más parece obedecer a la obsesión de Murphy por los adictos al leather que a una pretensión de verosimilitud: echarse a la calle a matar gente encapuchado, con pantalones de cuero y a pecho descubierto no es precisamente la manera más discreta de pasar desapercibido, ni siquiera en Nueva York, donde todo el mundo está curado de espantos).

Inframundo cruel

Los encargados de intentar hacer frente al exterminio de su colectivo son un periodista del Village, Gino Barelli (Joe Mantello) y su novio, Patrick Read (Russell Tovey), quien lleva en secreto su homosexualidad en el NYPD (cosa difícil si tenemos en cuenta que el actor, físicamente, es una mezcla de los Village People y algún modelo del erotómano gay conocido como Tom de Finlandia). Abundan los personajes siniestros, y entre ellos brilla con luz propia el galerista Sam (Zachary Quinto), que no es más malo porque no entrena lo suficiente. La influencia de la película de William Friedkin A la caza es más que evidente, así como los guiños a personajes reales levemente alterados (hay un fotógrafo que recuerda a Robert Mapplethorpe y un cantante que es clavado al difunto Klaus Nomi, una de las primeras víctimas del sida). Pero lo importante es que el tándem Murphy-Falchuk se ha salido muy bien del reto de convertir una enfermedad en el personaje central de una trama de horror, logrando que convivan perfectamente la denuncia social con las claves del género terrorífico (aunque a veces haya que sobreactuar un poco y pasarse la lógica por el arco de triunfo, como demuestra la presencia de ese encapuchado armado con una maza medieval que se pasea tan tranquilo por Central Park y el Village sin que nadie encuentre ligeramente extraña su presencia).

Por lo que llevo visto de AHS: NYC (seis episodios) puedo asegurar que la serie goza de muy buena salud y debería tener cuerda para rato. Lo cual tiene mucho mérito si tenemos en cuenta el ritmo estajanovista al que es sometido el señor Murphy por la plataforma en la que se estrena la mayoría de sus propuestas, Netflix. Los fieles seguidores de American Horror Story encontrarán en su temporada número once ciertas diferencias en su enfoque y puede que echen a faltar a parte del reparto habitual, de la compañía estable de las diez entregas previas, pero, como ha sido mi caso, volverán a quedar atrapados en el inframundo cruel, perverso y un pelín teatral que distingue a la serie desde sus ya lejanos comienzos.