La primera temporada de la serie de Mike White The White Lotus (HBO Max) suscitó una cierta unanimidad entre los espectadores, que la encontraron magnífica (y yo entre ellos): el sarcástico análisis del comportamiento de los ricachones norteamericanos lejos del hogar tenía una mala baba sensacional y el tono narrativo, una mezcla de comedia y algo parecido a un thriller, funcionaba a la perfección. Con la segunda temporada se ha producido una escisión en la audiencia: los hay que, como yo, les ha parecido igual de buena que la anterior y los hay que se han sentido decepcionados por la secuela de siete episodios. Si en la primera los ricachones se iban a Hawaii y, en teoría, no salían de los Estados Unidos, en la segunda, una serie de personajes entre estúpidos, banales, entrañables e ignorantes se traslada a la vieja Europa, concretamente a Sicilia, donde también hay un hotel de la cadena White Lotus en Taormina, con lo que el choque de lo que los gringos con algo de vergüenza definen como the ugly american con los usos y costumbres de un lugar del que ni saben nada ni quieren saberlo se revela mucho más duro y cruel que en la primera temporada de la serie.
Los personajes son todos nuevos, con la excepción de la inefable Tanya (una estupenda Jennifer Coolidge), una millonaria gorda, neurótica y pesada a más no poder que se atiborra de comida, bebida y antidepresivos, una mezcla que la convierte en un personaje francamente engorroso. Por segunda vez, Tanya lleva el peso de la función, pero el resto de la expedición también es para echarle de comer aparte: tres miembros de la familia Di Grasso (el padre, el hijo y el nieto) que han ido a Sicilia para ver el pueblo del que emigró la abuela (con los resultados catastróficos que de ello se infieren); dos matrimonios amigos, jóvenes, guapos y ricos, que en el fondo no son tan amigos; la sufrida asistente personal de Tanya, que cae en manos de un gañán inglés que vive a costa de un homosexual con (aparente) pasta, Quentin (Tom Hiddleton), y el marido de la pazza (o sea, la loca, que es como se refiere a ella la directora del hotel, que está con ella por su dinero y que se da el piro enseguida con una excusa de trabajo que no cuela, dejando a Tanya en manos de Quentin y sus amigotes, en los que se adivina algo muy turbio. El color local lo ponen dos jóvenes prostitutas de hotel con buen corazón (hasta cierto punto), el espantoso pianista del White Lotus y la directora del hotel, la ya citada Valentina.
Decorado natural maravilloso
Durante una semana pueden pasar un montón de cosas, y no todas ellas tienen por qué resultar agradables, sobre todo si las controla alguien como Mike White (que ha escrito y dirigido los siete episodios), que a veces recuerda, por su visión del mundo, al difunto dibujante de comics francés Gerard Lauzier. Su interés por la miseria moral de la clase dominante de su país suele llevarle a cebarse con sus personajes, pero el espectador lo agradece porque también conoce a ese tipo de gente, viva en el país que viva. Repitiendo la mezcla de comedia negra y elementos de thriller de la primera temporada, el señor White ha vuelto a dar en la diana y puede contar conmigo para tragarme la tercera entrega de la saga, que espero que no tarde mucho en rodarse.
Elemento fundamental de The White Lotus es, en ambas temporadas, el contraste brutal entre un decorado natural maravilloso (Maui en la primera, Taormina en la segunda) y unos personajes ideales para lanzarles encima la bomba de neutrones, esa que acaba con la vida humana, pero deja la naturaleza en un estado impecable. La miseria moral de los seres humanos en general y de los ricos americanos en particular es un tema que da mucho de sí y que el señor White conoce a fondo y sabe plasmarla de la mejor manera posible. A destacar, además de la belleza de las imágenes de los lugares por los que deambulan todos esos desgraciados con monises, las canciones italianas elegidas para la banda sonora y el tema central, compuesto por el chileno afincado en Quebec Cristóbal Tapia de Veer y que convierte la secuencia de créditos, ya de por sí brillante, en una experiencia audiovisual altamente satisfactoria. Y, por supuesto, la oronda presencia de Jennifer Coolidge en el papel de esa insoportable mujer convencida de que en el mundo hay una conspiración general en su contra. Algo en lo que, como podrán comprobar quienes vean la segunda entrega de la serie, no va del todo desencaminada…