Hacía años que Harvey Philip Spector, en arte Phil Spector, arrastraba cierta fama de excéntrico, intratable o incluso chiflado, pero el 3 de febrero de 2003 se le fue la olla definitivamente al matar de un disparo en la cara a Lana Clarkson, una actriz sin suerte que trabajaba como relaciones públicas en The House of Blues, un local de Los Ángeles, propiedad del actor Dan Aykroyd, y que Spector había recogido cuando ya estaba muy borracho y se la había llevado a su mansión (castillo de los Pirineos, según él), donde le habría pegado un tiro aunque lo negase y sostuviera que esa pobre mujer no había tenido mejor idea que suicidarse en su casa, vaya usted a saber por qué.

Esta triste historia es el centro de la miniserie documental en cuatro capítulos Spector, que puede verse en Movistar y que ha sido dirigida por Don Argott y Sheena M. Joyce. Aunque también va dirigida a los devotos de crímenes sórdidos, el grueso del target de esta serie lo componen los aficionados a la música pop familiarizados con la brillante carrera como compositor y productor del señor Spector, inventor del célebre Wall of sound (Muro de sonido) a medias con el difunto Jack Nitzsche, del que no suele acordarse nadie a la hora de festejar la potencia sonora de las grabaciones del amigo Phil, un hombre capaz de atacar con cuatro guitarras eléctricas tocando lo mismo a la vez y dos baterías haciendo lo propio, con el fin confesado de promover lo que él llamaba una wagnerización de la música pop.

Imagen del documental 'Spector', sobre el artista Phil Spector / MOVISTAR

Los dos primeros capítulos de Spector se centran en la carrera y la vida privada del autor de To know him is to love him, Be my baby o River deep, mountain high, el primer millonario casi adolescente de la historia del pop. Sale su familia, que es de traca (su padre se suicidó el 20 de abril de 1949, cuando Phil tenía diez años, su madre tenía muy malas pulgas y a su hermana mayor le faltaba una patata para el kilo y lo atormentaba por sistema), se abordan sus primeras relaciones sentimentales y se incide tanto en su talento como en su peculiar carácter, que no le facilitaba precisamente sus contactos con la sociedad en general y la sociedad musical en particular.

Larga deriva hacia el desastre

Dado a abusar del alcohol y de las drogas, se fue construyendo paulatinamente una fama de majareta peligroso que, curiosamente, no le impidió acabar su carrera a finales de los años 70 produciendo a Leonard Cohen su Death of a ladies man (1977) y a los Ramones su End of the century (1979), álbumes milagrosamente espléndidos, aunque, en un principio, la mezcla de la austeridad de Cohen y los Ramones con el tono bombástico habitual en nuestro hombre pusiera los pelos de punta a más de uno. Esos álbumes, naturalmente, constituyen las mayores excentricidades en las carreras del cantautor canadiense y los gamberros del Bronx.

Nadie echó de la música a Phil Spector. Se fue porque quiso, tras producir a los Beatles su Let it be (aunque McCartney abominara de su maldito muro de sonido) y hacer lo propio con los esfuerzos en solitario de John Lennon y George Harrison. En 1982 se casó con Janis Zavala, con la que tuvo gemelos, uno de los cuales murió de leucemia a los diez años, la misma edad en que Phil había perdido a su padre, y la vida más o menos normal que llevaba se vino abajo, dando inicio a una larga deriva hacia el desastre llena de alcohol, drogas, salidas de pata de banco, meteduras de pata monumentales y episodios de violencia (aunque la serie no lo diga, una de las mujeres a las que Phil apuntó con una pistola fue Debbie Harry, la cantante del grupo Blondie).

Los capítulos tres y cuatro de Spector se centran en su mayor metedura de pata, el asesinato de Lana Clarkson, y las consecuencias judiciales del asunto, que consistieron en dos procesos (el primer juicio fue declarado nulo), tras los cuales nuestro hombre ingresó en prisión, donde moriría por complicaciones derivadas del covid en 2021. Antes tuvo tiempo de casarse con una sacacuartos jovencísima llamada Rachelle Short, cuyas intervenciones durante los juicios no contribuyeron precisamente a mejorar la situación legal de su maridito, y de adoptar una actitud de chiflado petulante que tampoco le congració con la sociedad: su colección de ridículas pelucas (él insistía en que el pelo era todo suyo) era digna de una acusación de desacato. Se echa a faltar, una vez Phil entre rejas, el episodio chusco de cuando lo perseguía otro presidiario célebre, Charles Manson, para que le produjera un disco, historia que siempre he pensado que habría dado para una interesante sitcom de humor negro protagonizada por el hombre que se inventó los años 60 y el tipejo que se los cargó.

Imagen del documental 'Spector', con el artista en un estudio / MOVISTAR

Aunque Spector se centra básicamente en Spector, hay que reconocer que se ha hecho lo posible por tratar con respeto a ese personaje trágico que fue Lana Clarkson, típico juguete roto de Hollywood dispuesta a cualquier cosa con tal de prosperar en un mundo que no la había recibido precisamente con los brazos abiertos, aunque fuese a costa de acompañar a un chiflado a su mansión para una teórica última copa.

Los pecados de nuestros padres

Como en la reciente serie de HBO sobre un personaje que no tiene nada que ver con Spector, Jordi Pujol (La sagrada familia), los fans del inventor del muro de sonido no encontrarán muchas novedades, más allá de los espantosos antecedentes familiares del interfecto. Casi todos los fans de Spector hemos visto otros documentales al respecto, y hasta el largometraje que le dedicó David Mamet en 2013, protagonizado por Al Pacino, pero Phil es de esos personajes que, en cierta medida, no se acaban nunca. Su contribución a la música pop fue sensacional, pero nunca dejó de ser un judío bajito y acomplejado (su abuelo llegó de Ucrania llamándose Spekter), maltratado por su madre y su hermana y abandonado por su padre que se tomó la música como una venganza personal contra el mundo (que es, por cierto, lo mismo que le pasaba a Fassbinder con el cine). Nunca nada le pareció suficiente. Y cuando se conformó con ser un hombre de familia, perdió a un hijo de diez años y volvió a unas andadas que le conducirían al desastre la noche del 3 de febrero de 2003, cuando se llevara a casa a una chica que, como en el caso de tantas otras anteriormente, no tenía la menor intención de pasar la noche con él.

Los franceses tienen una gran expresión para individuos como Phil Spector: Un petit mal aimé. Suele aplicarse a gente que, triunfando o no, nunca consiguió dejar atrás lo que conocemos como los pecados de nuestros padres.