Un documental en Movistar, Wim Wenders. Desperado, dirigido por Eric Friedler en 2020, me ha devuelto inevitablemente a mis tiempos de estudiante de periodismo, cuando, en vez de ir a clase, pasaba las tardes en la filmoteca viendo las películas del señor Wenders, de su amigo Werner Herzog, del estajanovista Rainer Werner Fassbinder o del muy peculiar Werner Schroeter (que en paz descansen los dos últimos). Para completar lo que podríamos llamar mi fase germánica, leía novelas del austríaco Peter Handke, gran amigo de Wenders, y escuchaba al grupo electrónico de Dusseldorf Kraftwerk. Nunca aprendí alemán, pero gracias a las traducciones y los subtítulos entré en un mundo cultural que, durante un tiempo, me mantuvo intelectual y sentimentalmente entretenido (si no recuerdo mal, también leí por esa época Las tribulaciones del joven Werther). Como tantas otras cosas, la fase alemana se fue desvaneciendo hasta llegar al momento actual, en el que todo mi disfrute teutón lo obtengo de las películas de Ulrich Seidl y de los discos de Max Raabe, ese crooner irónico que revisita el material musical de la república de Weimar y los clásicos norteamericanos y hasta se permite componer unas canciones que, de puro anticuadas, resultan intemporales y encantadoras (llevo un mes escuchando obsesivamente su último álbum, Wer hat hier schlechte laune, que me pone de muy buen humor, aunque no entiendo ni una palabra de lo que dice, empezando por el título del disco).
Wim Wenders. Desperado se centra en la conquista de América por el señor Wilhelm Ernst Wenders (Dusseldorf, 1945), abordando de pasada las películas que me llegaron al alma cuando las vi en la filmoteca de Barcelona: El miedo del portero ante el penalti (1971), Alicia en las ciudades (1974), Falso movimiento (1974) y, sobre todo, En el curso del tiempo (1975), que llegué a tragarme tres veces. En aquellos tiempos, las películas del señor Wenders eran para mí una experiencia espiritual. Con El amigo americano (1977), nuestro hombre empezó a alcanzar cierta popularidad (en Barcelona, estuvo un año y medio en cartel, según él mismo comenta en el documental), y gracias a ella pudo hacer realidad su sueño de trabajar en América, aunque la cosa no fue precisamente un camino de rosas: se las tuvo con Francis Coppola por la versión final de Hammet (es muy gracioso ver cómo cada uno de ellos tiene una versión distinta de por qué las cosas salieron tan mal), rodó como venganza hacia el autor de El padrino la autobiográfica El estado de las cosas y decidió no abandonar los Estados Unidos hasta que algo le saliera bien: lo logró en 1984 con París, Texas, que acabaría haciéndose con la Palma de Oro en el festival de Cannes; después de eso, Wenders se dijo que ya podía volver a Europa sin el rabo entre las piernas.
Gran dolor de mi corazón
En 1987 rodó El cielo sobre Berlín, que es la última de sus películas que consiguió hacerme salir del cine como si hubiera experimentado una epifanía similar a las de mis años como estudiante exiliado en la filmoteca de su ciudad. Tocado todavía por ese largometraje rodado en estado de gracia, me fui a Berlín a entrevistarlo para un semanario del grupo Prisa que no duró mucho, El globo, y aproveché para que me dedicara un libro suyo que yo había comprado en francés, Emotion Pictures. Essais et critiques. Fue una conversación tan agradable como estimulante, alternando el inglés y el francés, en la que me habló de su próximo proyecto, Hasta el fin del mundo, del que di por sentado que sería otra obra maestra. Al acabar, me preguntó qué pensaba hacer en Berlín, yo repuse que no lo sabía muy bien y él me dio un consejo que sigo sin entender del todo a día de hoy: “Vaya al otro lado del muro y verá lo que queda de Alemania”. Le hice caso y solo vi un decorado siniestro y oscuro por el que deambulaban seres de aspecto atormentado, y cuando levanté la vista en aquella penumbra eterna, pude comprobar que estaba recorriendo la mítica avenida Unter den Linden, convertida, como todo en Berlín Este, en una ruina comunista.
Mis problemas con Wenders empezaron cuatro años después, cuando vi Hasta el fin del mundo (1991) y comprobé que no tenía nada que ver con lo que me había anunciado el cineasta: con gran dolor de mi corazón, tuve que reconocer que aquello era un disparate absoluto cuyas aspiraciones metafísicas se perdían en un guion que no iba a ninguna parte. A partir de ahí, podríamos decir que las relaciones se enfriaron y que nunca volví a experimentar con el amigo Wim las emociones adolescentes de los años 70. Disfruté de documentales como Buena Vista Social Club o Pina, me tragué por obligación algunos largometrajes de ficción y me abstuve de ver su homenaje al papa Francisco, motivado, al parecer, por un recrudecimiento de su catolicismo (Wenders consideró en sus años mozos, como Scorsese, la posibilidad de meterse a cura), del que algunos responsabilizan a su actual esposa, Donata.
Para jóvenes melancólicos
Desfilan por Wim Wenders. Desperado personajes como Werner Herzog, Francis Coppola, Willem Dafoe, Patti Smith, Patrick Bauchau o Ry Cooder. Ni rastro de Peter Handke, con el que tanto colaboró nuestro hombre. Y de la etapa pre americana nos tenemos que conformar con una breve aparición del actor Rudiger Vogler, protagonista de En el curso del tiempo, que para mí sigue siendo la mejor película de Wenders. Uno hubiese agradecido una mayor presencia del cine rodado por el señor Wenders antes de lanzarse a la conquista de América, pero el director del documental decidió poner el foco en Estados Unidos y supongo que es una decisión tan buena como cualquier otra: a fin de cuentas, el propio Wenders reconoce que fue un niño de la postguerra alemana que creció rodeado de gente que no quería hablar de lo que ustedes se imaginan y que siempre vio todo lo que venía de América como algo mucho más interesante de lo que le ofrecía su país natal (reconoce en un momento del largometraje que no se sintió realmente alemán hasta que rodó El cielo sobre Berlín).
De interés para los fans de Wenders, Desperado lo es también para cualquiera interesado en la faceta humanista del cine. Su protagonista cae bien, parece un buen tipo y es muy interesante descubrir su manera de rodar, muy dada a la improvisación y a la reescritura del guion en pleno rodaje, que tantos problemas le causó con Coppola. Queda por rodar una película sobre sus primeros años en Alemania y Europa, pero es probable que solo me interese a mí y a los jóvenes melancólicos y literarios que encontraron en sus obras, a una edad muy concreta, inspiración, consuelo y compañía.