Cediendo a mis pulsiones de arqueólogo pop, hace unas noches me tragué en Netflix el documental Blitzed, dirigido por Bruce Ashley y Michael Donald y centrado, como su nombre indica, en The Blitz, un club londinense situado en la zona de Covent Garden (concretamente, en el número 4 de Great Queen Street) que tuvo una existencia efímera (dieciocho meses, entre 1979 y 1980)) y fue la cuna de uno de los movimientos más tontos en toda la historia de la música popular del siglo XX, el de los llamados New Romantics (Nuevos Románticos), del que lo único que se salva son los primeros álbumes de Spandau Ballet (antes de que se convirtieran en un grupo de soul falso y sin gracia alguna, aunque cosecharan un gran éxito comercial con su acaramelado repertorio, que no tenía nada que ver con el plastic funk de David Bowie y su disco The young americans) y Visage (gracias al ubicuo Midge Ure, que también logró el éxito popular de Ultravox tras la fuga de John Foxx, apoyándose en la mitad de Magazine, la banda del gran Howard Devoto). Spandau Ballet actuó por primera vez en el Blitz y fue fichado ipso facto por Chris Blackwell, mandamás de Island Records. Después de ellos, el panorama musical británico se llenó de grupos espantosos como Duran Duran, Classic Nouveaux o Culture Club (cuyo cantante, Boy George, se encargaba del guardarropa del Blitz y, según propia confesión, se dedicaba a vaciar los abrigos de los clientes en busca de dinero). El eco de los New Romantics llegó hasta España, donde asistimos al lanzamiento de Mecano, que al principio iban vestidos de la misma manera ridícula que sus inspiradores británicos.
Si algo queda claro en Blitzed es algo que ya me olía: el club en cuestión no tuvo punto de comparación con el CBGB neoyorquino o, en otro orden de cosas, el barcelonés Zeleste o el madrileño Rock Ola. Solo era un sitio para dejarse ver y ejercer de pavo real con pretensiones. La mayoría de sus clientes no sabían hacer la o con un canuto (salvo Boy George, al que se le daba bien el robo), su principal logro consistía en ser fans de Bowie o Roxy Music y no le veían la gracia al movimiento punk, poco dado al vestuario sofisticado, los maquillajes arriesgados y las posturitas en general. Lo más interesante del personal, a nivel estrictamente sociológico, era que iban vestidos como estudiantes decadentes de las fiestas de Oxford y Cambridge en los tiempos de Retorno a Brideshead careciendo de estudios y viviendo más que precariamente en casas okupadas. Se trataba, en suma, de una pandilla de poseurs, como era también el caso de los responsables del club, dos galeses llamados Rusty Egan (que tocaba la batería y ejercía de disc jockey) y Steve Strange (nacido Steven John Harrington y autoproclamado portero y fisonomista vigilante del dress code: llegó al extremo de no dejar pasar al mismísimo Mick Jagger por no ir suficientemente emperifollado), unidos por el amor a David Bowie (la noche en que éste apareció por el Blitz casi les da una hemorragia de satisfacción) y las ganas de figurar, darse aires, formar parte de algo estimulante, entretenerse y pillar lo que se pudiera (mujeres en el caso de Egan, hombres en el de Strange).
Visage, y un buen primer elepé
Aunque nunca puse los pies en The Blitz, siempre tuve la intuición --a partir de los grupos que habían surgido de allí-- de que se trataba de un centro de reunión para mamarrachos con pretensiones, y el visionado de Blitzed no me ha hecho cambiar de opinión, aunque no pare de salir gente diciendo que aquello fue la repera y la reacción lógica al punk, así como una especie de recogida de antorcha de los años del glam rock. De aquella pandilla, el único que tenía cierto talento (unido a un oportunismo compatible con la dignidad) fue el escocés Midge Ure, que siempre parecía estar en el lugar adecuado y en el momento oportuno: cuando John Foxx abandonó Ultravox, se lanzó a liderar el grupo, que, gracias a él y al álbum Vienna, pasó de interesantísimo fenómeno de culto a banda de tecno pop capaz de fabricar hits; como el pamplinas de Steve Strange se moría de ganas de cantar en un grupo, Ure reclutó a amigos con talento como el guitarrista John McGeoch, el bajista Barry Adamson y el teclista Dave Formula (los tres de Magazine), situó tras la batería al emprendedor Rusty Egan y se inventó Visage, grupo con el que consiguió un buen primer elepé y un número uno en las listas con el tema Fade to grey.
Aparte del astuto Midge Ure, nada destacable salió del club Blitz (bueno, sí, alguna modista y algún diseñador de sombreros), y los nuevos románticos se murieron de asco, hartos de hacer el ridículo, en cosa de un año. Pese a todo, hay algo entrañable en Blitzed, que es la constatación de que cada nueva generación ha creído ser única a lo largo de la historia en general y de la historia de la música pop en particular. Escuchar a quienes aseguran haber sido muy felices en The Blitz mueve a la admiración, la risa y la compasión al mismo tiempo. Pese a no tener nada que ver con ellos (¡ni ganas!), el espectador puede escuchar a cada testigo de la época y considerarle, como decía el poeta, mon ami, mon semblable, mon frere…Lástima que la música que salió del club de marras fuese tan rematadamente mala y banal, como atestiguan los discos de Duran Duran o Culture Club.
Ideal para arqueólogos del pop, Blitzed llena un hueco en la documentación sobre la música británica de la segunda mitad del siglo XX. Otra cosa es que dicho hueco mereciera ser llenado, pero a los que vivieron la época, aunque fuese de lejos, este documental les ayudará a arrojar cierta luz sobre unos tiempos breves y vistosos que no trascendieron por su falta de enjundia. Rusty Egan sigue entre nosotros, aunque algo más gordo y con cierta pinta de hooligan. Steve Strange murió de un infarto en 2015. Midge Ure está tan calvo como una bola de billar y no queda muy claro a qué se dedica en la actualidad. Boy George participa estas semanas en un churroso reality show de la televisión británica. Spandau Ballet se reúne de vez en cuando para hacer caja. Los clientes habituales del Blitz están muertos por culpa de las drogas o, desprovistos de sus modelitos, son personas de mediana edad que pasan desapercibidas en el Londres actual. En suma, una tragicomedia juvenil como cualquier otra cuya banda sonora, lamentablemente, dejaba mucho que desear.