Hace ya unos cuantos años, Netflix contrató los servicios de Ryan Murphy por una cantidad desmesurada de dinero, pero todo parece indicar que la inversión ha dado muy buenos resultados: el señor Murphy es de natural estajanovista y no para de fabricar miniseries para dicha plataforma de streaming. Acabábamos de ver Dahmer, sobre el célebre asesino en serie conocido como El Carnicero de Milwaukee, cuando nos colgaron El vigilante, propuesta inquietante y entretenida donde las haya en la que Murphy vuelve a colaborar, como ya hizo en Dahmer y otros productos, con Ian Brennan, al que no dudo en calificar como una buena influencia --no como Brad Falchuk, que yo creo que le fomenta la insania, como podemos asegurar todos los que estamos enganchados a American Horror Story--, ya que introduce en las ficciones de su socio unas muy necesarias dosis de austeridad y contención: a Murphy, si lo dejas solo, se le va la flapa con la truculencia y la promoción de su agenda gay (que a veces roza el ridículo o incurre directamente en él, como le sucedió en Hollywood).
El vigilante (The watcher) ha encontrado la inspiración para sus siete estimulantes capítulos en un hecho real sucedido hace años: una pareja se hizo con la casa de sus sueños en Westfield, Nueva Jersey, y tuvo que acabar deshaciéndose de ella porque no paraba de recibir cartas de un psicópata que aseguraba tenerlos permanentemente vigilados y que no dejaría de hacerlo hasta que se largaran. Las cartas, anónimas, las firmaba simplemente The Watcher. El caso real nunca se aclaró, y el que han confeccionado Murphy y Brennan, tampoco, si hemos de hacer caso a un final abierto no, lo siguiente, que, curiosamente, no te deja con mal sabor de boca ni con la sensación de que los guionistas no han sabido cómo salirse del tremendo fregado narrativo en el que se habían metido.
En la ficción, la pareja feliz la componen Dean y Nora Brannock (Bobby Canevale y Naomi Watts), quienes se empeñan hasta las cejas para hacerse con la casa de sus sueños, en la que, teóricamente, vivirán mucho más seguros que en la ciudad de Nueva York. La consiguen gracias a Karen, una vieja amiga de la universidad de Nora, interpretada, con la brillantez habitual, por Jennifer Coolidge, que borda los papeles de vacaburra medio chiflada (recordémosla, sin ir más lejos, en la primera temporada de The White lotus). Además de las cartas del psicótico observador, empecinado en que los Brannock no se merecen esa mansión, nuestros sufridos protagonistas tienen que aguantar la presencia de Mitch y Mo, vecinos muy peculiares, y de la desquiciada Pearl (una estupenda Mia Farrow), que preside una fantasmal asociación protectora de las casas del barrio y debe lidiar con un hermano subnormal que tiene la mala costumbre de colarse en las residencias del vecindario.
Una buena inversión
Estamos ante una variante asaz original del subgénero terrorífico de las casas encantadas en la que el enemigo no es la casa en sí, sino el personal que deambula en torno a ella, ya sea dando la cara, como la excéntrica y majareta Pearl, o enviando cartitas amenazadoras, como hace quien se autodenomina El Vigilante. Como se ha comentado en la prensa norteamericana, Murphy y Brennan se han tomado abundantes licencias sobre la inexplicable historia original, añadiendo personajes inventados y alterando sustancialmente los reales, pero yo diría que los cambios enriquecen la trama, que resulta sencillamente apasionante y de lo más absorbente (yo me tragué los siete episodios en dos sentadas).
El vigilante es, pues, un entretenimiento de primera en el que lo de menos es llegar a alguna conclusión sobre tan rocambolesca historia. El guion funciona a la perfección, el elenco es formidable y la dirección se revela de una eficacia absoluta (destaca entre los realizadores la hija de David Lynch, Jennifer, que ya se encargó de algunos episodios de Dahmer). Propuesta ideal para devorar en un fin de semana, The watcher es una nueva prueba de que Netflix no tiró el dinero a la basura cuando se aseguró los servicios del señor Murphy.