El norteamericano Thomas Perry (Nueva York, 1947) es un escritor de thrillers correcto, ameno y eficaz, pero no excesivamente brillante. Algunos de sus libros aparecieron en España por cortesía de Umbriel Editores hace unos cuantos años (Fidelidad, Silencio o Nightlife), hasta que dejaron de aparecer bruscamente, puede que a causa de unas ventas más que discretas. Reconozco que me los leí muy a gusto, pero se me borraron de la mente ipso facto: que me aspen si recuerdo de qué iban las tres novelas que he citado entre paréntesis. A diferencia de otros autores, no me propulsé a comprar sus libros en inglés, y supongo que por algo sería. Hace unos días me volví a topar con él gracias a Disney Plus, plataforma en la que se puede seguir, a razón de un capítulo por semana, la miniserie (siete episodios) The old man, adaptada de una de sus novelas no traducidas al español.
Tras leer una breve sinopsis de la trama (un antiguo agente de la CIA que vive escondido a causa de una metedura de pata considerable en Afganistán es localizado y perseguido por la agencia a la que sirvió, de lo que se supone que se derivan toda clase de situaciones trepidantes), me asomé a The old man (que no prometía ser el colmo de la originalidad, como suele sucederle a todas las ficciones del señor Perry) por el protagonista, el gran Jeff Bridges, uno de los últimos grandes de Hollywood y uno de los pocos actores actuales capaces de aportar una solidez y una gravedad notables a sus personajes por poco que haya en ellos a los que agarrarse. Y así es cómo me he tragado los primeros tres episodios de The old man: si llego al final será gracias a Bridges y su némesis en la ficción, John Lithgow, que también me parece un actor formidable. Es más, tengo la impresión de que con otros dos actores al frente de The old man, me habría desentendido de ella tras el primer episodio.
La maestría de los actores
Estamos ante la historia de una desaparición y la posterior cacería de un hombre al que solo le preocupa el bienestar de su hija, a través de la cual pueden localizarle, pero que acaba desempeñando un papel importante en el caso (y no digo más para que no me acusen de incurrir en el siempre temido spoiler). Dan Chase (Bridges) le levantó la novia años ha a un caudillo afgano que ahora, convertido en alguien de interés para los asuntos (turbios) de los Estados Unidos, reclama su cabeza. El antiguo jefe de Chase en la CIA, Harold Harper (Lithgow), trabaja ahora para el FBI y es quien debe dirigir la operación para atraparlo, cosa que hace a su manera, poniendo en guardia a su viejo amigo cuando lo cree conveniente y buscándose de esta manera la ruina profesional, pues desconfía de él un siniestro agente de la CIA, Raymond Waters (E.J. Bonilla), que no le quita ojo de encima.
Como suele ocurrir en las novelas del señor Perry, The old man se sigue con agrado e interés, pero no resulta especialmente novedosa ni brillante. La brillantez la representan aquí casi exclusivamente Bridges y Lithgow, a los que siempre es una gozada ver en acción. Puede que no tengan mucho a lo que agarrarse, ya que sus personajes de presa y cazador son de lo más tópicos y se comportan exactamente como se espera de ellos. Pero ambos se esfuerzan en convertir a sus caracteres de cartón piedra en seres humanos por los que se puede llegar a sentir algo sin excesivo esfuerzo. Ninguno de los dos tiene nada que demostrar a estas alturas de su respectiva carrera, pero es muy de agradecer que, en vez de limitarse a cobrar y cubrir el expediente, hayan logrado sacar la miniserie de la vulgaridad y la previsibilidad a la que se habría enfrentado de estar protagonizada por comediantes menos dotados.
La audiencia responde
Como entretenimiento, hay que reconocer que The old man, al igual que las novelas de Thomas Perry, funciona francamente bien. No constituye el colmo de la originalidad ni habrá un antes y un después tras su emisión, pero Jonathan E. Steinberg y Albert Levine han hecho un buen trabajo con la adaptación del libro, el ritmo que imprimen los diferentes directores es el adecuado, el elenco funciona y Bridges y Lithgow están, como suelen, estupendos. O sea, que vale la pena ver The old man aunque solo sea por asistir al portentoso mano a mano de esos dos viejos actores que consiguen hacer interesantes y relevantes unos personajes que, sobre el papel, no prometían gran cosa.
De Estados Unidos nos llegan noticias contradictorias sobre The old man. La audiencia ha respondido y la serie ya ha sido renovada para una segunda temporada. Por otra parte, hay críticos que aseguran que la primera pega un bajón tremendo a partir del cuarto episodio: en cuanto me lo trague, decidiré si sigo adelante o me paso a otros asuntos audiovisuales. Hasta el momento, todo va bien, y aunque las cosas estén a punto de torcerse, reconozco habérmelo pasado muy bien con los tres primeros capítulos de esta serie. Como dicen los gringos, Wait and see.