El 23 de junio de 2021 aparecía muerto por ahorcamiento en su celda de Brians 2, centro penitenciario catalán muy cercano al pueblo que vio nacer a Rosalía, Sant Esteve Sesrovires. En teoría, se trataba de un suicidio, aunque no escasean los que creen que fue eliminado a lo Jeffrey Epstein, el millonario pedófilo norteamericano que también la diñó en el trullo en sospechosas circunstancias. Barcelona había sido la etapa final de una larga huida por Estados Unidos, Centroamérica y cualquier lugar que se le pasara por su mente alterada por el alcohol, las drogas, la paranoia y la manía persecutoria (la justicia española estaba a punto de extraditarlo a Estados Unidos por evasión de impuestos). McAfee había sido alguien, pues inventó el sistema contra los virus informáticos más famoso y extendido del mundo, pero cuando apareció ahorcado en Brians 2 ya era poco más que un chiflado en huida permanente de no se sabía muy bien qué o quién. Un interesante largometraje de Netflix, Vivir sin freno (Running with the devil: The wild world of John McAfee), nos lo muestra en todo su esplendor majareta de personaje bigger tan life que podría haber sido un millonario feliz de no ser por su precario equilibrio mental. El director, Charlie Russell, es un tipo curtido en el trato con excéntricos peligrosos, pues le debemos la serie Tiger King, sobre un supuesto amigo de los animales que estaba como una regadera y que, si no me equivoco, aún sigue en el talego a día de hoy.
Aunque nació en Inglaterra (Cinderford, Gloucestershire, 1945), John McAfee emigró de niño a los Estados Unidos, donde enseguida demostró ser un genio de las matemáticas y la computación. Entre 1968 y 1970 trabajó para la NASA, pasando en los años 80 a la compañía de aviación Lockheed. Se hizo rico y famoso al inventar el célebre antivirus que lleva su nombre y acabar vendiendo su empresa por una millonada que le habría asegurado la vida si no llega a estar tan perturbado mentalmente como nos lo presenta el señor Russell en el estupendo documental de Netflix, que se centra en sus últimos y más disparatados años, cuando creía (igual era cierto) que lo perseguía todo el mundo: el gobierno norteamericano, potencias extranjeras, cárteles mexicanos de la droga, la CIA y cualquier entidad siniestra que le pasara por la cabeza en determinado momento.
El excéntrico camarógrafo Robert King
Vivir sin freno nos muestra a un McAfee borracho, drogado, paranoico y obsesionado con las armas de fuego (duerme con una pistola bajo la almohada). Como asegura saberlo todo sobre todo el mundo, gracias a sus habilidades como maestro de hackers, la lista de sus (supuestos) enemigos es interminable, y ello le obliga a estar constantemente huyendo de un sitio a otro en compañía de turbios guardaespaldas y de unas novias impresentables que creen, ¡las pobres!, que pueden tener un futuro razonable con él (la última es una prostituta negra que se le enganchó en Miami para abandonar el oficio, pero que, según dice, le acabó cogiendo cariño).
A McAfee no le bastaba con llevar una vida de locos: necesitaba que alguien la grabara para la posteridad. Gracias a ese material, Charlie Russell ha conseguido rodar este documental ejemplar, pero el personaje más interesante que se acercó a nuestro hombre fue el excéntrico camarógrafo Robert King, quien, tras treinta años ejerciendo de fotógrafo de guerra, se enganchó a McAffee por una mezcla de fascinación y entretenimiento. Primero, en compañía del periodista de la revista online Vice Rocco Castuo, y cuando a éste se le acabó la paciencia, en solitario. King es un tipo muy curioso que podría haber sido el cuarto miembro de los Freak Brothers de Gilbert Shelton: fumando sin parar, inflándose a café y ataviado con una salopette de granjero, se nos muestra como la voz más autorizada para hablar de John McAfee, cuyas fugas inmortalizó prácticamente hasta el final, acompañándolo en sus desplazamientos por Estados Unidos, Belice y Guatemala y subiéndose al yate en el que vivía en perpetuo movimiento el señor de los virus (otro aspirante a biógrafo sostiene la teoría de que el virus era él). Aunque intentó llevar una vida apacible en su granja y con sus gallinas, King no pudo evitar sumarse al delirio de McAfee y registrarlo convenientemente.
¿Supuesto suicidio?
Se decía sobre su retratado que se había cargado a su vecino en Belice porque éste había envenenado a sus perros, que no lo dejaban vivir en paz con sus ladridos y su actitud violenta. También se decía que el joven John asesinó en la adolescencia a su propio padre, un sujeto desagradable y abusivo que molía a palos a su mujer y a su hijo (aunque la cosa se consideró en su momento un suicidio). Se suponía que a McAfee lo quería eliminar todo el mundo porque a todo el mundo había investigado, llegando a conclusiones demoledoras. Pero llegamos al final de Vivir sin freno sin saber exactamente qué es verdad y qué es mentira, lo cual constituye, curiosamente, lo más interesante de la propuesta.
¿Representaba realmente McAfee un peligro para tanta gente o era todo fruto de su imaginación calenturienta alimentada por el alcohol y las drogas? Nunca lo sabremos, pues ya no está entre nosotros. ¿O sí? Al final de la película, una antigua novia sale a decir que recibió una llamada suya dos semanas después de su supuesto suicidio, que habría simulado para darse nuevamente a la fuga. La pobre mujer no tiene muchas luces, pero estoy seguro de que a su ex novio le habría encantado el final del documental que se le ha dedicado.