Los mormones son una mina para el sector audiovisual. No hace mucho les hablaba de una serie documental de Netflix (Reza y obedece) y de otra de Disney Plus que era una ficción inspirada en hechos reales (Por mandato de Dios). Hoy vuelvo a las andadas con la miniserie en dos episodios La novia que nunca existió (Netflix), que explica una de esas historias prácticamente imposibles que demuestran que la realidad, si se emplea a fondo, puede superar ampliamente a la ficción. Y aunque el mormonismo del protagonista es aquí un detalle menor, no deja de resultar interesante para entender, o, por lo menos, intentarlo, lo que puede llegar a ocurrir entre los discípulos del difunto Joseph Smith, aquel señor que se inventó un texto sagrado, The book of Mormon, y se lo adjudicó a un supuesto arcángel Moroni del que nunca había oído hablar nadie hasta entonces.

La novia que nunca existió cuenta la historia del joven Manti Te´o (Laie, Hawai, 1991), un polinesio educado en el mormonismo que quiso triunfar como jugador de ese deporte que nosotros llamamos fútbol americano y los americanos, fútbol a secas. Gracias a su habilidad deportiva, nuestro hombre pudo acceder a la universidad de Notre Dame e integrarse en el equipo de tan noble institución, los Fighting Irish (el hecho de que se tratara de una universidad católica fundada por irlandeses no fue óbice para que le hicieran sitio a un hawaiano mormón). No se sabe muy bien qué estudiaba, dado que el documental no lo precisa y porque lo importante es que el bueno de Manti jugaba al fútbol que daba gusto verlo. Pero como en esta vida no todo se reduce al deporte, Manti quiso echarse novia y contactó por Internet con una tal Leanne, que vivía en otro estado y a la que no llegó a ver nunca en tres años de relación a distancia. En 2013, la pobre Leanne falleció de leucemia la misma noche en que la diñaba la abuela de Manti, quien cayó en una desesperación absoluta que le granjeó, eso sí, la comprensión y el afecto de todos sus seguidores y, prácticamente, de todo el país, pues la noticia tuvo cobertura nacional.

Un señor con sobrepeso

Puede que ustedes se pregunten qué lógica tiene mantener una relación a distancia con alguien al que no se ha visto jamás, y algunos periodistas se hicieron la misma pregunta. Tras ciertas investigaciones, se descubrió el pastel: Leanne no había existido nunca, se la había inventado un conocido homosexual de Manti llamado Ronaiah Tuiasopopo, que estaba enamorado del jugador, pero sabía que no tenía nada que rascar porque éste era heterosexual. Durante tres años, el tal Tuiasopopo estuvo colgando fotos de una amiga que se prestó a la engañifa, fue demorando un posible encuentro, se hizo pasar telefónicamente por la falsa novia (y por el hermano, la madre y varios miembros más de la familia, pues era muy habilidoso adoptando diversas voces, lo cual le habría permitido ganarse la vida con los dibujos animados, aunque nunca consideró esa salida profesional) y, cuando ya no sabía qué más inventar, se sacó de la manga la triste muerte de Lianne, quien había dejado dicho que Manti no acudiera a su funeral porque el fútbol era lo primero y no se iba a perder el chaval un partido por algo tan triste como un funeral.

Imagen de la serie 'La novia que nunca existió' / NETFLIX

Cuando se descubrió el tocomocho, al pobre Manti le cayó la del pulpo y se convirtió durante un tiempo en la rechifla nacional, mientras, paralelamente, iba cayendo en desgracia en el mundo del fútbol americano y viendo como no lo fichaba ningún equipo importante. Curiosamente, nadie la tomó con el liante máximo del asunto, el señor Tuaisopopo, que actualmente, como puede verse en el documental, es (o se identifica como) una mujer trans que, para colmo, tiene el cuajo de afirmar que su mentirijilla tuvo una consecuencia favorable para él, pues le animó a convertirse en la mujer que anhelaba ser (aunque el espectador solo vea a un señor con sobrepeso disfrazado de señora con papada). Ronaiah, ahora Naya, le jorobó la existencia a su adorado Manti y, mientras éste se llevaba todas las bofetadas (por ingenuo, simplón, tonto del culo o lo que ustedes prefieran), elle solucionaba su disforia de género e iniciaba una magnífica vida dentro del sexo más o menos femenino. Toda la ignominia para el infeliz de Manti, mientras el retorcido Ronaiah/Naya se salía de rositas, tal vez porque su gamberrada no constituía un delito digno de ser juzgado, aunque yo creo que merecía algún tipo de castigo por haber abusado de la confianza de un bondadoso simplón.

La historia que cuenta La novia que no existía es de verla para creerla. La mezcla de mala fe (Naya) y estupidez galopante a la que en algo debió contribuir el mormonismo (Manti) da por resultado una historia que se sigue entre el estupor, la indignación y, ¿para qué negarlo?, algún que otro ataque de risa. Ideal para una de esas noches en las que uno no sabe muy bien qué ver y no le hace ascos a una peripecia humana a dos bandas tan increíble como cierta. No les voy a contar cómo acabó el pobre Manti, pero les puedo adelantar que fue capaz de seguir adelante con su vida. Tras despedirse para siempre, eso sí, de su querido fútbol americano.