James Caan será recordado por la imagen imperecedera de Sony Corleone en la película El Padrino, cuando muere acribillado por los hombres de Barzini, que ponen perdido de sangre y balas el peaje de Long Island. Unos años antes, con el mito de Rollerball, el actor se había quedado un tiempo en la retina de los amantes del cine-fuerza que se practicó en los años setenta. Caan deslizándose en los patines roller-skates, que se usan ahora en un deporte real inspirado en la ficción, alrededor de una pista circular, ofreció su mejor perfil del duro como víctima del sistema, concomitante con los personajes clásicos de hard-boyled.
Embutido en una armadura, en Rollerball, el actor interpretó a Jonathan E, un astro venerado por la afición del equipo de Houston, propiedad de Energy Corporation, un trust de la electricidad, el petróleo, las finanzas y los medios. Aquella distopía prendió en el público de entonces, convencido de que estaba viendo su propio futuro, la arena del nuevo mundo romano donde el premio significaba la gloria y la derrota una muerte segura. El deportista convertido en héroe expresó una trazabilidad única en el caso de Caan, que ya lo había intentado con Brian's Song. Esta última cinta fue rodada para la televisión en 1971 y dio vida al atleta Brian Piccolo, diagnosticado de cáncer en la cumbre de su éxito. Un papel que ni pintado para el amigo Caan: el deportista de élite convertido en mito trágico.
En cualquier caso, con el devenir de los años, el momento Padrino lo eclipsa todo, aunque hizo historia hace casi medio siglo. Caan, que recibió una nominación por su Sony Corleone, se ha quedado sin estatuilla del Oscar. Pero estos días, tras conocer su fallecimiento el pasado miércoles 6 de junio, en su casa de Beberly Hills, la Academia de Hollywood lanzó un mensaje en Twitter así de contundente: “su fallecimiento marca el fin de una era”. No hay mejor reconocimiento. Al poco rato, sus camaradas del sindicato de actores SAG-AFTRA, mayoritario en Hollywwod, abundaban al destacar que tres de sus películas, Brian’s song, Misery y El Padrino son historia del cine. Tampoco hay mejor broche.
De origen judío y nacido en 1940 en el Bronx de Nueva York, James Caan hizo de su característico acento y de su semblante serio y duro una seña de identidad, hasta el punto de eternizarse exageradamente en sus personajes. Jugó al futbol americano en la Universidad de Michigan, practicó artes marciales y entrenó durante décadas con el maestro de Karate Tak Kuboda; sus preferencias políticas --partidario de Donald Trump en 2016-- distaban bastante de la mayoría de sus colegas en el mundo de los estudios de cine de California. Caan se graduó en la escuela de actores Neighborhood Playhouse de NY.
Coppola, el director intelectualizado
Su papel de Brian Piccolo convenció a Coppola para ficharlo en El Padrino; antes habían trabajado juntos en The Rian People. La inclusión de Caan en la película, tras los fichajes de Marlon Brando y Al Pacino, despertó dudas en los estudios de la Paramount, cuyos responsables habían pensado en Carmine Caridi para el papel de Sony Corleone. Pero Coppola, además de escoger la calidad de Caan, fue su amigo. Más tarde, el mismo Caridi, gravemente enfermo, acabó entrando en el rodaje en el papel de Carmine Rossato, en la segunda entrega de la trilogía de Coppola, dedicada a la saga de origen siciliano.
La novela homónima de Mario Puzo, base del relato cinematográfico, situó a dos clanes mafiosos reales, los Genovese y los Bonanno, como origen de una ficción sin fin, absolutamente pegada a la realidad del distrito de la Pequeña Italia, en el corazón de Nueva York. Puzo, autor hasta entonces de relatos sin gancho, era hijo de inmigrantes italianos apenas conocido por su novela La mamma, donde cuenta la clásica historia familiar de los italonorteamericanos que, por principios éticos, quieren apartar a los suyos de los negocios oscuros. Pero Puzo, aconsejado por su editor, decidió darle la vuelta a la jerarquía moral de sus historias; concedió el papel protagonista a la mafia y así nació El Padrino, el best seller de 1969. Cuando en 1970 empezó a rodarse la película, la Paramount quería darle la dirección a Sergio Leone, viendo que Coppola, un director intelectualizado, anhelaba un cine barato y callejero al estilo de la Nouvelle Vague; se sentía influido por Godard y hermanado con cineastas independientes, como sus colegas Scorsese o Brian de Palma.
Los biógrafos de Marlon Brando engrandecen al actor que hace de Vito Corleone, el jefe del clan mafioso, al señalarlo como el responsable de la química en el reparto durante los primeros ensayos realizados en Patsy’s, un restaurante de la comunidad italoamericana de NY. Fue allí donde Al Pacino, Robert Duvall, James Caan y la hermana menor de Coppola, Talia Shire, conocieron por primera vez a Brando. El Padrino se rodó como una película de pensamiento profundo y estético, exigente y sin dejarse llevar por un guion repleto de escenas duras. Fue un auténtico tránsito de ida y vuelta entre el cine espectacular y las cintas de autor.
Caan, el rechazo a participar en la saga de 'Star Wars'
En los grandes estudios se había producido ya una ruptura con el pasado, que no siempre se reconocía. Las nuevas superproducciones de la segunda mitad del siglo pasado rompían para siempre con la lógica de Lo que el viento se llevó y con el cine inteligente de Ford o Huston. Alfred Hitchcock había dejado de ser un sumo sacerdote del misterio. Caan reconoció entonces que el origen de su carrera con series de televisión como Los Intocables, Alfred Hitchcock presenta, Kraft Suspense Theatre, Combat!, Ben Casey, Dr. Kildare, The Wide Country, Alcoa Premiere, Ruta 66 y Naked City le había ido apartado de una visión auténticamente dramática. Ya no estaba en línea con lo que un día consideró sus primeras cintas serías, como Una mujer atrapada; incluso dejó de amar un rodaje que lo marcó en su juventud, nada menos que El dorado, junto a John Wayne y Robert Mitchum.
Ya en 1972, poco después del estreno de El Padrino en 400 salas simultáneamente, la película era el blockbuster de la nueva era. James Caan pudo aprovechar el impulso de la cinta y el éxito del momento mortis de primogénito Corleone en el peaje, pero incomprensiblemente rechazó participar en la saga Star Wars y en Superman. Pensó cientos de veces en alcanzar de nuevo escenas únicas o papeles protagonistas de grandes realizadores, sin advertir acaso que la historia había dado un vuelco. Hollywood se iba rindiendo ante la penetración de las franquicias, como se vio en el momento en que el récord comercial de El Padrino era superado por Tiburón, una película inhabitable para el espectador algo exigente. La contemporaneidad exige renuncias y tiene virtudes crematísticas que Caan no supo ver.