Uno de mis placeres culpables del sector audiovisual lo constituyen esas miniseries documentales sobre sectas religiosas destructivas, valga la redundancia. Cada vez que cuelgan alguna en una plataforma de streaming, me la trago, aunque reconozco que todas van de lo mismo: sexo, poder y dinero. Las hay que resultan hasta divertidas en su delirio y las hay que son simplemente siniestras. A medio camino entre ambas posibilidades, se sitúan los cuatros episodios de Be sweet. Pray and obey (Sé dócil. Reza y obedece), que el lector que comparta mis debilidades podrá encontrar en Netflix. La principal novedad de esta propuesta es que la secta analizada, la Iglesia Fundamentalista de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, es una escisión radical de uno de los movimientos más inverosímiles (y majaretas) del mundo de las religiones organizadas: los mormones.
Todas las religiones suelen basarse en una colección de patrañas más o menos bienintencionadas, pero lo de los mormones tensa mucho la cuerda en todo lo referente a la suspensión de la verosimilitud. A su fundador, Joseph Smith (Sharon, Vermont, 1805 – Carthage, Illinois, 1844), le cabe el dudoso honor de haber sido ejecutado dos veces, algo que no consiguió ni Jesucristo, pese a ser el líder espiritual más influyente de todos los tiempos, por lo menos en Occidente. Smith creía firmemente en la poligamia --inspirado por el arcángel Moroni, un personaje que podría haber sido inventado por el vidente Carlos Jesús-- y escribió el célebre Book of Mormon haciéndolo pasar por la transcripción de unas indicaciones de origen divino. La poligamia no le trajo más que problemas, pues a los suyos los iban echando a patadas de todos los estados en que pretendían instalarse y así fue como acabaron en Utah, donde siguen cortando el bacalao a día de hoy los espabilados que renunciaron a tiempo a lo de la multiplicidad de esposas. A Smith lo acabaron trincando en un poblacho de Illinois, donde una turba asaltó la comisaría donde estaba detenido, lo arrojó por la ventana y, cuando ya estaba medio muerto, lo apalancó contra un muro y lo fusiló. Sic transit gloria Mormon!
La miniserie de Netflix se centra en la desquiciada figura de Warren Jeffs, hijo del fundador de la secta, Rulon Jeffs, tras cuya muerte se vino arriba nuestro hombre, potenciando el tono machista de la propuesta y haciendo lo que le daba la gana con los pobres desgraciados que lo consideraban un profeta sin cuya colaboración no iban a llegar al cielo (que él llamaba Sion) ni a tiros. A principios del siglo XXI y pese a tener una cara de pazguato que tiraba de espaldas, Warren Jeffs había conseguido convertir la secta de su progenitor en algo muy parecido a la delirante dictadura norcoreana de la familia Kim. Tras el fallecimiento de papá, se casó con las viuditas más jóvenes y de más buen ver y se dedicó a organizar bodas entre carcamales y niñas de catorce años, mientras amenazaba con el fuego del infierno a cualquiera que osase llevarle la contraria: algunos de ellos son los principales narradores de Be sweet. Pray and obey, que ha dirigido con eficacia Rachel Dretzin.
Atracción malsana
Sexo, dinero y poder. Como todos sus antecesores (y sucesores), esos eran los tres conceptos que guiaban la existencia de Warren Jeffs. Se salió de rositas durante años, entre otras cosas porque tenía sobornada a la policía y a la justicia de su pueblo en la frontera entre Utah y Arizona. Cuando se produjeron las primeras acusaciones relevantes, se dio el piro con sus esposas preferidas y se dedicó a gastarse el dinero de sus feligreses en drogas, alcohol, jolgorios varios, hoteles de lujo y todo tipo de amenidades (preferentemente, en Las Vegas y alrededores). Por si las moscas, se construyó un complejo residencial en Texas por el que aparecía de vez en cuando para controlar a su grey. Lo trincaron en un control de carretera por llevar la matrícula trasera del coche medio descolgada. Fue entonces cuando se descubrió todo el pastel y le cayó una condena a cadena casi perpetua que sigue cumpliendo en la actualidad. Les había jodido la vida a miles de personas, pero muchas de ellas siguieron siéndole fieles y la serie nos revela que el infame Jeffs sigue controlando su chiringuito entre rejas.
Tras ver Sé dócil. Reza y obedece, uno se debate entre la maldad de Warren Jeffs y la ingenuidad de sus seguidores, rayana en la estupidez. Yo diría que éstos, en parte, se lo buscaron, pues si los mormones, digamos, normales, ya son de traca, los de la escisión fundamentalista elevaron la chaladura original a las cimas más altas. Enternecen las declaraciones de algunas víctimas, en las que se intuye esa bondad tan americana y ese amor a Dios tan propio de un país que, por democrático que sea, siempre ha tenido visos de teocracia. ¿Una serie más sobre sectas destructivas? Probablemente. Pero también una de las mejores que he visto últimamente y cuyo visionado disfrutarán todos aquellos espectadores que, como un servidor, sientan una atracción especial (y un tanto malsana) por esta clase de propuestas.