En una universidad inglesa de segundo orden (la de Bristol, concretamente) coinciden dos frikis rechazados en Oxford que entablan una curiosa amistad en la que una de las dos partes lleva la voz cantante, la pija Talitha (Celine Buckens), a la que el sin sustancia de Dhillon (Joseph Payne) sigue como un perrito. Ambos pertenecen a la clase dominante –el padre de ella es un constructor sin muchos escrúpulos y la madre de él dirige un ministerio del Reino Unido-, pero se echan una amiga pobre, Hannah, de la que se acaban distanciando. Tras una noche de juerga, drogas y alcohol, los tres acaban en casa de la pobretona y, aparentemente, se entregan a una pequeña orgía que acaba como el rosario de la aurora, como demuestra el hecho de que la policía encuentra el cadáver de la anfitriona a la mañana siguiente. Todo apunta a que la pareja de pijos ha eliminado a la muchacha de clase obrera tras convertirla en un juguete para sus perversiones sexuales. Ante la negativa de Talitha a que su padre le pague un leguleyo de postín, sale en su defensa una abogada de oficio, Cleo Roberts (Tracy Ifeachor). Arranca un juicio morboso y mediático en el que los acusados se echan mutuamente la culpa del desaguisado hasta llegar a una conclusión que favorece a Talitha, aunque el espectador se quede con la sospecha de que igual la pija se ha toreado a la justicia británica.
Dos personajes lamentables
Esta es la trama de Showtrial, la miniserie de la BBC que puede verse actualmente en Movistar y que es otro de esos productos impecables que tan bien se les dan a los británicos. De hecho, solo sería uno más de no ser por la brillante interpretación de la joven (y para mí desconocida) Celine Buckens, que borda su papel de pija displicente y carente de empatía que le cae como una patada en la boca al jurado y al espectador. La señorita Buckens no pierde una oportunidad de mostrarse desagradable, ya sea por lo que dice, por como lo dice o por las muecas y rictus irritantes que adopta cuando considera que no le hace falta abrir la boca. El angelito se hace odiar nada más aparecer en pantalla, aunque luego veremos que tiene sus motivos para haberse convertido en un monstruo y a los que no es ajeno su señor padre, Sir Damian Campbell, interpretado por el siempre inquietante James Frain, que no le procuró la mejor de las infancias.
Los esfuerzos de la pareja de presuntos asesinos por confundir al jurado y a la audiencia de esta mini serie en cinco episodios son notables. Dhillon asegura que estaba tan ocupado practicándole sexo oral a Hannah que no se percató de que Talitha la estaba estrangulando eróticamente con un fular. Talitha insiste en que ella se fue a casa después de la fiesta y que el asesino solo puede ser su compinche. Y así llegamos al principal aliciente de la trama: conseguir que estemos pendientes del destino de dos personajes lamentables, cada uno a su manera (mérito del guionista, Ben Richards, y de los actores, especialmente la señorita Buckens), dos sujetos con los que no iríamos ni a la esquina, pero que nos seducen de una manera extraña, casi incomprensible. A lo largo del juicio, claro está, vamos sabiendo más cosas de ellos, cosas que solo contribuyen a incrementar el desprecio que nos inspiran. Para no depender de su padre, Talitha presta servicios sexuales a los que no concede la menor relevancia moral. Dhillon carga ya con dos acusaciones de acoso sexual a cargo de sendas alumnas de la universidad. Capítulo a capítulo, el peso de la carga se va desplazando de uno a otro hasta llegar a ese final ligeramente abierto que nos permite decidir lo que queramos sobre Talitha.
Sobre el papel, Showtrial solo es una serie de juicios más, pero en la práctica resulta una vuelta de tuerca muy brillante al subgénero gracias a un guion que funciona como un reloj suizo y a una protagonista que se come la pantalla y que debería dar mucho que hablar en un futuro próximo.