Creo que fue Winston Churchill (y si no, sería Oscar Wilde, pues es del dominio público que todas las frases memorables se las reparten entre estos dos personajes) quien dijo que se puede engañar a unos pocos durante mucho tiempo o a muchos durante poco tiempo, pero que era imposible engañar a todo el mundo a perpetuidad. Con su compatriota Jimmy Savile (Leeds, 1926-2011) se equivocó por completo: el célebre presentador de programas juveniles de la BBC como Top of the pops o Jim´ll fix it se hizo pasar por quien no era a lo largo de toda su carrera de ídolo popular. Aparentemente, Jimmy era un simpático excéntrico inglés de esos que acaban siendo considerados un tesoro nacional: hacía felices a niños y adolescentes desde sus programas de televisión, recaudaba dinero para causas nobles, prestaba sus servicios de forma esporádica en hospitales y manicomios, se codeaba con los Beatles y los Rolling Stones (aunque sus aficiones le situaran más cerca de Gary Glitter), Lady Di le declaraba su amistad y admiración (otra prueba de que la pobre nunca tuvo muchas luces), el príncipe Carlos le pedía consejos que él le aportaba de mil amores, Margaret Thatcher no paró hasta que le consiguió el título de caballero del Imperio Británico…Durante décadas, Jimmy Savile fue uno de los personajes más populares del Reino Unido y nadie, absolutamente nadie, atisbó quién se escondía realmente tras ese señor de los chándales multicolores, el cabello teñido de rubio e inmóvil por una sobredosis de laca y el puro entre los dientes.
No fue hasta después de su muerte --tuvo prácticamente un funeral de estado-- que empezaron a aflorar a cascoporro las denuncias de abusos sexuales que el interfecto habría cometido entre 1955 y 2009, entre 400 y 500 en total. Hubo que cancelarlo a posteriori: se le puso de vuelta y media, se despojó a su tumba de la lápida elogiosa, abundantes figurones entonaron el mea culpa y toda una nación se avergonzó literalmente de sí misma. Pero el mal ya estaba hecho y no había quien lo arreglara.
La principal pregunta que se hizo Inglaterra cuando se descubrió el pastel fue: "¿Cómo es posible que nadie se diera cuenta de nada?”. Y es que el señor Savile, aparte de tener una pinta infame y siniestra a la que solo le faltaba, para completarla, llevar tatuada en la frente la palabra “pervertido”, había cometido sus atrocidades a plena luz del día, confiando en que todo el mundo mirara hacia otra parte, como así fue. Ante las primeras y tímidas acusaciones, la BBC lo negó todo y la policía les dijo a los demandantes de justicia que se fijaran en otra persona menos querida y popular. Todos intuían que había algo que chirriaba en Savile, pero se lo perdonaban porque el pueblo lo adoraba. No, nunca había tenido novia, pero quería mucho a su mamá, cuyo féretro veló durante cinco días (supongo que hasta que el fiambre empezó a oler). A menudo hacía comentarios chocarreros ante los que nadie se molestaba ni en arquear una ceja.
El poder salva de cualquier peligro
A veces se le iba la mano con las adolescentes que venían de público a Top of the pops, pero eran tiempos de liberación, de amor libre (y machismo soterrado) y nadie se escandalizaba, sobre todo por las buenas obras que Jimmy llevaba a cabo en sus ratos libres. Nadie sabía que aprovechaba sus horas en los hospitales para abusar de crías que no se podían defender, o que hacía lo mismo en un sanatorio mental que patrocinaba. En sus momentos de mayor insania sexual no les hacía ascos ni a los niños ni a los viejos ni a los cadáveres (parece que practicó la necrofilia en algunas ocasiones, aprovechando su libre acceso a las morgues). Y todo lo hizo a lo largo de varias décadas en las que nadie se dio cuenta de nada o, mejor dicho, nadie quiso darse cuenta de nada, como demuestra la estupenda miniserie en dos partes Jimmy Savile: a british horror story (Jimmy Savile: una historia de terror británica), que Netflix acaba de colgar y que corre a cargo de la documentalista británica Rowan Deacon.
El poder te salva de prácticamente cualquier peligro. Esa es la principal conclusión a la que llega la señora Deacon. Por eso Jimmy Savile lo buscó desde un buen principio, aunque era de extracción humilde, carecía de estudios y no sabía hacer gran cosa más allá de largar sin tasa, hacerse el simpático y saber conectar con el espíritu de la época (aunque ya tenía una edad cuando presentaba Top of the pops, al frente del cual se tiró la friolera de veinte años). De comentarista local pasó a ídolo de masas, manteniendo durante toda su vida una cara visible y otra oculta que no salió a la luz hasta después de muerto, cuando pasó de gloria nacional a vergüenza nacional.
¿Estaba bien de la cabeza Jimmy Savile? No hay respuesta a esa pregunta en el documental de Netflix y cada espectador puede sacar sus propias conclusiones. Lo que es indudable es el fracaso de toda una sociedad y, concretamente, de sus representantes más significativos y de sus principales instituciones (empezando por Scotland Yard y la BBC): nadie vio al monstruo que tenía delante y que tampoco se esforzaba mucho en pasar inadvertido, como si en el fondo pretendiera que lo pillaran de una vez y pusieran fin a sus atrocidades. Nunca sucedió.