Nuestra "it girl"
Teresa Gimpera (Igualada, 1936, pero rápidamente trasladada a Barcelona) acaba de publicar sus memorias, La vida es així, redactadas con la ayuda del periodista Toni Vall, que así parece seguir con su plan de convertirse en el cronista definitivo de la Barcelona pop, cargo para el que se estrenó no hace mucho con una estupenda exposición en el Palau Robert sobre Bocaccio y sus circunstancias. A Teresa Gimpera se la vio mucho por Bocaccio y fue, en cierta medida, el rostro y la sonrisa de la llamada gauche divine (feliz invención de Joan de Sagarra). Yo la recuerdo, sobre todo, por sus portadas para la revista Fotogramas y sus anuncios para la televisión, aunque llegó a rodar más de 150 películas con toda clase de directores hasta finales de los años 70, cuando se retiró (más o menos) y solo volvió a colocarse ante las cámaras de manera esporádica y con cineastas tan dispares como José Luís Garci, Jaime Camino, Ventura Pons o Paco Plaza. Cuando me la presentaron, hace ya un montón de años, no se me ocurrió nada mejor que decirle que la admiraba desde que era un niño, frase inconveniente que me granjeó una mirada gélida. Reconozco que no tuve ahí uno de mis mejores momentos, pero les aseguro que no era mi intención hacerla sentir vieja (total, tiene 20 años más que yo, una diferencia de edad que, a estas alturas del curso, se me antoja muy poca cosa), ya que lo que yo pretendía decirle, aunque me saliera fatal, es que me sentía como si me hubieran puesto delante a Twiggy, Jean Shrimpton o Caroline Munro (mi starlet favorita de las películas de terror de la Hammer). Es decir, que la consideraba la versión barcelonesa de eso que los anglosajones definen como “it girl”, la chica del momento que tiene algo especial y representa algo igualmente especial.
Teresa Gimpera fue una chica moderna en una época en la que no abundaban. Hija de perdedores de la guerra civil, se había casado muy joven, sin tener tiempo para averiguar qué esperaba de la vida. Descubierta por los fotógrafos Oriol Maspons y Leopoldo Pomés, no tardó mucho en convertirse en modelo y actriz, sin descuidar el flanco sociológico al dar la cara por la gauche divine y mantener relaciones con la cultura barcelonesa de su época. Separada de su marido, encontró en el actor norteamericano Craig Hill, protagonista de algunos spaghetti westerns, un compañero para toda la vida hasta que éste falleció en 2014. En el ínterin, montó una escuela de modelos, se mantuvo siempre activa y nunca presumió de feminista ni de pionera de nada, pese a poder blasonar de ambas cosas. Con el prusés le dio un pronto lazi, pero hay que reconocer que tampoco se excedió (más allá de ir a votar el día del referéndum ful del inefable Puchi) ni hizo especiales méritos para convertirse en la Pasionaria independentista de la tercera edad (yo creo que ese cargo les corresponde, ex aequo, a Nuria Feliu y Pilarín Bayés).
Tal vez no sea justo recordar a Teresa Gimpera como una chica moderna de los modernos años 60 barceloneses, tan entrañables y tan quiero-y-no-puedo, pero tampoco me parece un desdoro. Y no se me ocurre una figura femenina tan representativa de la época y sus ilusiones como ella, nuestra it girl.