La muerte de Franco cambió radicalmente la memoria cinematográfica de la Segunda República. La Transición política a la democracia abrió el camino hacia una cierta evocación nostálgica de la República. Películas como Mi hija Hildegart (1977), dirigida por Fernán Gómez, abriría el camino. El caso Hildegart, ocurrido en 1933, se refiere al asesinato de la joven Hildegart por parte de su madre Aurora Rodríguez. Los hechos narrados en la película son reales, con una madre obsesionada con la educación de su hija conducida políticamente hacia la causa feminista y republicana. La aspiración a la libertad individual la pagó Hildegart con su propia muerte. La madre neurótica de la película era Amparo Soler Leal y la hija era Carmen Roldán.
En el marco de la Transición, se hicieron algunas películas prorrepublicanas como Borrasca de Miguel Ángel Rivas (1978) con María Luisa San José y Antoni Ferrandis de protagonistas, describiendo un pueblo ampurdanés en vísperas de las elecciones de 1931; o Gusanos de seda (1976), dirigida por Francisco Rodríguez y protagonizada también por Antonio Ferrandis y Esperanza Roy, que cuenta una historia de embarazo imposible de una discapacitada con un padre cacique (que no puede ser sino Ferrandis).
Desde los años ochenta la óptica cambia y empieza la idealización de la República por muy diversas vías. Por la vía melancólica y familiar se constata en La plaça del diamant (1982) de Francesc Betriu, trasladando al cine la novela de Mercè Rodoreda con Silvia Munt como una Colometa genial. La vía premonitoria de lo que iba a venir se observa en Las bicicletas son para el verano de Jaime Chávarri (1984), basada en la obra de Fernán Gómez, con Amparo Soler Leal, Victoria Abril y Gabino Diego. En la misma década, el cine interpretó a su manera el drama de Casas Viejas en enero de 1933 a través de la película de José Luis López del Río, abordó el problema rural andaluz a través de la película Réquiem por un campesino español de Betriu, basada en la novela de Sender, y Pasos Largos (1986) de Rafael Moreno Alba, que nos cuenta la historia del último bandido andaluz, muerto en 1934. No se dudó en explotar la veta literaria con La casa de Bernarda Alba de Mario Camus, a partir de la obra de García Lorca con Irene Gutiérrez Cava y Ana Belén en los principales papeles.
Tierra y libertad (1995), la película de Ken Loach, sobre los enfrentamientos entre anarquistas y comunistas marcó mucho el futuro del cine español a la hora de evocar la Segunda República. En los años noventa, el discurso prorrepublicano se institucionaliza. Y ahí está La lengua de las mariposas (1999), con guion de Azcona y dirección de José Luis Cuerda, con un maestro (Fernán Gómez) dando lecciones a un alumno (Manuel Lozano). En un contexto más frívolo, ¡Ay, Carmela! de Saura, con trece premios Goya en su haber, le da una vuelta al folcklorismo español, con interpretaciones espléndidas de Carmen Maura, Andrés Pajares y Gavino Diego. Belle Époque de Fernando Trueba (1992) nos introduce en la vida familiar en los años republicanos, con un Jorge Sanz moviéndose entre cuatro mujeres (Ariadna Gil, Maribel Verdú, Miriam Díaz Aroca y Penélope Cruz) con sabor nostálgico. Yerma (1999), dirigida por Pilar Tavora, nos permite volver al cine desde la literatura lorquiana con Aitana Sánchez Gijón como Yerma, Juan Diego y una singular invitada, Irene Papas. La moños (1996) nos reproduce la vida cotidiana en la Barcelona de los años treinta a partir de un personaje exótico: una loca extrovertida y simpática interpretada por Julieta Serrano en una película extraña dirigida por Mireia Ros.
Ya en el siglo XXI se radicalizó la desinhibición al trasladar al cine la Segunda República. Se dedicó una película a la biografía de Clara Campoamor, con una excelente interpretación de Elvira Mínguez, dirigida por Laura Mañá. En la película Visionarios (2001) de Manuel Gutiérrez Aragón se analiza el fenómeno de las apariciones de la Virgen en el País Vasco en junio de 1931 en medio de una historia de amor entre Eduardo Noriega e Ingrid Rubio.
Surgen, por otra parte, biografías de personajes como Blas Infante en la película Una pasión singular (2003) de Antonio Gonzalo en plena escalada del andalucismo político, con Daniel Freire como el actor principal y el lehendakari José Antonio Aguirre, icono del nacionalismo vasco, dirigida por José Julián Bakedano, rememorando las películas del mismo sentido hagiográfico que había tenido Castelao, un documental curiosamente argentino (1980).
Desde Cataluña se han hecho películas sobre Pau Casals (2017), dirigida por Manuel Huerga y protagonizada por Joan Pera, y sobre Ramon Mercader, con el título de El abogado (2016) que nos narra la historia del reclutamiento del joven comunista Mercader (interpretado por Alfonso Herrera) para matar a Trotsky. La película fue dirigida por Antonio Chavarrías.