Peppa Pig es una cerdita adorable que protagoniza una serie de dibujos animados creada en 2004 por los británicos Mark Baker y Neville Astley. Desde hace unos días sabemos que uno de los principales fans de Peppa es el primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson, al que hemos visto perdiendo el hilo (y los papeles, y el oremus) a medio discurso y recurriendo a su querida cerdita para salir del paso. El hombre estaba soltando uno de esos rollos que le escribe alguno de sus secuaces cuando se hizo un lío con los folios, no supo qué era lo que venía a continuación, se vio incapaz de continuar con la argumentación que le habían endilgado (y que no sabemos si había llegado a comprender del todo) y optó por improvisar. A su manera. Sin venir a cuento, se lanzó a explicarle a su pasmada audiencia que había estado hacía poco en un parque de temático de Peppa Pig, que Peppa Pig era estupenda y que todos deberíamos ser fans de Peppa Pig. Luego recogió los papeles (por lo menos, los que no había perdido), hizo mutis por el foro y dejó a los sufridos asistentes a su conferencia sumidos en el estupor. Las consecuencias de esta colosal metedura de pata no se hicieron esperar. Desde dentro y fuera del mundo tory, a nuestro Boris le cayeron las burlas y los insultos a mansalva. Una vez más, se imponía en la opinión pública británica (y mundial) la sospecha de que semejante sujeto puede no ser la persona idónea para estar al frente del destino de la nación. Sobre todo, ahora, que tiene a Emmanuel Macron que trina con él por sus trapisondas post Brexit y que en la Europa comunitaria tampoco es precisamente un personaje muy querido y popular.
Los que disponemos de un sentido del humor ligeramente retorcido nos lo hemos pasado muy bien con el discurso en honor a Peppa Pig, pues hemos reconocido en él una nueva bufonada de ese ganapán del que nunca hemos sabido muy bien qué aprendió en Eton y en Cambridge (¿o era en Oxford? Bueno, da lo mismo, lo importante es que Inglaterra sigue siendo una sociedad de castas en las que unos van a Oxbridge y otros se van al carajo). A la gente como yo, Boris siempre le ha parecido una versión exagerada del Bertie Wooster de los libros de P.G. Wodehouse (o sea, un majadero que ocupa una posición social que no merece), pero sin la bonhomía que caracterizaba a aquel miembro destacado del Club de los Zánganos. Y sin un Jeeves, leal mayordomo del tonto de Bertie que solía sacarle de los fregados en los que se metía él solito con su inteligencia superior y siempre disimulada para no quedarse sin trabajo. En cualquier caso, el Jeeves de Johnson ha sido el siniestro Dominic Cummings, que es quien le comió el coco con lo de abandonar la Unión Europea, una idea que, como casi todas las que aparenta tener, nunca se le había pasado por la cabeza a nuestro hombre hasta que vio que podía ayudarle a medrar (con la ayuda involuntaria del líder del UKIP, Nigel Farage, otro merluzo que, consumado el Brexit, se quedó sin nada que hacer en el mundo de la política británica).
Resulta curioso y preocupante que tengan que ser salidas de pata de banco como la de Peppa Pig las que lleven a los compatriotas del señor Johnson a pensar que tal vez no tengan en él al líder adecuado para tirar adelante en una época en la que a la (lógica) hostilidad europea hay que sumarle esa supuesta relación especial con los Estados Unidos que languidece a ojos vistas. Visto el asunto desde fuera, es aún más difícil entender que ese hombre llegara en su momento a alcalde de Londres y a primer ministro. Uno ha llegado a pensar que pasó del periodismo a la política porque en ésta no te echan por maquillar o inventarse la realidad, que es lo que hacía como plumilla.