Benito Zambrano (Lebrija, 1965) es un cineasta de historias íntimas. Intrahistorias de personajes cuyas vidas se cruzan y pasan desapercibidas para muchos. Las historias que a él más le interesa contar.
Lamenta que el cine, en la mayoría de los casos, cuenta mayoritariamente historias de hombres que suceden en grandes urbes. Pese a que cada vez las mujeres adquieren más peso, aún hay una brecha considerable de género en la cartelera. Lo mismo ocurre con los relatos que suceden en zonas rurales o incluso en periferias.
Mujeres y presente
Con Pan de limón con semillas de amapola el director vuelve a poner al espectador delante de una serie de mujeres que toman o quieren tomar las riendas de sus vidas, en un mundo que no siempre ha tenido en cuenta sus voces.
Basada en la novela de Cristina Campos, la cinta explora las relaciones de una familia de Mallorca y algunas vecinas de Valldemossa. Unas relaciones marcadas por un pasado no siempre claro que les impide avanzar en el presente. Todo con un añadido, la trama central no es el amor de pareja, sino la fraternidad, el cuestionamiento de qué es ser buena madre, buena hermana o buena hija. Emociones no siempre puestas sobre la mesa y en pantalla.
--Pregunta: ‘Pan de limón con semillas de amapola’ es el enésimo libro que adapta, pero ¿fue fácil conseguir los derechos y hacer participar a la autora, Cristina Campos, en el guion?
--El mérito de que se haya hecho una adaptación de Pan de limón... es de Filmax. Ellos leyeron la novela y decidieron hacer una película. No creo que hubiera problema, por eso, porque tanto la productora como Cristina tenían ganas de convertir la historia en una película. Ella además viene del mundo del cine, era lo que más deseaba. Por eso también ha sido fácil hacer una película con ella. Siempre estuvo a favor de la obra.
--¿Qué le atrajo de la historia?
--Primero, que me conectó con ella a través de la emoción, antes incluso de pensar en temas o cómo filmarla. Luego que hay temas recurrentes y universales que también están presentes en mi filmografía, como la maternidad, la familia y los conflictos familiares, una visión contemporánea del mundo de la mujer, esa sororidad entre mujeres, cómo la infancia nos marca la vida de todos… Y luego, la historia de África y el mundo de la cooperación. Es un continente que tenemos al ladito, sobre todo los andaluces como yo.
--La película muestra un universo de mujeres, muy distinto del retratado en 'Intemperie'. ¿Necesitaba un cambio?
--No. No hago cosas por cambiar o ajeno al hecho de contar historias. También es verdad que las historias surgen de forma inesperada y que ni uno planifica. Esta película, de hecho, vino antes de Intemperie. Intemperie se metió en medio. O sea, no es algo que busque. Las cosas ocurren. A veces no hago el cine que quiero hacer, sino el que surge, sale o puedo hacer.
--Una característica de esta historia es que habla de todo tipo de amor, mucho más que el de la pareja. ¿Cree que hace falta mostrar otro tipo de historias de amor en el cine?
--Historias de amor han de contarse todas y en todas direcciones porque es el gran tema. Todos estamos carentes de amor, de recibirlo o de darlo, a veces se nos queda dentro como si se nos fuera a caducar o a hacernos daño. Amar y ser amado es un gran tema que no se agota. Lo hacen las canciones y el cine necesita contarlo porque forma parte de los grandes temas universales. Y creo que, en este país, hacemos demasiado pocas películas de amor, es un tema que no abordamos lo suficiente.
--Asimismo, se retratan una variedad de familias muy distintas, un hecho más que destacable, porque parece que el cine español se apartó un poco de retratarlas. ¿No cree?
--No conozco tanto para hacer una valoración. Hay muchos tipos de universos y lo grande del cine es que retrate todo tipo de familias y sociedades. Es muy diferente el norte del sur, la ciudad y el pueblo, clases altas, medias, bajas y paupérrimas. Las realidades son muy diferentes. Lo que sí me da la sensación es de que en el cine hablamos siempre de clases medias e historias de hombre, es la característica más común. Por eso, cuando se habla de clases trabajadoras o bajas o de mujeres se habla más porque destaca.
--En unos momentos en que algunos políticos cuestionan la violencia machista contra la mujer, usted plantea preguntas casi opuestas: qué es ser una buena novia o esposa, qué es ser una buena madre, una buena hija e incluso una buena hermana y amiga. ¿Hace falta apuntar más por ahí? ¿O es independiente del género?
--Hay que apuntar por ahí porque es uno de los grandes debates sociales ahora mismo. Se puede tratar de todo y en todos los formatos. Los malos tratos están ahí de forma más sutil o evidente y las hay entre parejas, pero también en el trabajo y en muchos otros aspectos. Y como hay mucho tipo de familias también dentro de los núcleos familiares hay muchos tipos de violencia. Una de las cosas que me atraían de la historia es que ponemos el foco de los abusos y el maltrato también en las clases altas, porque parece que es patrimonio de los pobres o en los entornos obreros. Este tipo de hombre poderoso que se cree el dueño de la familia se puede dar incluso más.
--Otro valor de la película es el retrato de la empatía de esas mujeres. ¿Cree que el filme interpela directamente a los sentimientos y emociones?
--Es una película de emociones, sí. Toda película como toda obra de teatro o la mayoría de la literatura narrativa es para contar los conflictos y miserias del ser humano. Sin un desequilibrio no existiría el drama no como género, sino como construcción de conflictos. Siempre vamos a hablar de problemas. En esta película nos metemos en una hondura que te lleva a la emoción. No busco hacer películas para hacer llorar a la gente, sino una historia de verdad, orgánica que trate algo interesante. Y muchas veces te metes en dolores humanos muy profundos: la necesidad de la maternidad, los abusos, los conflictos entre hermanas… Y, bueno, si la gente no se conmueve por eso, o yo lo he hecho muy mal o la gente está muy mal.