La pareja sentimental y profesional compuesta por Robert y Michelle King se ha especializado en la mezcla de géneros, con unos resultados no siempre brillantes, pero sí curiosos y, sin duda alguna, arriesgados. La cosa ya se intuía en The good wife y en su spin off, The good fight. Con Evil (cuya segunda temporada puede seguirse actualmente en el canal SyFy de Movistar) dieron un gran paso hacia el delirio, mezclando comedia, fantasía y terror en las aventuras de un peculiar equipo de detectores de exorcismos que trabaja para la iglesia católica y que está formado por una psicóloga con tres hijas de corta edad (y una madre seducida por un enviado del Maligno que es el personaje más divertido, a la par que siniestro, de la serie), un carpintero que hace doblete como mago de los ordenadores y un aspirante a sacerdote que mantiene una tensión sexual no resuelta con la psicóloga, cuyo marido, explorador, suele estar ausente). Su nueva miniserie en Movistar, The bite (El mordisco), ya riza el rizo en lo de la mezcla de géneros aparentemente estancos: la comedia y el horror. ¿Se les ha ido definitivamente la olla a los señores King con esta historia en seis capítulos? Pues sí y no.
The bite transcurre en una Nueva York fantasmal durante el peor momento de la epidemia del coronavirus. Las protagonistas son Rachel (Audra McDonald), una doctora que atiende telemáticamente a sus pacientes mientras su marido, Zach (Steven Pasquale), está en Washington ejerciendo de inmunólogo en jefe para el gobierno, y Lily (Taylor Schilling), su vecina de arriba, una buena chica que se gana la vida como dominatrix para adictos al masoquismo consensuado, a los que también se ve obligada a atender vía pantalla. Es también a través del ordenador como Rachel sigue los sabios consejos de su madre, todo un premio Nobel de medicina de la que no diré nada más para no incurrir en el spoiler. Rachel tiene un lío con Brian (Will Swenson), un periodista de guerra que está loco por ella. Zach, por su parte, mantiene un romance con una compañera de trabajo. Hasta aquí podríamos decir que estamos ante una comedia ambientada en la era del Covid-19. Pero entonces aparecen los zombis.
La nueva variante inglesa del coronavirus es una broma inocente comparada con la que tiene lugar en The bite: un nuevo y extraño virus se hace amiguete del corona, se engancha a él y convierte a quienes lo contraen (por vía aérea) en feroces energúmenos que van por ahí mordiendo a la gente y ampliando así el número de zombis sueltos por el mundo. A medio camino entre una ingeniosa (y arriesgada) mezcla de géneros y una estupidez del tamaño del Empire State Building, van transcurriendo los seis capítulos de esta miniserie que a ratos funciona muy bien y a veces no tanto. Dotada de una leve carga social (la principal preocupación del gobierno de los Estados Unidos es que no decaiga la economía y que la gente vuelva al trabajo cuanto antes mejor, aplicando a enfermos y difuntos la conveniente clasificación de víctimas colaterales), The bite pretende poner, conceptualmente hablando, al mal tiempo buena cara, y sus creadores consideran que cortarle el brazo con un hacha a un aspirante a zombi para detener el funesto proceso puede resultar hilarante. ¿Lo es? Pues lo dicho: a veces sí, a veces no.
Estamos ante un producto muy arriesgado que nos hace pensar con frecuencia que quienes lo han alumbrado se han pasado de listos y, al situarse narrativamente entre Pinto y Valdemoro, se han perdido por un camino que no se sabe muy bien a dónde conduce. Algo parecido ocurre en Evil, que resulta casi sobria en comparación con The bite, una miniserie que en Estados Unidos ha generado críticas entusiastas y severas regañinas periodísticas. En ambos productos queda patente la ambición conceptual de los señores King, y, personalmente, agradezco que la televisión actual les permita dar rienda suelta a su insania y a su desfachatez. Reconozco que ambas series me resultan simpáticas precisamente por eso, por la desacomplejada desfachatez que las caracteriza. Personalmente, prefiero Evil por el componente doméstico y confortable que introduce en una ficción condenada en principio a ser atroz. The bite me parece una brillante (y a menudo divertida) salida de pata de banco que se agota en seis capítulos y te deja con la extraña duda de si has visto algo que valía la pena o si has estado perdiendo miserablemente el tiempo. En cualquier caso, asomarse a estos dos productos surgidos de las mentes enfermas de los King es una experiencia que recomiendo a todo el mundo. Habrá quien se enganche, como me ha pasado a mí, y habrá quien se dé de baja a los veinte minutos del primer episodio, pero, ¿qué quieren qué les diga?, a mí me parece que la presencia de gente como Robert y Michelle King en la ficción audiovisual contemporánea merece que se le dé la bienvenida, aunque a menudo se registre cierta distancia entre sus aspiraciones y sus resultados.