Jonás Trueba (Madrid, 1981) es una rara avis en el cine español. Incluso se podría decir en el cine de su familia. Es el más independiente y se diría que el más radical, término con el que él no se siente identificado.
El último ejemplo de ello es Quién lo impide, una película-documental-proyecto de tres horas y 40 minutos que se convierten en todo un viaje en la que cineasta, cámara, espectadores y protagonistas se dejan llevar.
Retrato sin voluntad
El film no tiene voluntad de retrato. Lo afirma incluso su protagonista, Candela Recio, que subraya que simplemente relata y muestra cómo se siente y cómo vive la adolescencia y juventud. Pero solo es su manera. Una manera muy del estilo de su director.
Ambos se encontraron en La reconquista y se quedaron con ganas de más. Ellas, de poder hablar de lo que le importa; él, de atrapar esa juventud que dice que se le escapa. Y el producto es una película sin igual en el panorama cinematográfico español.
--Pregunta: ¿De dónde viene la idea de 'Quién lo impide'?
Jonás Trueba (J.T.): Surge de una mezcla de cosas. Quería hacer una película más suelta, libre. Probarme y reconectarme con el cine haciéndolo de una manera más despojada. Necesitaba aún más, un formato muy íntimo para lo que acaba siendo una película muy colectiva. Al final de La reconquista me sentí más removido que nunca. Me empezaba a sentir más mayor, a reflexionar sobre el cineasta que quiero ser, salieron los miedos… Por eso quería hacer algo que me los quitara. Y era evidente que tenía que ser con algunos jóvenes. Eso, más la letra de Quién lo impide de Rafael Berrio, creo que iniciara la gestación de algo.
--¿Cómo fue la aventura?
Candela Recio (C.R.): Tras La reconquista salimos con energía de hacer cosas. Y cuando nos lo propuso tenía sentido. Fue como: “es el momento. Tengo 15 años y un montón de cosas que quiero decir”. Tanto yo como al resto de chicos.
J.T.: Se mezclaba esa energía con algo egoísta en mí de no perder esa energía, agarrarme a ella. Sentí que no los podía soltar.
--La película está rodada de una manera muy natural. La cámara se mete entre los jóvenes y es una más, pero se tratan temas bastante importantes: la soledad, el sexo, la educación… ¿Había en cierto sentido un guion?
J.T.: En una primera conversación surgieron temas.
C.R.: Ya allí nos contó que quería rodar planteamos algunos ya, como el del viaje por el fin del curso, la fiesta en casa cuando se van los padres…
J.T: …el amor, la primera vez, la soledad. De ahí salen cosas muy básicas.
--¿Cómo consiguió que pese a tener pensado hablar de ciertos temas en cada escena saliera de forma tan natural?
C.R.: Es una mezcla de convivir con la cámara y la voluntad de querer convivir con ella. Sabes que se está grabando y conviviendo a la vez.
J.T.: Es una escritura muy del rodaje. Igual cinco minutos antes se decide qué se va a decir, pero un 90% de lo que se dice es una escritura de ellos en la toma, ellos deciden decir lo que dicen en el plano.
--¿La voluntad era hacer un retrato más fiel de la juventud?
J.T.: No, sería muy presuntuoso por mi parte querer hacerlo. Es a partir de ellos que me surgen las dudas, me asaltan preguntas y las planteo.
--¿Creen que la peli, por eso, lo acaba haciendo?
C.R.: Yo no creo que represente a ninguna juventud que no sea la mía. Se reflejan unas circunstancias muy concretas que he vivido yo y el resto de mis compañeros. Si estos temas seguramente son comunes a estas personas, vale, pero no me lo planteo con esa intención. Lo que pasa es que al hablar de cosas más concretas hace que te sientas más representados.
--Pero lo cierto es que la película da una visión diferente a la que se suele ver de fiesta, drogas y desfase.
C.R.: No querernos representarnos como seres locos que hacemos fiestas y nos enfadamos todo el rato, porque al final muchas veces llegas a casa sales o no de fiesta, te pones a dormir y ya. Como a todos.
J.T.: En la película hay una escena que se ve claramente. Vienen de fiesta, se acuestan y al día siguiente se van de manifestación. Ese corte está hecho con esa intención. Yo pienso el cine así. Estirar la escena después de ese momento espectacular que uno quiere destacar, me parece interesante.
--Bueno, su cine siempre se ha apartado de lo espectacular, es más intimista y sin muchos sobresaltos. ¿Cree que se apuesta lo suficiente por este tipo de películas?
J.T: Creo que no mucho. Este film la hemos hecho a pulmón entre todos los miembros de la película. La presentábamos sin saber si sería una película, un documental, un proyecto para encontrar apoyos y hacerla con mayor tranquilidad. No fue posible. Lo entendía, es una película difícil de explicar. Yo mismo no sé qué forma tiene. La sociedad es conservadora por naturaleza, pero con respecto al arte, la gente que está en los despachos prefiere poner dinero en aquello que ya ha tenido éxito. A la que presentas algo un poco diferente, que cuesta explicarlo casi siempre te encuentras un no. No confían en ti por mucho que tengas detrás una trayectoria. Ahora empieza a cambiar, yo hago películas a escala, muy posibilista y eso me reconforta. Creo que hay una coherencia que al final se ve. Me alegra de que uno de mis películas se vea apoyada por algo que ya he hecho antes. Es muy bonito.
--¿No lo sentías así?
J.T.: Ha costado. Nos está costando hacernos entender con respecto a la industria y no si esta peli... Es que es una película que se sale mucho del estándar de la industria. Y no porque vayamos en contra. Ojalá podamos hacer que en la industria pueda ser más amplia y quepan más cosas.
--Uno de los estándares por los que se sale es, sobre todo, por el tiempo de duración de la película. ¿Los jóvenes son o serán capaces de pasar tres horas y 40 minutos en el cine y encima para que un adulto les relate?
C.R.: No lo sé. Creo que no hacemos algo muy distinto cuando consumimos series de un tirón. La costumbre está, pero no en el espacio del cine. También porque es caro, poco accesible. Y sí, es verdad, que en un primer momento te tira para atrás. A la vez, quieres ver una película con la que te sientas identificado y te haga pensar en ti. Eso te llama a verla.
--¿Y es difícil venderla a la hora de exhibirla en salas?
J.T.: La verdad que hemos tenido la suerte de contar con la confianza de una distribuidora fantástica como Atalante. Sabemos que la duración ocupe lo mismo de dos o tres sesiones y los que la exhiben lo hacen porque creen que deben hacerlo. Es muy importante eso. Hay exhibidores que sólo miran lo económico. Me atrevería a decir que programar Quién lo impide es un gesto casi político porque demuestra un compromiso. Demuestra que el cine también puede ser esto y durar esto. ¿Dónde está escrito que una película tenga que durar 90 minutos? Hay películas que emocionan por lo larga, seguramente. Y además la peli necesita estos tiempos, como muchas otras.
--Y recupera algo del cine clásico: los intermedios.
J.T.: Además son muy importantes en el film. Me gustan mucho porque da la sensación de que estás viendo algo en directo.
--Casi como un Gran Hermano.
J.T.: Tiene algo de eso, pero con una selección de lo que muestras. Esta película es un proceso selectivo que hace reflexionar, hay un filtro.
C.R.: Se debe filtrar mucho para que en ese tiempo sientas que has hecho un viaje y que tenga sentido. Lo que se genera con el resto es que todos estamos haciendo lo mismo.
J.T.: Es una experiencia muy pensada para el espectador. Lo decimos al principio y es quizás lo más guionizado de la película. Queríamos decirle al espectador que esta propuesta la hemos hecho para él.
--¿Falta confianza en el espectador?
J.T.: Yo confío mucho en él. La peli es una llamada, va contra los tiempos y a tocar los cojones en el buen sentido, para darnos esto a los espectadores. Es una reivindicación de las salas, de la experiencia cinematográfica. Confiar es esperar, perseverar, quedarse. Cabe esperar porque las cosas van a venir.
--¿Hay posibilidad de un reencuentro más adelante?
J.T.: Siempre he pensado que es una película abierta. Hacerse un Quién lo impide puede significar otras cosas. No tanto continuarla, sino no perder esa actitud de querer una cámara y probarte. No sé si seré capaz, pero hay que tener cuidado. No siempre un cineasta ha de grabarlo todo. Coger la cámara ha de significar una forma de vida, aunque me encanta estar sin la cámara. Aun así, a veces sentimos esa obligación de cogerla. Jonas Mekas decía que creía que podría filmar sin la cámara y, a veces, me pasa eso. Pero hay tantos momentos bonitos que sientes que no le damos valor y se olvidan en tu memoria que los filmas para darle la importancia que merecen.