La cultura en toda su extensión, aunque con alguna excepción, es uno de los sectores más afectados por esta crisis (como ya le ocurrió en la anterior, y en la anterior, y en la anterior). Con el agravante de que, si entonces bajó la facturación de teatros, cines y museos, ahora estas entidades llevan muchas semanas con ingresos de cero euros. La situación se complica en aquellas zonas, como Cataluña, donde los gobernantes han puesto nuevas restricciones ante el aumento de contagios. Un drama.
Por desgracia, la inversión en cultura no es una prioridad cuando vienen malos tiempos, a pesar de que el sector se esmera en sacar una sonrisa a todo el mundo hasta en los peores momentos, como se ha demostrado durante el estado de alarma. Es vocacional. Un ejemplo de ello lo tenemos muy próximo en el tiempo: entre 2008 y 2012, el número de representaciones (teatro, danza, musicales) se hundió el 18,7%; los espectadores menguaron el 24,3%; y la recaudación por venta de entradas disminuyó el 13,24%, según el Anuario SGAE 2012 de las Artes Escénicas, Musicales y Audiovisuales.
En el caso del cine, tocó fondo en 2013 tras varios años en caída libre (la crisis económica aceleró el retroceso), cuando apenas 80 millones de espectadores acudieron a las salas. Desde entonces, se ha ido recuperando de forma paulatina. Pero tiene que superar otros obstáculos que van más allá de las dificultades económicas del ciudadano: debe cambiar el modelo para subsistir. Y aquí dentro se puede mencionar el doblaje. Este subsector, tan necesario para proteger la lengua y acercar la cultura a mucha más gente, ha sido uno de los primeros que han echado a andar, porque el consumo de contenido audiovisual se ha disparado a raíz de la pandemia, pero el parón de rodajes puede pasarle factura en breve.
En cuanto al sector del libro… bueno, mucha gente solo los compra con motivo de Sant Jordi, el Día del Libro, y este año… Y, entre las tinieblas, un rayo de sol: en datos del Ministerio de Cultura, los museos no han hecho más que aumentar el número de visitantes, pasando de poco más de 40 millones de personas en el 2000 a 65 millones de ciudadanos en 2018. Con todo, este 2020 será un milagro si se acerca a esas cifras.
La conclusión es que la cultura es una de las grandes damnificadas en las malas épocas. Es cierto, por fortuna, que las nuevas tecnologías permiten otro tipo de consumo (series, música, web), pero no es lo mismo. Cada día que pasa, algo se queda por el camino. ¿Por qué nadie pone la atención en ello? Interesa más tener a los jóvenes pendientes del TikTok que de una buena novela. Se pierde la identidad; se tiende al aborregamiento. Si todos somos iguales, si todos pensamos lo mismo, será más fácil manipularnos. Eso es algo que viene de lejos. Y así nos vemos, con una campaña contra Cristóbal Colón y otros personajes históricos; y con la catedral de Nantes en llamas, entre otras cuestiones.
Un pueblo sin cultura es un pueblo sin alma. Un pueblo sin cultura es un pueblo sin identidad. Un pueblo sin cultura es un pueblo perdido. Un pueblo sin cultura es un pueblo sin educación. Un pueblo sin cultura es un pueblo sin futuro. Qué ¿raro? que España, con toda la historia y mezcla que acumula, no la priorice, y estemos entretenidos con debates estériles... Por todo ello, hay que buscar la manera de reactivar el sector como sea, y de promover el consumo cultural a través de la escuela y de la televisión. Solo con eso, la salida a esta crisis se verá con otros ojos.