Esta semana he empezado a ver Mrs. America, una serie de HBO que narra el movimiento político que hubo en Estados Unidos a principios de los 70 para ratificar la Enmienda de Igualdad de Derechos entre hombres y mujeres (ERA). Pero en lugar de centrarse en las líderes feministas del momento, como sería de esperar, la serie toma como protagonista una activista y ama de casa conservadora del Medio Oeste, Phyllis Schafly (interpretada por Cate Blanchett) quien, convencida de que la ERA supondría un retroceso para los derechos de la mujer, movió cielo y tierra para impedir que se ratificara.
La serie me ha enganchado, por dos razones concretas: primero, su excelente estética “retro” (me compraría todos los vestidos que aparecen en la pantalla, como ocurrió cuando veía Mad Men); segundo, la rabia descomunal que me despierta el personaje de Phyllis Schafly: alta, guapa, siempre bien peinada, Schafly no solo representa el patrón de madre y esposa perfecta (¡sabe cocinar pasteles!) sino que encima es lista, inteligente y todas sus amigas la adoran y quieren ser como ella, por lo que le resulta fácil convencerlas para que la apoyen en su lucha contra el decreto de igualdad entre hombres y mujeres.
La ERA, según la retrógrada y conservadora Schafly, es una muy mala idea: empezaría por empeorar la situación de la mujer de clase media americana y acabaría con la llegada del Comunismo, como mínimo. Sin preocuparse por si lo que dice es cierto o no, Schafly alerta a sus seguidoras de que la ERA eliminará sus derechos de viudedad, las forzará a trabajar fuera de casa (además de tener que llevar la casa) y encima las obligará a ir a las trincheras si estalla una guerra. “¿Qué hay mejor que ser una buena esposa y ama de casa?” parece decir Schafly en cada discursito, con sus perlitas en las orejas y su sonrisa repelente.
Ellas, las amas de casa de clase media, son un pilar básico de la sociedad americana y no es su culpa “si algunas mujeres quieren culpar al machismo de sus fracasos en lugar de admitir que no se esforzaron lo suficiente”, suelta Schafly en un encuentro en Washington con un grupo de políticos republicanos, donde ella misma se ve humillada al ser “obligada” a tomar notas de la reunión, por el simple hecho de ser mujer.
Y así, mientras Schafly va convenciendo al personal con su discurso retrógrado y antifeminista, yo me voy hundiendo en el sofá, consumida por la rabia. El enemigo de la mujer sigue siendo la propia mujer, siempre lo he pensado. ¿O quizás no?
Navegando por Instagram, topé con una viñeta de una de mis ilustradoras favoritas, Flavita Banana, (conocida por ser una ferviente feminista) que me hizo reflexionar. En la viñeta aparecían dos amigas charlando:
-[estoy viendo] una serie sobre una tía super ambiciosa, empoderada, que se cuestiona el patriarcado, se encara a su marido…
-¿Una feminista?
-Lo contrario
Resulta que Flavita Banana (Flavia Álvarez) también está viendo Mrs. America estos días y cree que Phyllis Schafly es, sin saberlo, una feminista. “Ella, que se dedicó a luchar contra el movimiento, precisamente usa los medios contra los que creer trabajar”, escribe la ilustradora bajo su viñeta.
Y, en parte, tengo que darle la razón. Al fin y al cabo, Schafly representa una mujer ambiciosa y con poder, un referente femenino de éxito.
“A partir del momento en que decidimos tener éxito fuera del hogar, las mujeres entramos en el territorio de los hombres”, dijo la conocida dibujante, de 33 años, en una charla online publicada esta semana por la plataforma Tu mujer Salvaje.
Reflexionando sobre la relación entre el éxito y las mujeres, Álvarez explicó que ella se crió con su madre y su hermana mayor --su padre se fugó con la secretaria cuando ella tenía 6 años, muy cliché, ¿no?-- y nunca se planteó su condición de “chica” a la hora de tener éxito en su carrera. “De pequeña era bastante ambiciosa. Me acuerdo de que decía: 'yo voy a salir en las enciclopedias'. Y me sentía un poco culpable, o me lo hacían sentir, cuando me respondían, pero ¿quién te crees que eres?”, explicó.
Según Álvarez, “igual hay que dejar de negativizar el concepto ambición”, especialmente entre las mujeres. “No creo que sea malo ser ambiciosa, es decir, querer que las cosas se hagan, funcionen y se reconozca mi esfuerzo”, dijo. Otra cosa es la idea de logro, ese concepto tan masculino de que “si haces algo es para ver resultados a corto plazo”. Y aquí es donde Álvarez cree que el feminismo puede aportar un concepto más humanista a la idea general de éxito: “Hay que pensar más en el logro a largo plazo, en la idea de que igual no vas a ver el resultado de tu esfuerzo, pero te contentas con saber que has formado parte de ello”.