Ricky Gervais es un humorista británico (actor, guionista y director) al que debemos dos series de televisión sensacionales, The Office, que contó con una magnífica versión norteamericana que poco tenía que ver con la original, y Extras, sobre la desgraciada vida de unos figurantes de la industria audiovisual, ambas creadas a medias con Stephen Merchant, un tipo alto y zangolotino de esos que, como se dice en catalán, con la cara ya pagan. Gervais lleva años especializado en poner de vuelta y media la industria que le da de comer, haciendo especial hincapié en la condición de privilegiados que ostentan sus representantes, él incluido. Recordemos una de sus más recientes alocuciones al público como presentador habitual de los Golden Globes estadounidenses: “Subid, aceptad vuestro pequeño galardón, dad las gracias a vuestro agente y a vuestro Dios e idos a tomar por culo, ¿vale?”.
A sus 58 años, este descendiente de hugonotes no está dispuesto a dejar pasarles ni una a sus colegas. Ante la pandemia que nos asuela, ya ha hecho saber su disgusto ante las quejas de los ricachones en general y del cantante Sam Smith en particular, sujeto algo ridículo y de sexo fluido que, como unos días se siente hombre y otros, mujer, ha pedido --y lo que es peor, conseguido-- que la prensa se refiera a él como They (Ellos), dada su duplicidad de género. El señor Smith es (o son) de natural quejica y lleva tiempo lamentándose en voz alta del encierro que sufre en su mansión. Y no es el único. ¿La conclusión de Gervais?: “La gente normal está hasta las narices de que los multimillonarios les larguen sermones sobre lo que tienen que hacer en estas circunstancias”. Y tampoco lleva muy bien ciertas iniciativas solidarias que le huelen a cuerno quemado, como la reciente versión del Imagine de John Lennon --tema que sirve para un barrido y para un fregado-- a cargo de una tropa de celebrities del cine y de la música comandada por la actriz Gal Gadot, más conocida como Wonder Woman.
Aunque no duda de su buena fe, sostiene Ricky que esa interpretación coral del clásico de Lennon, además de ser espantosa, oculta --y no muy bien-- el deseo de los participantes por dejarse ver en circunstancias hostiles para sus respectivas carreras. Según él, todos tienen una película o un disco que promocionar y que, por culpa de la pandemia, se ha convertido en un producto prescindible.
La llamada de Gervais a sus camaradas para que se queden en sus mansiones con piscina y se callen, que es, afirma, lo que hace él en su casita con jardín del acomodado barrio londinense de Hampstead, resulta muy de agradecer y nos hace mucha gracia a todos los que nos partimos de risa en su momento con Extras y The Office, pero entraña el peligro de que le acusen de practicar lo mismo de lo que abomina: Netflix está a punto de colgar la segunda temporada de su estupenda serie After life. Tal vez ha llegado el momento de sustituir temporalmente el sarcasmo por un silencio sepulcral, ¿no le parece, señor Gervais?