Para demostrar que Tele 5 y Cuatro también están al loro de las nuevas series de las plataformas en streaming, Paolo Vasile, capo di tutti capi en Mediaset, ha decidido este verano rescatar dos series de HBO y ofrecérselas a su distinguido público, sobre todo al sector que no se deja un duro en Netflix y demás y se apaña con lo que pilla gratis. Una de ellas, La travesía, tiene su punto; la otra, Siren, es tan mala que merece un comentario, pues hacía tiempo que uno no veía un producto audiovisual con una premisa tan tonta: nada menos que la existencia de las sirenas.
La travesía se sitúa en Port Canaan, una localidad ficticia del estado de Oregón, y cuenta con un inicio inquietante: en las playas del pueblo aparecen un día abundantes seres humanos, la mayoría muertos y algunos vivos. Nadie sabe de donde salen, pero la explicación de los supervivientes no resulta muy verosímil, pues aseguran venir del futuro, de dentro de 180 años, cuando unos humanos evolucionados y con muy malas pulgas llamados Apex han sojuzgado a sus exsemejantes y han convertido a Estados Unidos en una dictadura atroz que no se anda con contemplaciones con los menos evolucionados. Su misión, aseguran, es impedir que ese futuro se haga realidad. La relación entre el sheriff de Port Canaan y una aparecida que reparte unas hostias como panes será el hilo conductor de una aventura que, una vez asumida su notable falta de verosimilitud, se deja disfrutar bastante.
No puede decirse lo mismo de Siren, la propuesta más boba que uno haya visto en la televisión durante los últimos años. Resulta que una sirena ha sido pescada por el ejército de los Estados Unidos y encerrada en un gran tanque de agua para proceder a su estudio. Su hermana, Ryn, que no tiene muy buen carácter, sale del agua para rescatarla, pues le salen piernas nada más pisar la tierra. Aunque pasearse en pelotas por un pueblo de la América profunda (el imaginario Bristol Cove; en realidad, como en La travesía, todo está rodado en Canadá, que sale mucho más barato) puede atraer miradas de reprobación, Ryn se las apaña para robar una camiseta por aquí y unos pantalones por allá para pasar desapercibida, aunque el hecho de no hablar inglés, alimentarse de pescado crudo y comportarse como un animal feroz -aquí las sirenas se las traen, amigos- no es lo más adecuado, si bien hay que reconocer que canta como los ángeles. Tras entablar relación con un muchacho rico que no quiere saber nada con su familia, Ryn se lanza en busca de la hermanita secuestrada por el ejército. Mientras tanto, nos enteramos de que las sirenas odian especialmente a los habitantes de Bristol Cove porque, muchos años atrás, el tatarabuelo del muchacho se hartó a matar sirenas con especial saña y ahínco.
Yo pensaba que, si te presentabas en una productora con semejante idea, el ejecutivo que te recibía te echaba personalmente de su despacho a patadas en el trasero, pero me equivocaba, pues Siren va ya por la segunda temporada: en HBO hay un imbécil que la ha renovado, señal de que igual tiene su público, no menos zote. Siren podría ser de esas series que a base de malas acaban siendo buenas, pero no es así: la seriedad con la que se afronta la existencia de las sirenas y un presupuesto razonable consiguen un producto tan correcto como tonto y aburrido que no se aguanta por ninguna parte. Menos mal que es gratis para los adictos a Mediaset.