La serie alemana en diez episodios Dogs of Berlin es de lo mejor que ha colgado Netflix últimamente y constituye un interesante y didáctico recorrido por el submundo criminal berlinés a cargo de dos policías que no se parecen en nada, que empiezan su relación laboral de la peor manera posible y que acabarán siendo casi amigos: Kurt Grimmer (Felix Kramer) es un poli marrullero, aunque eficaz, cuyo matrimonio se está derrumbando, situación a la que se enfrenta manteniendo una relación sexual con su primera novia del instituto, una borracha catastrófica con dos hijos pequeños que vive del Estado y de un servicio erótico que desarrolla de matute en internet; Erol Birkan (Fahri Yardim) es un poli ejemplar de origen turco cuyo padre se avergüenza mucho de él, entre otros motivos porque es homosexual, vive con su novio y, como le suelta a su progenitor un día que ya no puede más, “a los dos nos gusta follar por el culo”.
Cuando Grimmer se topa de repente con el cadáver de un jugador de fútbol turco-alemán que se disponía a jugar un partido contra la selección de su país de origen, ve la oportunidad de hacerse con un caso de perfil alto que le permita prosperar en el cuerpo, donde se le considera un tarambana dado a la bebida y a las apuestas ilegales --siempre debe dinero a una pandilla de mafiosos locales--, pero la superioridad le obliga a aceptar a Birkan como compañero porque hay que colocar a un turco para resolver el asesinato de otro turco.
Creada, dirigida y coescrita por Christian Alvart, Dogs of Berlin es un genuino walk on the wild side, que diría Lou Reed, así como un retrato étnico-sociológico de la ciudad equivalente al que consiguió Shawn Ryan con Los Ángeles en su inolvidable serie The shield. La resolución del crimen avanza en un escenario de pesadilla compartido por el mayor narcotraficante árabe de Berlín --que vive encastillado en el barrio de Kreuzberg, donde ni la pasma se atreve a entrar--, una banda que controla las apuestas y siempre está detrás de Grimmer para zurrarle la badana por moroso, una fraternidad neonazi fundada por la madre de Grimmer y a la que éste perteneció durante unos años, una ex novia de Birkam que se va a casar con el narco en cuestión, la mujer de Grimmer, que se embarca en una relación absurda con un agradable pero turbio motero turco, y otros personajes secundarios que, todos juntos, forman un peculiar coro griego extraído de la chusma local.
Cabe destacar la interpretación de Fahri Yardim, con el que es fácil empatizar por su triple condición de paria: poli, turco y maricón. El hecho de que sea la persona más decente de toda la historia no le sirve especialmente de consuelo. Como espectador, resulta muy estimulante abandonar por un rato los habituales entornos anglosajones por otros que nos resultan más cercanos incluso que los del Nordic Noir. Y gracias a que todos los capítulos están dirigidos por el señor Alvart, y de manera muy brillante, hay una unidad en la producción que no es fácil de encontrar cuando de cada episodio se hace cargo un realizador distinto. Habrá segunda temporada. Y ahí estaré yo para tragármela: la pareja Grimmer-Birkan aún puede dar mucho de sí.