Siete escritores catalanes entramos detrás del “Conseguidor” en el despacho del director de TV3, un convergente que no hacía mucho había asumido el cargo y estaba conceptuado como un catalanista razonable, un hombre abierto. Hablo del día 20 de octubre del 2000. Todavía se podía fumar en espacios cerrados, pero ya estaba mal visto y no había ceniceros sobre la larga, reluciente mesa. Yo me senté en el extremo más cercano a la puerta. En voz baja le pregunté a Lluch, que estaba sentado a mi lado:
-¿Y tú qué pintas aquí, Ernest?
-Nada --me respondió con aquella sonrisa característica que evidenciaba que disfrutaba de las cosas imprevistas, que le gustaba divertirse--. ¿Y tú, Ignasi?
-Como tú. Nada. Estoy de arbusto. --A ninguno de los dos nos interesaba mucho TV3, yo de hecho sólo la veía de uvas a peras; pero el “Conseguidor”, un hombre bien relacionado, culto, que se sabía mover en los despachos del poder, nos había reunido a todos supuestamente para que le ayudásemos a convencer al director de TV3 de que incorporase una programación de carácter cultural a la parrilla de la televisión. Ya que para un país como Cataluña la cultura debía ser una prioridad y la televisión pública debía apoyarla y promoverla. Estos argumentos me parecían razonables. Si Lluch se prestó a participar fue porque era amable y positivo. Yo participé porque el “Conseguidor” me caía bien y quería complacerle. De nosotros siete, el escritor de más “altos vuelos”, con diferencia el más famoso, era Baltasar Porcel, que tenía el firme propósito de que la tele le pagase un largo viaje por las islas del Mediterráneo, so pretexto de que el Mediterráneo es la cuna de la civilización y por tanto de Cataluña, y aquí y allá, en todas las islas y costas, hay huellas de la presencia catalana. En realidad, comprendí luego, la reunión trataba de eso, del viaje de Porcel. Éste se quejaba:
-Se acaba de publicar un libro muy correcto de Fulanita de Tal, que es de Girona y escribe en catalán, y también ha salido una reedición de Montserrat Roig, y en la tele catalana nadie ha dicho nada, esos libros han pasado totalmente ignorados en la Corporació. En cambio en el Telenotícies han entrevistado a ese Jaime Baily, que es un peruano...
No estoy seguro de que fuese exactamente Jaime Baily la causa de que Porcel se sintiese agraviado, quizá era otra celebridad que escribía en castellano. También desaprobaba a un humorista que salía mucho en la TV3.
-Y ése que sale continuamente... , que se llama Delafuente, o no sé qué, que hace chistecitos que no tienen maldita la gracia, ¿a quién le interesa? ¿De verdad que hay alguien que siga esas tonterías? Yo lo sacaría.
El director de TV3, que se llamaba Miquel Puig, respondió:
-Hombre, Baltasar, La cosa nostra tiene un share estupendo, tiene un éxito consolidado --dio algunas cifras: el programa de Buenafuente era un éxito, quizá el más visto de TV3. A Porcel eso le parecía chocante.
-¿El más visto? Ah... Pues tiene un nivel... demasiado bajo. Y no tiene ninguna gracia, todo es jiji-jaja. Superficial. Tonterías. Yo a ese Buenafuente lo sacaría, en su lugar pondría debates culturales, no sé, algo que tuviese cara y ojos. ¿A vosotros os gusta ese tío?
Puig alzaba la ceja en prudente silencio, plenamente consciente, supongo, de que Porcel tenía una columna diaria en La Vanguardia desde donde podía disparar cañonazos de grueso calibre, y de que los demás también teníamos tribunas en la prensa, en la radio.
Alguien dijo que no se podía negar que el cómico aquel tenía gracia. Que conectaba con el público...
-¡Pues habla un catalán horroroso!, sentenció Porcel. -Si al público le gusta eso...
-¡Es que se llama Buenafuente Moreno! --exclamó Puig, alzando un poco la voz, por primera vez-- ¡Es que tenemos que hacernos cargo de que tenemos el país que tenemos! ¡Es lo que hay!
Siguió la conversación por otros derroteros y yo me quedé pensando si nadie más se había dado cuenta de las reveladoras implicaciones de aquellas frases que me habían sentado como una bofetada: el país que “tenemos”, la importancia de los apellidos evidentemente charnegos, el paternalismo un pelín exasperado, el recurso al siempre decepcionante principio de realidad, y la implícita añoranza de “tener” un país donde la gente se llamase, por ejemplo, Eiximenys y Cuturull, y Comaverruga y Casamitjana...
Al mes siguiente mataron a Lluch. Seis meses después Porcel navegaba a costa del erario público repitiendo “Los viajes de Ulises”. Al cabo de dos años, los convergentes despidieron a Puig porque no le bailaba el agua Artur Mas lo suficiente. Por cierto que se llama, de segundo apellido, Raposo, su madre era o es madrileña. Lo cual desde luego hace aún más formidable aquel "tenemos el país que tenemos". Unos años más tarde, algunos de los que estábamos en aquel despacho habían muerto; pero otros seguimos más o menos vivos. Diecinueve años más tarde, Puig se ha convertido en lo que ya era in nuce, o sea un nacionalista lo bastante desquiciado para ser contertulio en el programa de Xavier Graset… Y Buenafuente, aunque en otra televisión y en castellano, sigue siendo “lo que hay”.