A veces, uno se empeña en ver series que no van dirigidas a personas de su edad, tal vez porque nunca ha conseguido dominar del todo a su niño interior, que sigue saliendo en exceso al exterior. Fuera por lo que fuese, obligado tal vez por la propaganda de Netflix y por la presencia de Gillian Anderson (de la que soy fan desde que era la agente Scully de Expediente X), me asomé a Sex education, serie creada por Laurie Nunn y que se centra en los dimes y diretes sexuales de una pandilla de adolescentes, uno de los cuales tiene una mamá sexóloga --la señora Anderson-- que fascina sobremanera a sus amigos y conocidos.
Me tragué el primer capítulo haciendo un notable esfuerzo, aunque solo duraba 30 minutos y me despedí de la serie para siempre: aquello no era para mí. Podría haberlo sido si los personajes no fuesen tan poco interesantes --el hijo de la sexóloga, la promiscua de la clase, el negro gay, el matón del instituto...-- y si a la pobre Gillian le hubiesen adjudicado un rol que no fuera la burda y primaria parodia de una mujer liberada. Ante la sensación de estar asistiendo a una sesión de diálogos para besugos y la falta de interés narrativo de la propuesta, abandoné despavorido Sex education en busca de otra serie en la que refugiarme.
Buscaba algo clásico, que no fuese para moderniquis, y lo encontré en la miniserie canadiense Bad Blood (Amazon). Esta producción no descubre la pólvora ni aporta grandes novedades al cine de gánsteres, pero está bien escrita y bien interpretada y sus seis capítulos se siguen con interés. La influencia de las tres entregas de El Padrino y de las películas de mafiosos de Martin Scorsese resulta evidente, pero tanto los creadores --Michael Konyves y Simon Barry-- como el director --Alain Desrochers-- son alumnos aplicados que, además, han tenido el detalle de abordar la mafia en un entorno hasta ahora no explorado, la capital de Quebec, Montreal. Basada en las andanzas de un personaje real --el mandamás de la mafia local Vito Rizzuto, interpretado por el siempre fiable Anthony LaPaglia--, Bad blood nos aleja de los escenarios habituales del cine de gánsteres y nos informa de que Montreal fue un importante centro de distribución de droga en Estados Unidos y Europa.
Fundamental para la buena marcha de la serie resulta la presencia de un personaje adoptado por don Vito, el irlandés Declan Gardiner, un tipo que lo ha dado todo por la famiglia sin conseguir jamás ser considerado parte de ella. De hecho, Declan es el personaje fundamental de esta trama, así como el más interesante a nivel psicológico: lo interpreta Kim Coates, un hombre con una cara de psicópata que no puede con ella al que algunos recordarán haciendo de motero criminal en Hijos de la anarquía.
Puede que no haya un antes y un después de Bad Blood en la ficción mafiosa pero su sólida estructura, sus diálogos y sus interpretaciones me supieron a gloria después de escuchar todas las memeces de la sexóloga Anderson, su hijo el pringado y todos esos adolescentes que solo piensan en follar, cosa muy normal en la vida real, pero que hay que abordar de forma más interesante en la ficción: eso no ocurre en Sex education.