Picnic at Hanging rock es una novela de la australiana Joan Lindsay publicada en 1967. En ella se explicaba la extraña desaparición de tres alumnas y una profesora de una academia para señoritas durante el día de San Valentín de 1900. Con cierta influencia de Daphne Du Maurier, la novela de Lindsay era un cuento gótico victoriano (la aparentemente eterna reina Victoria falleció en 1901) sobre la adolescencia en peligro y la obsesión de los adultos por la pureza de las muchachas, a las que había que vestir de blanco a la primera ocasión. Esa historia que ocultaba más de lo que revelaba le sirvió al cineasta Peter Weir para dirigir en 1975 la película del mismo título, que ahora es revisitada por la televisión australiana en una miniserie de seis capítulos que emite en España el canal Cosmo con el título de El misterio de Hanging rock.
Aunque la película de Weir estaba muy bien, ello no es motivo para saltarse esta nueva versión de la historia. Entre otras cosas, porque seis horas dan más de sí que dos a la hora de explicarla. No es una serie para amantes del terror y de las emociones fuertes, pues aquí los horrores se expresan con sordina y tan preocupante es el misterio de las chicas desaparecidas como la educación que reciben y las medidas disciplinarias que se les imponen. La directora de la academia, Hester Appleyard --interpretada por Natalie Dormer, conocida por sus apariciones en series como Juego de tronos y Los Tudor, donde componía una Ana Bolena que era una arpía fascinante--, impone un orden prusiano mientras aparenta ser una viuda rica. Como ella dice al principio de la serie, “si una mujer va vestida de furcia, es una furcia; si va vestida de viuda, es una viuda”. Hester ha engañado a la buena sociedad australiana presentándose como lo que no es --por los escasos flashbacks vistos en los dos primeros episodios, su manera de ganarse la vida estaba relacionada con el sexo, no era muy edificante e incluía algún que otro cadáver en el armario-- y ha logrado que su aislada academia para señoritas goce de un prestigio inmerecido en la zona. Carente de empatía hacia las alumnas --y hacia el mundo en general--, ejerce su cargo de manera fría y cruel, aunque luciendo siempre unos vestidos y unos sombreros preciosos (el vestuario de la serie es uno de sus mejores hallazgos).
Cuando se pierden las chicas, Hester solo piensa en la pérdida de reputación --o sea, de dinero-- de su academia, y no duda en acudir a la fiesta anual del ricachón local para hacer como que aquí no ha pasado nada. Lamentablemente para ella, un aristócrata que le ha visto todas las gracias a una de las chicas perdidas se inmiscuirá en su camino hacia el olvido.
El misterio de Hanging rock puede parecer anticuada a primera vista, pero no lo es en absoluto. El tono moroso que se le supone a una historia ambientada en 1900 es puesto patas arriba por una dirección tan elegante como sincopada y vigorosa. El diseño de producción es excelente, como el ya mentado vestuario. Y la labor de las actrices es magnífica, especialmente en el caso de la señorita Dormer, siempre insuperable en sus papeles de arpía insensible y que aquí brilla especialmente como la falsa Hester Appleyard, una mujer cargada de secretos siniestros que algunas alumnas se empeñarán en desentrañar. Como la miniserie británica basada en la novela de Du Maurier Rebeca, la que hoy nos ocupa es una nueva y más extensa vuelta de tuerca a una historia que ya se contó muy bien años atrás por Hitchcock o Weir. Los amantes de las intrigas perversas y sutiles se engancharán a ella como le ha sucedido a un servidor. O eso creo, vamos.