Como demostraron Alfred Hitchcock y Orson Welles, se pueden fabricar películas magníficas a partir de libros que no lo son en absoluto (véanse Psicosis o La dama de Shanghai, sir ir más lejos). De hecho, adaptar al cine un gran libro tiene algo de superfluo, pues resultará imposible superarlo. Por el contrario, novelas mediocres, como El alienista, de Caleb Carr, pueden convertirse en estupendas series de televisión, como acaba de demostrar Netflix con su adaptación en diez capítulos.
El alienista se publicó en 1994 y tuvo un éxito rotundo e inmediato. Yo empecé a leerlo en esa época y confieso que no llegué a terminarlo. Pese a sus pretensiones, la historia no era especialmente brillante ni original: un asesino en serie de niños pobres siembra el pánico en Nueva York a finales del siglo XIX; ante el desinterés de la policía, corrupta hasta la médula y controlada por unos patanes irlandeses que solo piensan en rendir servil pleitesía a los ricachones de la ciudad, se hacen cargo del caso un psiquiatra de origen alemán (un alienista, según la terminología de entonces), un amigo suyo ilustrador y cliente habitual de prostíbulos y la primera mujer que trabaja para la policía de Nueva York, aunque solo sea como secretaria del hombre designado para combatir la corrupción en el cuerpo, que es el futuro presidente Theodore Roosevelt, compañero en Harvard del alienista y el ilustrador. Lo mejor del libro era la recreación de la Gran Manzana cuando no era tan grande y de la enorme división social que había entre ricos y pobres, pues la clase media, por aquel entonces, solo era una entelequia cargada de buena intención.
Una versión mejorada de la novela
Como una imagen vale por mil palabras, ver lo que cuenta Caleb Carr es mucho mejor que conformarse con sus descripciones literarias. Y con un presupuesto generoso, la Nueva York de 1896 es un espectáculo grandioso que fortalece la historia que se narra, que no es para tirar cohetes. Sin ser una obra maestra --hay límites a lo que se puede conseguir a partir de una novela mediocre y aquí no hay ni un Welles ni un Hitchcock al timón--, El alienista es, además de una fiesta para la vista, un magnífico thriller de época bien escrito, correctamente realizado y muy bien interpretado. El actor hispano alemán Daniel Brühl compone un estupendo Laszlo Kreizler, alienista cargado de complejos por culpa de un brazo cuyo crecimiento se interrumpió cuando el animal de su padre se lo retorció de pequeño; Luke Evans cumple a la perfección con el papel de ilustrador indolente; y Dakota Fanning, que se nos ha hecho mayor, es una muy creíble mujer prefeminista dispuesta a prosperar en la policía.
Entre los secundarios destacan Ted Levine en el papel del más corrupto de los polis --nada que ver con el comisario bonachón de Monk-- y Michael Ironside, que da vida al mismísimo J.P. Morgan. Los que leyeron en su momento El alienista encontrarán en la serie una versión mejorada de la novela. Y los que no la leyeron se la pueden ahorrar y disfrutar de esta excelente adaptación audiovisual. Ojalá haya una segunda temporada sin necesidad de que el señor Carr escriba un libro que adaptar: con esos actores, ese ambiente y ese presupuesto que genera envidia en cualquier cineasta español, cualquier guionista con talento puede agarrar a los personajes y darles vida más allá de la literatura.