La nueva serie de Netflix Seven seconds recuerda poderosamente a la ya clausurada American crime, chapada tras la tercera temporada por su escasa audiencia, aunque fuese una de las propuestas más interesantes que uno ha encontrado últimamente en la televisión de pago. En ambos casos, se trata de seudo thrillers más interesados por el factor humano de sus personajes que por la simple resolución de un delito. Y parece que eso es veneno para la taquilla. Los adictos a los relatos policiales aceptan una mínima parte de humanidad en los personajes de las diferentes historias, pero la justa, y siempre teniendo presente que lo importante es la fidelidad al género. Y así es como propuestas como American Crime y Seven seconds acaban en una tierra de nadie y desapareciendo por falta de público.
Una lástima, ya que Seven seconds --que, de momento, cuenta con una temporada de diez episodios-- es, como su fallida antecesora, un retrato del aquí y el ahora en Estados Unidos; concretamente, una reflexión sobre el racismo policial, un tema que últimamente ha estado muy de actualidad gracias a esos agentes blancos que, sin pararse a pensarlo mucho, le han volado la cabeza a un negro por malinterpretar un gesto o, simplemente, porque el hecho de ser negro ya les parecía peligro suficiente.
Conflicto humano
Seven seconds arranca con el atropello de un adolescente negro en bicicleta por un policía que conduce su coche por un parque helado y solitario de Jersey City. Nervioso porque se dirigía al hospital en que su esposa estaba a punto de dar a luz, el inspector Jablonski no vio aparecer al ciclista y se lo llevó por delante. Pasmado, solo se le ocurre llamar al jefe de su unidad, Di Angelo, que se presenta con los otros dos miembros del equipo y le dice que se largue, que ellos se encargan de todo, que su mujer está pariendo y que no va a poner en peligro su futuro por un chaval negro que, probablemente, es un pandillero que tarde o temprano habría acabado en el trullo o muerto. Jablonski hace lo que le dicen, pero el sentimiento de culpa le va a acompañar durante toda la vida.
Por otra parte, los planes de Di Angelo hacen aguas: hay una testigo que los ha visto tratando de enterrar el cadáver, una yonqui de buena familia que va a casa y al colegio cuando le apetece y que ese día se había quedado a dormir en una fábrica abandonada de la zona; una fiscal se interesa por el caso cuando aparece el cadáver, ayudada por un poli de Manhattan; los padres del difunto, meapilas convencidos, quieren justicia mientras su fe en el Señor se tambalea; Jablonksi descubre que Di Angelo es un corrupto que trabaja para Messiah, el narcotraficante que corta el bacalao en el barrio...
Personaje a personaje, Seven seconds nos explica a fondo la manera de ser de cada uno de ellos, sin moralina ni divisiones entre buenos y malos. No hay, por así decir, un auténtico misterio en la trama, pero no es necesario ante la eficaz manera en que los guionistas abordan un conflicto humano desde todos los puntos de vista posibles. Más cerca del drama moral que del thriller convencional, Seven seconds no es una serie para todos los públicos y corre el riesgo de ser ignorada por los devotos del género policial y los del drama contemporáneo que la confundan con una más de intriga. El espectador sin prejuicios, por el contrario, entrará sin problemas en esta clase de sociología urbana que es también una serie excelente.