Jeanne Deber --alias, la Mantis-- lleva veinticinco años en prisión por haber asesinado, de manera ritual, a ocho hombres. Cuando un imitador empieza a reconstruir sus crímenes con exactitud, la Mantis se ofrece como asesora a la policía, poniendo una única condición: que su interlocutor sea su hijo, el inspector Damien Carrot, que no le ha dirigido la palabra desde que la detuvieron. Este es el punto de partida de la excelente miniserie francesa La Mantis, cuyos seis episodios se devoran de un tirón (bueno, digamos que dos) y que va bastante más allá de la tradicional producción norteamericana centrada en el fenómeno de los asesinos en serie. Netflix la colgó hace unos días.
El tema del imitador --los franceses han adoptado el término anglosajón copycat-- ha sido tratado multitud de veces en este peculiar subgénero, pero en La Mantis lo hace de una manera tan interesante como original: centrándose en el factor humano del criminal. En ese sentido, Jaenne Deber --una madura Carole Bouquet que envejece con una elegancia admirable-- es una asesina con una concepción ética del delito. Según ella, los ocho hombres a los que eliminó eran seres despreciables, violentos y dañinos que amargaban la vida de sus seres queridos, por lo que deshacerse de ellos era una cuestión de higiene moral.
Relación madre-hijio
Aunque intuye que los nuevos muertos son tan abyectos como los suyos, la Mantis se ofrece a la policía como una manera de recuperar el contacto con su hijo, al que demuestra querer con locura y echar de menos, aunque adopte una permanente actitud hierática y despegada de las cosas de este mundo. De esa manera, la investigación deviene, por una parte, el thriller esperado y, por otra parte, la historia del extraño reencuentro entre una madre y su hijo perdido.
Es ese aspecto sentimental lo que confiere a esta serie sus principales rasgos de originalidad. Sin cargar las tintas en el factor humano, respetando las reglas del género, La Mantis constituye una estimulante rareza en un subgénero que los americanos no se han esforzado mucho por hacer evolucionar. El guion, de una carpintería excelente y sin más trampas que las justas, funciona a la perfección, al igual que el reparto y la dirección. El final es sorprendente, como se espera de este tipo de productos, y, al mismo tiempo, arroja un poco de esperanza sobre el futuro conjunto de la madre asesina --cuyos motivos acabaremos entendiendo y que son de abrigo-- y el hijo policía que la rechazó.
Lejos de ajustarse a las reglas, ya banales y poco sorprendentes, del thriller norteamericano de asesinos en serie y sus imitadores, La Mantis ofrece una ingeniosa y bien trabada visión del género que resulta totalmente innovadora, como si el espíritu de Simenon se hubiese mezclado con el de Thomas Harris, el papá de Hannibal Lecter. Absolutamente recomendable para devorarla en un fin de semana.