Durante el rodaje de Man on the Moon, Jim Carrey perdió la cabeza. O eso creyeron en un primer momento tanto el director, Milos Forman, como el resto del elenco principal de la película, biopic del genial Andy Kaufman. Carrey, decidido a no interpretar sino a encarnar al cómico, al que adoraba y admiraba hasta el punto de admitir que sin él su mundo --y el de todos-- hubiera sido muy distinto, se convirtió en Andy. Lo que, en un primer momento, generó una enorme confusión y frustración en Forman, acostumbrado a tratar con el actor, a utilizarlo, como se utiliza un muñeco, y no a tener que domar a un personaje que había vuelto de entre los muertos para protagonizar la película basada en su vida. Pero que, poco a poco, asumido que Carrey no se había vuelto más engreído y ridículo y estúpido de lo que nadie podía soportar, sino que estaba dando, literalmente, vida, a un muerto --Carrey no se limitaba a fingir que hablaba como él, hablaba como él, y decía exactamente lo que él hubiera dicho, y hasta tal punto se comportaba como el propio Kaufman que su hermana, su padre, su novia, le reconocían, le abrazaban, lloraban, le contaban cosas que no pudieron contarle al propio Kaufman antes que el cáncer se lo llevara--, les convenció, de manera que, lo que empezó siendo una aparente excentricidad, se convirtió en un pequeño milagro: Andy había vuelto.
El documental de Chris Smith que lleva por título Jim y Andy y que consiste en un behind the scenes alucinante en el que se ve a Carrey siendo Andy todo el tiempo durante el rodaje de la película, da buena cuenta del milagro en cuestión --que en su momento fue documentado por Lynne Margulies, la novia de Kaufman--, milagro que incluso permitió que la única hija del cómico, a la que él nunca conoció y que se enteró de quién era su padre después de que éste participara en Taxi, la serie de la NBC, conociese a su padre. “Pasamos más de una hora juntos”, confiesa Carrey en el documental --que incluye una extensa entrevista con el actor, que va explicando lo que ocurría--, y durante esa hora, Carrey, que no era Carrey sino Andy, y a ratos, Tony Clifton, el increíblemente gruñón personaje de bigote y flequillo inmenso que Andy y su amigo Bob Zambda utilizaban para exorcizar demonios y hacer reír aún con más ganas a su público, hizo exactamente lo que habría hecho el cómico de haber estado allí.
Perder el mundo de vista
Y sí, el documental es maravilloso, y lo es, al menos, por dos cosas. En primer lugar, demuestra lo valioso que es cualquier ejercicio de empatía, en especial, un ejercicio de empatía como el que practican los actores, los buenos, buenísimos, actores, los actores que, como Carrey, no existen cuando no interpretan --admite, durante el metraje, no haber sabido quién era cuando todo terminó, cuando tuvo que dejar de ser Andy, y a la vez, lo “libre” que sintió mientras lo encarnaba, porque no tenía que ser Jim Carrey, porque podía olvidar su vida--, artistas que pierden el mundo de vista porque necesitan hacerlo, y que puede llevarnos al resto, a los que contemplamos, a viajar en el tiempo, o a detenerlo, a vencer, en este caso, a la muerte y recuperar al genio perdido.
Pero eso no es todo. Luego está lo que Carrey sacó en claro de todo aquello. De lo que fue ser Andy Kaufman por un tiempo. Y lo que sacó en claro fue que Andy era libre. Que todos nacemos con una serie de cosas abstractas que nos vienen dadas. “¿Por qué soy estadounidense?”, se pregunta, “¿Qué es eso? ¿Qué significa? Somos más que eso. Nacemos en una familia y nos dan el nombre de la familia. Y tus padres eligen un nombre y te dicen: Te vas a llamar Joel. Y vas a estudiar en Harvard y vas a ser médico y, por cierto, eres católico o judío o lo que sea. Es como si todo fueran cosas abstractas que te vienen dadas. Que se supone que tienen que mantenerte unido. Yo he renunciado a ellas. No necesito mantenerme unido. Me gusta flotar por el espacio como Andy. Volar a 10.000 km/h alrededor del sol. Haciendo equilibrios sobre placas tectónicas que flotan sobre la lava”, dice Carrey hacia el final del documental. Y añade: “Estás en un viaje espiritual y punto, y todos vamos a acabar en el mismo sitio, si es que hay uno. Quizá no lo haya. Quizá sólo somos nosotros. Nosotros somos el universo”. Pasémoslo en grande mientras podamos.