De la misma manera que Emmanuel Carrère no menciona en ningún momento de su aproximación a la vida de Philip K. Dick --aquel Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos que escribió poco después de su regreso al cristianismo, como confesó en El Reino, y que hasta la fecha es lo más parecido a una biografía del autor de El hombre en el castillo que ha llegado al gran público-- que éste envió a una de sus mujeres (Anne R. Dick, autora a su vez de un volumen mucho más valioso que la biografía de Carrère: The Search for Philip K. Dick) al manicomio, porque en aquella época (los 60, Estados Unidos) podía hacerse, si eras un marido lo suficientemente desconsiderado y cruel, Peter Biskind no hace una sola referencia en su monumental Sexo, mentiras y Hollywood (Anagrama), al affaire Harvey Weinstein. Y eso que el libro lleva por subtítulo una frase en la que se incluye Miramax (reza así: Miramax, Sundance y el cine independiente), y todos sabemos que decir Miramax es lo mismo que decir Weinstein, Harvey y Bob.
Y eso, también, que Biskind se pasa buena parte del libro --por otro lado, imprescindible para entender Sundance, el cine independiente, la carrera de Kevin Smith, la de Quentin Tarantino, la no carrera (como director) de Billy Bob Thornton, y un largo etcétera de zancadillas sistémico creativas --enumerando las maldades de los hermanos Weinstein--. Sabemos que Harvey consideraba a Tarantino el hijo que nunca tuvo, porque lo dice Biskind y porque fue Pulp Fiction la que puso el primer ladrillo de su imperio, y que Edward Glass (más productor que director) consideraba que "tratar con ellos --se refiere a los dos hermanos-- se parecía a que te atropellase un camión de diez toneladas que seguía avanzando y te pasaba por encima". Hay infinidad --tal vez, cientos-- de anécdotas relacionadas con películas que no acabaron rodándose porque Harvey (o Bob) dinamitaron cualquier posibilidad --casi siempre por una razón más o menos infantil-- de que lo hicieran, y hay llamadas a medianoche, y amenazas, cosas horribles, pero en ningún momento --ni uno sólo-- Biskind menciona algo que, por entonces, debía ser ya un secreto a voces, o quizá un hecho consumado: el acoso de Harvey a las actrices.
¿Y las mujeres?
Es curioso. Releyendo estos días el, por otro lado, apasionante ensayo de Biskind, casi un book documentary, he caído en la cuenta de que no menciona en ningún momento a ninguna mujer. Parece que el mundo del cine independiente, y por extensión, el mundo del cine, es sólo cosa de hombres. Y son ellos los que se baten en duelo con los productores, que son tan maléficos como los Weinstein --oh, todas sus fechorías pasan por extorsionar, cual tipos acostumbrados a amasar poder, un poder incalculable, el poder de hacer realidad sueños, porque ¿no es el cine una fábrica de sueños?--, pero ¿qué hay de ellas? Nada. Ni una mención a nada parecido a un episodio de acoso. Ni una sola, en un libro que, en muchos sentidos, funciona como un tratado histórico del Imperio Weinstein. ¿Qué pasa con Biskind? ¿Ocultaba, desconocía, no consideraba oportuna la mera mención de un daño colateral que, quizá, muchos hombres --por lo que se ha visto estos días--, a menudo hombres que salían con esas mismas mujeres, dan por sentado? ¿Un daño colateral que no les afecta y que nada, creen, tiene que ver con su lucha --la creación--, por lo que, mejor mirar hacia otro lado, para que el león no les aparte de la manada? Hay algo peor que estar sola y que alguien te convierta en su juguete. Estar rodeada de gente y que pueda hacerlo de todas formas.